miércoles, 8 de noviembre de 2023

EL HORROR COMO FETICHE

 

EL HORROR COMO FETICHE

POR ALANA PORTERO

Escritora. Autora de 'La mala costumbre'

 

Existe, como con todo lo que se deshumaniza, una suerte de fetichismo estético de lo judío. No pocas veces nos encontramos con personas que afirman tener un antepasado o una línea genealógica sefardí o askenazi, en una buena parte de los casos bastante difusa, que les compete para enarbolar el dolor milenario de un pueblo entero, como si pudieran sentir en las plantas de sus pies el ardor inclemente de la arena del desierto. La sobreactuación conlleva transitar los caminos de la frivolidad y esta acaba por desencadenar escenarios de vergüenza ajena, elevando la voz de los judíos de temporá –que me perdone mi amiga Silvia Agüero por usar una frase tan gitana- sobre las de familias a las que la Shoah les arrebató todo.

 

Este texto lo escribe una mujer cuyo segundo nombre es Shulamit, nombre elegido y abrazado en honor a una genealogía íntima, femenina y de algún modo sagrada, que queda para mí y para mi círculo cercano, de dónde yo venga o deje de venir, no me legitima para casi nada en lo tocante a representar o ser la voz del dolor de los pueblos, pero tengo presente a Rebeca, que dio de beber a Eliezer y sus camellos a pesar de lo limitado del agua y los trabajos necesarios para sacarla del pozo. Si me asiste alguna autoridad espiritual o ética, tiene que ver con esto, con los recursos compartidos y el respeto al otro, cosa que no he practicado tanto como debería.

 

Después de la Shoah, los judíos europeos no tenían dónde ir, siglos de mal trato, expulsión, robos, crueldad, antisemitismo y persecución no cicatrizan con facilidad, más de seis millones de asesinados en apenas seis años y la voluntad de borrar a un pueblo entero de la faz de la tierra suponen una herida que no puede cerrarse. Es lógico comprender la necesidad de buscar un lugar apartado del infierno, quienes pretendieron quedarse en Europa no fueron precisamente bien recibidos, no hace falta remontarse a los reyes católicos, en España, por no irse lejos, se hablaba de “cruzada judeomasónica” cuando algunas de nosotras ya habíamos nacido. Había razones políticas, estratégicas y de fe para elegir volver al Sinaí y deben entenderse sin cinismo, después de siglos intentando sortear la erradicación cómo no vas a encomendarte a lo sagrado para seguir viviendo.

 

No creo que el Estado de Israel, en una parte de su concepción, fuese un Estado ilegítimo, pero hay que hacer un esfuerzo deliberado para olvidar la herencia imperialista del mismo y la necesidad de Estados Unidos de extender su presencia en medio oriente, pero la convivencia hubiera sido posible si se hubiera hecho un esfuerzo por la emancipación (no han faltado voces israelitas apoyando esta posibilidad), creo que la ilegitimidad Israel se la ha ganado a pulso a fuerza de crueldad, crímenes, colonización y una política de limpieza étnica que ha sido impulsada por la ultraderecha caníbal, que se encargó de quitarse de en medio a figuras como Shulamit Aloni, bendita sea: “Debemos hacer del Estado de Israel una oportunidad para los judíos del mundo, no un Vaticano. No queremos que Israel sea un gueto o un estado teocrático ortodoxo”, o el propio Rabin, convencido sionista durante gran parte de su vida y hombre de armas implacable que, sin dejar de ver a Arafat como el enemigo, terminó sus días entendiendo que la paz era el único camino y lo pagó con su vida: “La violencia corrompe la base de la democracia israelí”.

 

El proyecto sionista es fundamental en esta ecuación pero creo que se resta importancia a cómo la derecha, clásica, la de siempre, ha acelerado las cosas y las ha ensangrentado. Usa el sionismo porque es lo que funciona en su contexto, como otras derechas del mundo apelan al nacionalcatolicismo o al islam de las fatuas que claman muerte. Como mínimo no debe sacarse de la ecuación lo ideológico manipulando lo teológico.

