PRENSA SIN CANDIDATOS
ANÍBAL MALVAR
Esta minicampaña
que finalizó el viernes ha sido vivida por nuestros periódicos tradicionales
con tanto despiste como el que habita los hogares, los bares, los bancos de las
alamedas y los platós de televisión. Esta vez, el conservadurismo no tenía un
candidato claro. Ni siquiera un mirlo blanco, pues, desde que Albert Rivera
desoyó la consigna del Íbex de facilitar un gobierno del PSOE bajo arbitraje
liberal, se convirtió en persona non grata para el establishment y perdió al
orfeón de corifeos que cantaba sus alabanzas desde El País, El Mundo, ABC y La
Razón. Poor butterfly.
Pablo Casado
tampoco es que haya sido tratado con la fidelidad casi vasalla con que los
viejos medios agasajaban a Mariano Rajoy o José María Aznar. Casado se coló por
la puerta de servicio a los palacios destinados a Soraya Sáenz de Santamaría o
María Dolores de Cospedal, y eso no se perdona fácilmente: la puerta de
servicio es para el servicio. El barbado harvardavaqueño tiene algo que no
gusta en las más rancias rotativas. Es difícil precisar el qué. Pero flota un
no fiarse de tinta en cada panegírico que se le dedica.
Pedro Sánchez ha
conseguido lo casi imposible: concitar la desconfianza unánime desde izquierda,
centro y derecha. Felipe González tardó lustros en ganarse tan altos honores.
El editorial de ABC de esta mañana –jornada de reflexión– resume muy bien una
visión que podría compartir cualquiera de las cuatro grandes cabeceras de
Madrid: «Ha sido el PSOE el que ha nutrido esa radicalización, alimentando su
margen izquierda con discursos de los años treinta del siglo pasado, que
también han exacerbado a una parte de la derecha instalada desde el comienzo de
la transición en las coordenadas del orden constitucional».
Ser considerado un
rojo peligroso por la derecha y un liberal dañino por la izquierda,
simultáneamente, tiene su mérito. Su transversalidad, que se dice ahora,
también la tiene.
Pablo Iglesias ha
salido mejor parado esta vez. Como ya habían agotado todos los descalificativos
y los bulos en la miríada de campañas precedente, ya hasta los más conspicuos
voceros de la prensa decente se aburren de repetir las palabras populismo,
venezuela, antisistema, stalin y tal. Ahora lo que se lleva –tomad nota,
influencers— es descabalgar a Podemos de la cuadriga de los
constitucionalistas. Por alguna razón inextricable, han sentenciado que Podemos
no es un partido constitucionalista, y por tanto no entra en las quinielas de
la gran coalición contra la ruptura de España. No hay ningún dato que avale tal
teoría, ¿pero para qué quieres cerebro si tienes intuición?
Con Santiago
Abascal, por último, se ha hecho lo que Vox quería: ladran, luego cabalgamos. Y
ladran muchísimo. Incesantemente. Pero aúllan poco las palabras fascismo o
franquismo al referirse a ellos. Son palabras malsonantes que no deben
reflejarse en los periódicos que van a entrar en el boudoir de las marquesas.
Podemos decir que nos han metido el fascismo en el Congreso con lubricante
mediático sabor a rosa.
Mi querido Fernando
Savater, que sufre el infortunio de ver hundirse cada galeón político en el que
se embarca, clama en El País como un náufrago de Forges. Yo sospecho que,
quitando a los votantes de Abascal, Savater es el único español que cree que lo
tiene claro: «Cs continúa siendo necesario. Ahora han decretado que está a la baja
quienes profetizan de acuerdo con sus deseos hasta lograr que se cumplan. Lo
mismo hicieron en su día con UPyD, limpia y precursora». Albert, campeón,
figura… O sea.
El hecho de que a
ninguno de nuestros viejos periódicos lo enamore perdidamente ningún candidato,
a mí me parece muy significativo del nivelón. Porque mira que esos periódicos
se conformaban con poco. Votad, queridiños.
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