EL NUEVO SANCHISMO
ANTONIO ANTÓN
El presidente del
Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, momentos antes de su intervención en la
clausura del VI Congreso de las Empresas Familiares Europeas, en Madrid.
EFE/Juan Carlos Hidalgo
El presidente
socialista Pedro Sánchez ha apostado por un gobierno progresista de coalición
con Unidas Podemos y sus convergencias catalana y gallega. Este giro está
derivado de la nueva relación de fuerzas parlamentarias surgidas de las
elecciones generales del 10-N, con el freno a las derechas, aun con su
recomposición interna. Particularmente, es debido al fracaso del plan inicial
de Sánchez de ensanchar su base representativa para gobernar en solitario con
un programa centrista, sacar mayor ventaja respecto de Unidas Podemos y debilitar
a Ciudadanos, absorbiendo parte de su electorado.
Su apuesta, al
menos desde mayo, por la convocatoria de nuevas elecciones supone el desprecio
al equilibrio representativo (dos a uno en votos y tres a uno en escaños) con
UP y sus aliados, e intenta modificar a su favor la mayoría progresista salida
el 28 de abril que permitía ya un acuerdo gubernamental plural. Su expectativa
era ensanchar y estabilizar su poder, achicar y dividir el espacio de las
fuerzas del cambio de progreso para imponer mejor su voluntad, al mismo tiempo
que tener más margen de maniobra para pactar con C’s, con la reedición del gran
centro (u otra fórmula mixta), y frenar a las otras dos derechas del PP y Vox.
Por tanto, el giro
del líder socialista es una respuesta realista (aunque no autocrítica) a la
derrota de su anterior estrategia irreal, cuyo objetivo era el monopolio
gubernamental con un continuismo centrista en lo socioeconómico e institucional
y un enfoque uninacional en lo territorial. Estaba derivada de su inercia
bipartidista y su hegemonismo. Por un lado, reforzando su papel propio y su
centralidad junto con el emplazamiento a la colaboración del Partido Popular
(que no está por la labor); por otro lado, su ventajismo sin aceptar la
pluralidad existente a su izquierda y los nacionalismos periféricos, que
conllevaba la prepotencia y el aislamiento hacia UP y sus aliados y la
irresolución del conflicto catalán. Son aspectos, todos ellos, que ahora debe
modificar y cuyo contenido prefigura un nuevo sanchismo adaptado a la nueva
realidad, un cambio táctico aun con un mismo objetivo hegemonista más templado.
A ello se añade la
frustración de la dirección socialista al no conseguir una reestructuración a
su favor del conjunto de fuerzas progresistas, incluyendo su pérdida electoral
(0,7 millones de electores y tres escaños). Así, los resultados electorales
ofrecen algo menos de una proporción en votos de uno a dos entre Unidas
Podemos–En Comú Podem-Galicia en Común y PSOE (6,7 millones frente a más de
tres millones) y algo superior contando con 0,5 millones de Más
País-Compromís-Equo.
Además, se suma,
por un lado, el fiasco de la operación de Más País con el irrealismo de la
hipótesis de Errejón (con solo tres escaños, dos de ellos para sus coaligados
de Compromís y Equo), con la pretensión de recomponer el espacio del cambio con
una representación institucional más amable y colaboradora con el gobierno
socialista y que, comparativamente, queda muy lejos de UP; y, por otro lado, a
la ‘resiliencia’ de Unidas Podemos y convergencias que, aunque disminuye un
poco su representatividad, con sus treinta y cinco escaños mantiene una fuerza
parlamentaria determinante y cuya alternativa de gobierno plural de progreso se
confirma, con lo que se legitima su liderazgo.
Los cambios del
escenario político
El escenario
político se ha modificado por esa suma de reequilibrios representativos,
legitimidad (o no) de estrategias y liderazgos y capacidad de influencia social
y política de los cuatro actores principales: las derechas, con un PP algo en
alza, el derrumbe de C’s y el incremento de la ultraderecha; el Partido
Socialista, con un leve retroceso y una gran frustración; las fuerzas del
cambio, estancadas pero con alivio al superar la hipótesis de su disgregación,
y los nacionalismos periféricos, que se han reforzado.
Esa nueva relación
de fuerzas y sus (pocas) posibilidades combinatorias para conformar un gobierno
progresista es la que explica el giro del nuevo sanchismo y el carácter de la
nueva y frágil etapa. Es el punto de partida de las fuerzas coaligadas que
tienen que cooperar para concretar esta expectativa tras un proyecto
transformador de país.
La mayoría medios
de comunicación y analistas políticos, incluida la propia dirección socialista
y sus barones, no se explican bien las razones y el alcance de su propuesta de
gobierno de coalición progresista. Incluso algunos le achacan un coyunturalismo
u oportunismo falto de una estrategia política coherente o una perspectiva a
medio plazo, que debiera ser el pacto con las derechas y la normalización
política y económica de un nuevo bipartidismo. Su política estaría compuesta de
bandazos inexplicables hacia la derecha y hacia la izquierda en materia
socioeconómica, o entre el nacionalismo españolista excluyente y a la
sensibilidad plurinacional integradora, en el tema territorial y catalán, o
entre el autoritarismo prepotente (aplaudido desde el poder establecido) o el
talante democrático en los aspectos institucionales (incluida la actitud ante
la corrupción y otras libertades y derechos civiles).