 

Las voces que hablan desde lo judío pero no por los judíos, porque eso no puede hacerlo nadie, obligan estos días a reconocer la violencia infame de Hamás antes de seguir hablando del la masacre de Gaza, pero tal requisito nada tiene que ver con una búsqueda de la paz, se pide como salvaguarda, como justificación a lo que ha venido después, como limpieza de manos ante la barbarie y, por tanto, es una manipulación repugnante de los mil asesinados del día 7 de octubre. Y lo más importante, ¿quién habla por los palestinos?

 

Por reconocer y condenar el horror, estoy dispuesta a remontarme hasta donde haga falta, desde el horror de la matanza de Hebrón del 29 hasta los asesinatos de hace un mes y todo lo sucedido entre uno y otro desastre, tal reconocimiento no resta un ápice de oposición frontal a los crímenes del estado de Israel desde casi su fundación misma, que ha asesinado, robado, colonizado, aplicado políticas racistas y humillado con total impunidad al pueblo palestino, sepultando bajo la arena del desierto, década tras década, cualquier esperanza de entendimiento del proyecto de patria judía.

 

Poner muertos sobre la mesa, compararlos, siempre es un ejercicio de miseria que suelen proponer quienes tienen interés en alimentar los conflictos, pero si tenemos que entrar en ese juego, la desproporción de la supuesta defensa del Estado de Israel habla por sí misma, hospitales destruidos, diez mil personas -y seguimos contando- asesinadas en un mes, una generación entera de niños masacrada, acceso al agua cortado, arrinconamiento para bombardear con más efectividad y comodidad, arengas teocráticas desde los estrados de la democracia, deshumanización, horror tras horror que confirma la idea de que estas acciones criminales estaban esperando un desencadenante para llevarse a cabo así, sin paños calientes, delante de todo el mundo, un ataque camuflado bajo una acción defensiva mirando a Estados Unidos y mostrándole el derramamiento de sangre como un alumno avieso muestra a su presa muerta ante el maestro. La comunidad internacional, cómplice y despiadada, aplaude la maniobra.

 

Tengo la sensación de que estos días habla todo el mundo pero solamente escuchamos a quienes tienen el poder de hacerse escuchar. El uso de la retórica del holocausto para ilustrar los crímenes del Estado de Israel es otra sobreactuación que nada tiene que ver con la paz y sí con el ego de quien la emplea. Cuando se habla de comportamiento nazi, no se mancha la imagen de Netanyahu y sus perros de la guerra, se está pisoteando la memoria de millones de muertos y de sus descendientes, que han pedido en vano que por favor no se cuente la realidad del horror desde una simplificación semejante e injusta con el dolor de un pueblo.

 

La violencia monstruosa que se emplea contra Palestina no necesita de efectos especiales, es obvia, la tenemos delante, la hemos visto desarrollarse a lo largo de nuestras vidas y tiene su propia historia que merece, como mínimo, términos ajustados a ella, no frases hechas. Hay demasiado ruido interesado y la frivolidad con la que se narra el presente es horrible. La dignidad estos días, además de en quienes están allí, en Gaza, soportando la oscuridad, está en las calles de medio mundo, que se ha movilizado en masa haciendo frente a la narrativa de «lo estamos permitiendo», otro ramalazo reaccionario que apaga brasas de paz en lugar de avivarlas, otra frase hecha. Somos mucho mejores de lo que nos cuentan que somos.

 

Si en algún momento de la historia pudo ser compatible una Palestina libre y soberana con un Estado de Israel en los mismos términos, hoy ya no es posible. Tanta sangre no puede ser limpiada, ni del suelo de las casas de sus perpetradores, ni de la memoria de los que la han derramado. Esto no va a olvidarse nunca.

 

Mi solidaridad, apoyo y dolor con el pueblo palestino. Que dios conceda inteligencia a nuestros corazones para distinguir el día de la noche.

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