LA REFORMA LABORAL DEBE SER DEROGADA
DAVID MORALES
La reciente
sentencia del Tribunal Constitucional que avaló una interpretación del artículo
52.d del Estatuto de los Trabajadores que permite el despido por bajas médicas
intermitentes justificadas ha puesto en evidencia, una vez más, la necesidad de
derogar cuanto antes la reforma laboral. Esa ley contraviene el convenio de la
OIT que establece que no puede haber despidos basados en bajas motivadas por
una cuestión de salud. La sentencia ha servido para recordarnos, una vez más,
que aquel paquete desregulador promovido por la Unión Europea, aprobado primero
por Zapatero en 2011 y empeorado después por Rajoy en 2012, tenía como primer
objetivo empobrecer a los trabajadores, utilizando una expresión del economista
y político portugués Francisco Louca para referirse a leyes similares votadas
en Portugal.
Este artículo 52.d
es uno de los más injustos y crueles de la reforma, como ha señalado el líder
de CCOO, Unai Sordo, porque permite el despido de trabajadores que están en
baja perfectamente justificada. La sentencia del TC es terrible porque afectará
a personas con enfermedades crónicas, y puede forzar a los trabajadores de baja
a incorporarse sin estar recuperados de sus dolencias por miedo a un despido.
Tiene además un claro sesgo de género, ya que este tipo de bajas cortas e
intermitentes suele tener que ver con posturas forzadas y con puestos de
trabajo feminizados, especialmente en el sector servicios, como las camareras
de piso. España sigue teniendo una realidad lacerante que es la del subregistro
de enfermedades de origen profesional, camufladas como de origen común.
El principal
argumento perverso pone la productividad o los resultados de las empresas por
encima de la salud, y es la expresión más salvaje del neoliberalismo. Hace casi
cincuenta años, el 13 de septiembre de 1970, Milton Friedman dio el pistoletazo
de salida a la ofensiva neoliberal con un famoso artículo, ‘La responsabilidad
social de la empresa es crear beneficios’, que consideraba que el principal
objetivo de los directivos empresariales es maximizar el valor de la acción a
corto plazo, y que por tanto la empresa ya no es un lugar donde hay que llegar
a consensos internos entre los trabajadores y los accionistas. Era la
justificación ideológica, bajo el principio de la eficiencia económica, de la
explotación de los trabajadores.
De esta forma, los
gestores de las grandes empresas han logrado que los riesgos e incertidumbres
que las fluctuaciones de la demanda generan en toda actividad económica se
trasladen desde el capital (mayores o menores beneficios) a los trabajadores
(mayor o menor desempleo). El empleo y los salarios se han convertido en la
principal variable de ajuste (a falta de fiscalidades progresivas y de
devaluación de la moneda) en situaciones de crisis.
Pero poner los beneficios
empresariales por encima de los derechos de los trabajadores no solo es
moralmente reprobable, sino ineficiente en términos económicos. Los países con
mayor desarrollo de mecanismos de representación y participación de los
trabajadores en la empresa (Dinamarca, Finlandia, Holanda, Noruega y Suecia)
tienen una alta productividad y competitividad. Su productividad, según la
OCDE, está por encima de la media de la zona euro, de la UE-28, de la OCDE e
incluso del G-7 (en este caso, excepto Finlandia). Asimismo, según el Índice
Global de Competitividad 4.0 de 2018 del Foro de Davos, estos cinco países
están entre los dieciséis más competitivos del mundo.
La modernización de
un país significa la capacidad de afrontar conjuntamente, por parte de la gran mayoría,
los diferentes retos que va encontrando. La modernización de las relaciones
laborales está profundamente vinculada a la existencia de instituciones, normas
y costumbres que representen y canalicen adecuadamente las demandas de los
diferentes grupos sociales. Unas relaciones laborales modernas son las que
permiten que las empresas y los trabajadores afronten los nuevos retos
tecnológicos, productivos y de internacionalización desde la regulación
política del conflicto capital/trabajo, lo que facilita, aunque no garantiza,
el consenso social. Las reformas laborales impuestas por Alemania al Sur de
Europa han devuelto el poder unilateral al propietario en la empresa, un rasgo
propio del siglo XIX.
Sin embargo, tal
como expresó Rudolf Meidner, uno de los principales ideólogos de la
democratización de las empresas, “el poder sobre las personas y sobre la
producción pertenece a los propietarios de capital. Si no les privamos de su
propiedad absoluta sobre el capital, nunca podremos cambiar los cimientos de la
sociedad y avanzar hacia una verdadera democracia económica”. El economista
actual más influyente, Thomas Piketty, defiende la necesidad de pasar de la
propiedad privada a “la propiedad social”.
Es urgente, por
tanto, que el nuevo gobierno de izquierda que intentan formar el PSOE y Unidas
Podemos anuncie y emprenda, sin dilación ni medias tintas, la derogación de la
reforma laboral, y que convoque a los agentes sociales para consensuar un nuevo
marco laboral más justo, equitativo, garantista y democrático. Contra el
patrioterismo ultraliberal que propugnan la derecha y la extrema derecha, la
mejor alternativa es el “patriotismo solidario”: más redistribución, más
derechos, y más justicia y cohesión social.
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