martes, 19 de noviembre de 2019

CIMA EN LA NARRATIVA CANARIA: "EL ARRORRÓ DEL CABRERO" DE VÍCTOR RAMÍREZ


CIMA EN LA NARRATIVA CANARIA: "EL ARRORRÓ 
DEL CABRERO" DE VÍCTOR RAMÍREZ
POR SEBASTIÁN SOSA BARROSO (*)
Víctor Ramírez nos brinda un fruto nuevo, extraño y de sabor agridulce: "EL ARRORRÓ DEL CABRERO". Esta vez ya no dudamos de que la narrativa canaria ha llegado a una cima literaria tanto en el plano de la expresión como en el del contenido.

         Ya en otras obras suyas presuponíamos la consolidación de un fruto nuevo, esperado, sobre todo después de que la libertad de pensamiento y expresión hubiese acampado por nuestras islas, tan sedientas siempre de nuevos valores artísticos.
         "EL ARRORRÓ DEL CABRERO" abre nuevos senderos en valores no sólo formales sino también de sustancias de contenido. Después del arco maravilloso que abre "MARARÍA" en el horizonte canario de las letras, es, a mi juicio, "EL ARRORRÓ DEL CABRERO" la obra mejor escrita por un nativo isleño y que no dudo sea el best-seller del finales del siglo XX en Canarias.

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Víctor Ramírez acierta en las fuentes argumentales y de ambientes que enmarcan el conglomerado de la acción narrativa sin descuidar incluso la onomástica, lo patronímico, como buen conocedor de genealogías canarias y, sobre todo, del acervo cultural de nuestra nomenclatura humana insular.
         En el plano del contenido la base temática es posible: el crimen que se comete, real o imaginario, es verificable dadas las circunstancias políticas de un momento crucial de fuerzas encontradas entre el antiguo régimen y el nuevo. En la novela de Víctor Ramírez todo puede ser verificable, posible, verdadero, existencial.

En "EL ARRORRÓ DEL CABRERO" todos los elementos básicos de la narrativa están plenos de una objetividad observable ya desde un risco, desde una cueva excavada o desde cualquier ventanuco de una casa situada en una cuesta empinada.
         Y el autor sabe colocar los personajes en sus propios dominios ambientales; su cámara fotográfica apuntala muy bien los elementos pictóricos y pintorescos que necesita para la representación; enseña con maestría o hace intuir lo rural enquistado en lo ciudadano y conoce perfectamente el alma del "mago-campurrio" que se atreve a colarse en los lupanares de una ciudad cosmopolita.
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No nos cabe la menor duda de que el arte es cuestión de formas de expresión y de formas de contenido; Pero el "testimonio" corresponde a las sustancias.
         En "EL ARRORRÓ DEL CABRERO" cabe señalar, como en toda obra literaria, el testimonio de la lengua en que se escribe y el testimonio de la sustancia argumental, del contenido, del asunto.
         En cuanto al testimonio de la lengua, observamos el acierto preciso del léxico que estremece con sus diminutivos cariñosos, con sus omisiones de artículos señalativos, por los usos especiales del subjuntivo, por el uso del adjetivo con valor adverbial y el uso en general de los llamados tropos; pero todo dentro del marco del español hablado en Canarias, sin caer en lo excesivamente pintoresco o folclórico, sino en lo natural hablado.
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Por otro lado el testimonio argumental del hecho armado, lo esencial radica en la muerte del pastor, del cabrero, ya descrita desde los comienzos de la novela: "Bastantes personas presenciamos desde el principio cuanto ocurrió íntegramente en la heroica muerte de Cesarito Dávilas. Mas no hubo quien se interpusiera en defensa del infeliz anciano o acudiese en busca de alguna autoridad".
         La galería de personajes entramados en el asunto es realmente una galería de sicologías de almas, empezando por Víctor -el autor- y siguiendo por Eusebita Salomey, por Maruchiña -la prostituta que "tomaba al señor Cesáreo entre sus brazos para jugar a mamaíta con niñito chico mamón que tiene sueño" y por tantos otros que entran en la maraña argumental: Conrado de Asís, Favio Ruinaglia, Capitán Tibicena, Merceditas Vizcaíno La Fina...

