DUNIA SANCHEZ
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Las habitaciones,
rectangular superficie con su escritorio, su ropero y su cama y
ventanas…ventanas dando a un patio tragado de flores y flores cuidadas
exquisitamente. Ahora que estaban aisladas una de otras, sus pensamientos
trazaban círculos en el aire que respiraban. Las habitaciones continuas,
esperaban a que todas las luces de la residencia estuvieran apagadas. Cuando
todas dormían , monjas y compañeras, Anne se reunía con Ágata. Una reunión que
las llevaba por los paraísos perdidos del primer amor. Se ejercía una atracción
cuando ambas, solas, con la ceguera y sordera de las otras se agrupaban como
una sola. Sí, estaban cansadas ante lo arduo de la jornada, ante la severa
pena. Pero la pena, la queja no llegaban a ellas. Lo tragaban como una aventura
más de sus vidas.
Ahora, a solas, sus labios furtivos se juntaban con cierta
timidez, con cierto cimbrar de cuerpos deshojados por las placenteras caricias
del amor , de una emoción vertiginosa que les hacía atraerse más y más. Todo
era oculto, todo era insonoro a cualquiera incluso a Delfina. Sentían un cierto
temor, una cierta prudencia, un cierto pánico terrorífico que las llevaba por
vastos laberintos de la duda. Y si se
enterasen…esa es la interrogante de sus ojos cuando se cruzaban en el océano de
la pasión, del abrazo largo por un cielo tatuado de estrellas. Anne y Agatta.
Agatta y Anne , existencias mezcladas con el jugo del amor. Y se preguntaban,
¿es lo nuestro amor? A sus entendimientos no llegaban una respuesta franca, una
respuesta afincada en el espejo de los otros sino de ellas. Sí, si es amor,
respondía Anne. Un amor de lenguas agazapadas en los túneles oscuros. Un amor
exaltado por el anonimato, por la máscara de nuestras sombras cuando la noche
llega. Un amor marcado por la claridad de nuestra mirada. Sí, amiga mía. Sí,
querida mía, esto es amor. La atmósfera que nos atrapa conquista cada beso,
cada caricia, cada palabra inexacta. Y es que no hace falta hablar, conversemos
con nuestros sentidos. Sensaciones enaltecida en lo oculto, hambre liada por
lejanos desiertos donde el sol brilla sin mesura ¡Oh, el otoño¡ resuelto de
escalinatas serpenteantes a ras de una cumbre donde cada uno es verticalidad de
sus sueños. Sí, sueños …porqué no. Hay que soñar con las alas despiertas, con
los pies desnudos sobre el arco de colores, con la entrega de lo puro de
nuestros sentimientos. Agatta y Anne. Anne y Agatta. Duermen juntas, solo se
escucha el goteo de un tejado maltratado por las estaciones y la luna ¡Ah, la
luna¡ Apoteósica, purificada , entregada a las dudas, entregada a la certeza,
entregada a las soñadoras de una noche de otoño ¡Oh, el otoño¡ Ven, ven con tus
cascadas. Ven, ven con tus manantiales
alimentando el frescor de un amor…CONTINUARÁ
AMPUAM...11PARTE
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Y la noche…la noche
doblando esquinas hasta encontrarse con la mar. Y la mar…la mar inquieta en la
desavenencia del tiempo. Un mar de fondo donde las tonadas fúnebres flotan en
el ambiente donde las olas rompen con las rocas. Todos duermen. Duermen los
placeres prohibidos de los sueños, unos sueños que se transforman en el fondo
de sus estómagos. Algún perro parece anquilosar la atmósfera con sus ladridos,
un perro vagando sin rumbo en busca de comida, en busca de cobijo para sus
huesos oxidados, podridos ante el otoño ¡Oh el otoño¡ fugaz como las nítidas
lágrimas de estrellas fugaces cuando el firmamento es claro. Y todos
duermen…duerme la superiora en un mundo inhabitable, invidente para los demás.
Duerme Delfina tras ser lastrada en su habitación gris. Duermen Agata y Anne ,
juntas, con atención a que el alba no las alcance, antes que las campanas
anuncien el despertar. Ellas están momento en que quisieran la eternidad de la
calidez del amor, aun imposible en la moralidad de una sociedad estrecha en su
razón. Y la noche…la noche observadora de vidas, de pequeñas vidas que escuchan
en su letargo el rumiar de las mareas. En el boscaje exuberante, espeso se
halla también ese hombre que mira a su esposa. El no descansa, en su duermevela
se revuelve en la atención de ser vigía de su territorio. Dominado por la
angustia se levanta de su cama. Mira todo lo que hay bajo su techo y siente el
desplome de sus cimientos. El oleaje sigue y sigue rompiendo con las olas,
estrangulándose con el gorjeo del nocturno. Recorre la casa hasta que llega a
una puerta. Una puerta donde se arroja el dolor, el odio, un secreto bajo
cadenas insonoras. De nuevo vuelve a su cama y medita, hace un recorrido de su
ser, de su existencia y cierra los ojos. Progresivamente se duerme. Un quejido
se escucha, ballenas cantando al son del movimiento del océano. El océano que
rodea a la isla, el océano conversando con la luna roja. El océano donde los
riachuelos terminan para ser brazos acogiendo de este planeta ¡Oh, el otoño¡
anguloso, perfilando los desastres de un mundo perdido en su complejidad. Y la
noche quiere cantar. Y la noche quiere irse. Y la noche quiere descansar. Y la
noche masa de grillos quiere apagar el mal que tira de nosotros. Y la noche se
va despacito, con el ronroneo de una brisa suave que eleva los corazones en la
serenidad, en el sosiego necesitado después de la desesperación, de la rabia
contenida. Cuerpos que se dejan. Cuerpos abandonados a ras del equilibrio,
cuando duermen. Cuerpos libres , manoseado por el vals del otoño ¡Oh, el otoño¡
bello y apagado a la vez. Cuerpos animados por su mañana. Cuerpos ascendiendo a
lo más alto de sus emociones, cuando duermen…cuando duermen…CONTINUARÁ
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