Hay parte de
verdad. Está el Sánchez de la operación gran centro (el pacto PSOE-C’s de 2016)
con su prevalencia ante la paridad representativa con las fuerzas del cambio de
progreso; del No es no al Gobierno de Rajoy y la normalización susanista
favorecedora de la gobernabilidad del Partido Popular; de la moción de censura
y el pacto político y presupuestario con Unidas Podemos; y de su prepotencia
institucional, centrismo económico y nacionalismo españolista excluyente de la
campaña electoral reciente. Ahora viene otro Sánchez.
El hilo conductor
de Sánchez
Pero antes hay que
explicar su hilo conductor, lo que tiene de cambio y de continuidad: la
garantía del acceso y control estable del poder gubernamental, del que dependen
para él las prioridades y los énfasis en proyectos, programas y alianzas.
Algunos, atendiendo a una formulación psicológica, lo llama ambición de poder.
Desde una óptica política o sociológica es la conquista de la supremacía de la
gestión política e institucional, que se supone, desde Maquiavelo, que es la
función principal de la clase política, adecuada a los distintos niveles y
contextos de gobernanza. Por tanto, no deben sorprendernos los giros tácticos
adaptativos a realidades cambiantes para porfiar en ese objetivo central.
En una democracia
liberal se supone que la gestión de las élites políticas está regida por
procedimientos democráticos y la pugna por la superioridad representativa y el
control ejecutivo es legítima, aun contando con las restricciones institucionales
(por ejemplo, la sesgada y conservadora ley electoral) y de los grupos de
poder, no solo económicos y financieros. No obstante, la transparencia y
calidad democrática de esa pugna política y su expresión mediática deja mucho
que desear.
En particular, hay
prácticas de las derechas y también la dirección socialista, más imbricados con
los poderes establecidos, que conllevan riesgos de instrumentalización de las
instituciones para fines no muy respetuosos con la democracia y, particularmente,
de antipluralismo hacia su izquierda, más débil respecto de los apoyos de poder
fáctico.
Pero, en el caso de
Sánchez, que ha sido víctima y manipulador flexible, no cabe duda de que su
plan supone ambición y firmeza en la expansión de su espacio representativo y
de poder institucional ante las derechas y los otros dos actores competidores:
las fuerzas del cambio de progreso y las formaciones nacionalistas periféricas.
Por tanto, no hay
que infravalorar sus conflictos y su diferenciación simbólica y práctica con la
representación política de las tres derechas (especialmente su versión de
ultraderecha), no tanto sus apaños con los grupos de poder. Su apuesta
estratégica y de pactos está subordinada al interés prioritario de defensa y
estabilidad de esa supremacía representativa que le permite acceder a
posiciones de poder institucional. Además, alimenta la dinámica corporativa de
una élite gobernante duradera, en los distintos niveles de la gobernanza
(municipal, autonómica, estatal, europea), incluido en ámbitos de la sociedad
civil y las estructuras económicas. O sea, el quién gobierna, con la
distribución del poder institucional, adquiere prioridad, frente al para qué
(programa real) y con quién (alianzas). Paralelamente, se despliegan los
discursos justificativos y los procesos de legitimación.
Un proyecto entre
continuista y de progreso
Todo ello conforma
el proyecto político socialista, sobre una base social moderada (y envejecida),
con una orientación entre continuista y levemente progresista, cuya proporción
está pendiente de negociar y concretar con Unidas Podemos y sus aliados para el
próximo plan de gobierno compartido de progreso. La negociación integral afecta
al conjunto del proyecto, a partir del preacuerdo genérico suscrito, en un
contexto complicado.
Una vez aceptado el
gobierno plural y compartido, y a la espera de la distribución de las
competencias ministeriales, debiera tener tres ejes fundamentales a corto
plazo: mejora sustantiva en la justicia social, los derechos sociolaborales y
la igualdad efectiva (incluida la fiscal, laboral y de género, la garantía de
las pensiones públicas, una política de inmigración inclusiva y respetuosa con
los derechos humanos y el apoyo a las personas desfavorecidas); avances reales
en el diálogo y la negociación política de la crisis en Cataluña (y respecto
del Estado) y en general de la articulación territorial, desde una óptica
plural, inclusiva y democrática; impulso democratizador y de participación
cívica, con la regeneración de la vida pública y el refuerzo de las libertades
civiles y políticas.
Supone, por una
parte, un plan de choque contra la emergencia social, levantando una dinámica
de cambios significativos en beneficio de la gente y, por otra parte, conformar
un perfil claramente progresivo que acumule reformas inmediatas junto con una
dinámica transformadora a medio plazo: modernización
económica-productiva-ecológica, cambio constitucional, institucional y del
Estado, reforma democrática y solidaria de la Unión Europea… Además de este
cambio de ciclo político progresivo, debe abordar el cambio cultural y de
mentalidades, enganchar con las nuevas generaciones jóvenes y generar
expectativas sociopolíticas y adhesiones cívicas a un camino por recorrer y que
va a estar minado por las derechas y los grupos de poder reaccionarios.
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