En fin, la obra está llena de aciertos literarios: acierto en el léxico y en la sintaxis personal de propio estilo, de orfebre que domina la lengua heredada, que sabe someterla, sin estridencias, sin aspavientos, a una estética especial adaptada por al asunto argumental.
         A veces el autor nos parece un culto podador que a tijeretazos corta la rutilante prosa que casi siempre hemos venido soportando.
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De por sí "EL ARRORRÓ DEL CABRERO" es una novela actual y clásica porque en ella hay, en su "trasfondo", una "lección de vida" y una inusitada novedad dentro de los linderos insulares. La obra en sí misma es un rito, un culto, y en ella no se oculta el mensaje: un cadáver velado y arrullado por el arrorró de una prostituta.
         No queremos hacer una crítica impresionista, una exégesis así como así, ni mucho menos buscar fuentes que estoy seguro de que las habrá. Lo importante es que en "EL ARRORRÓ DEL CABRERO" hay verdadera literatura porque en ella el autor ha trabajado seriamente, duramente, con tesón y sin prisa, sabiendo muy bien lo que se hace.

Víctor Ramírez mucho ha tenido que pensar, seleccionar acaso vez bendecir. Tal vez a alguien le parezca una novela inmoral, desvergonzada, llena de erotismo y atisbos anticlericales.
         Pero tras de estos biombos condenatorios está la sublimidad de la muerte brutal de un pastor que lo único que hacía era realizarse y a quien todos nosotros velaríamos y acompañaríamos en su entierro, con antorchas encendidas y en silencio pastoral.
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En "EL ARRORRÓ DEL CABRERO" cada capítulo, cada fragmento, es un nudo de convergencias donde se oyen ecos pretéritos, angustiosos, y al mismo tiempo historias que luego se hacen presentes. Hay densidad de relatos comprimidos que abarruntan y fluyen en la lectura y confluyen en un armonioso lazo recreativo.
         La obra, en definitiva, tiene una clave: evocación y recreación. El mundo del autor es un mundo sin fronteras entre el campo de lo real y de lo imaginario.
         La realidad objetiva, vívida, y lo "ensoñado" se entrecruzan para bullir con presencias de retratos, de historietas de campo, de burdeles, y de fantasías de barriadas de covachas aledañas a una ciudad que navega, sin rosa de los vientos, en una algarada de culturas que chocan como si fuesen placas geológicas.
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Como colofón a todo esto, y puesto que se trata de una "obra literaria" propiamente canaria, puede servir no sólo para la lectura recreativa y expresiva, sino también para el adiestramiento y práctica de diversos comentarios de textos en todos los niveles de las enseñanzas regladas en nuestra comunidad autónoma.
         Mucho ganarían con ello, no sólo los universitarios y alumnos de enseñanza superior obligatoria sino también el público en general, los que quieren y aman los legítimos e identificables frutos de las bellas letras de nuestras queridas tierras isleñas.

Con "EL ARRORRÓ DEL CABRERO" mucho hay que "aprender" de nuestras esencias soterrañas: desde la creatividad solitaria de Víctor Ramírez hasta las indagaciones más sofisticadas que nacen del proceso interior de las torrenteras recreativas de cada persona.
         Nos encontramos, ahora, con una "novela nueva", con un "nuevo estilo" o manera de ver un hecho real desde diversas perspectivas, ya pensantes o intuitivas.

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(*) Esta aportación crítica del señor Sosa Barroso, ya fallecido, es el prólogo de "El arrorró del cabrero", novela editada por el Centro de la Cultura Popular Canaria en el año 1999.

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