miércoles, 22 de noviembre de 2023

UN GOBIERNO PARA LOS AMIGOS DE PEDRO

 

UN GOBIERNO PARA LOS AMIGOS DE PEDRO

No desdeño el consenso, y conozco la capacidad de abrir puertas que tiene una cara amable, pero algunos de los marcos mentales contra los que peleamos son tan estrechos que solo cabe derribarlos a patadas

ADRIANA T.

Ustedes se habrán dado cuenta igual que yo: ‘polarización’ se ha convertido en la palabrota de moda en el último año. Su ubicuidad es desquiciante, lo mismo te la clava un politólogo experto durante la emisión del Telediario de RTVE, que la mete con calzador en todos sus vídeos uno de esos gurús youtubers mientras te da la chapa sobre el peligro de las redes sociales y la necesidad de hacer ayunos de dopamina.

Lo recuerdo mal porque entonces yo era más joven, más ingenua y tenía menos acceso a internet que ahora, pero la última etapa del Gobierno de Zapatero también estuvo marcada por un palabro muy parecido: crispación.

 

Crispación y polarización no significan lo mismo, pero vienen a decir algo muy parecido: que estamos molestando a ciertas personas importantes –y de derechas– con nuestras cosas y eso no puede ser. Por ejemplo, no hubo crispación ni polarización cuando bajo el Gobierno de M. Rajoy se alcanzaron máximos terroríficos en las tasas de desempleo o de pobreza, porque fracturar a la sociedad y dividirla entre los que consiguen comer y los que tienen que rebuscar sobras en la basura no es ni la cuarta parte de problemático que amnistiar a peña sin delitos de sangre o pedirles a los hombres que por favor dejen de apalearnos, violarnos y acosarnos.

 

La solución ante la polarización creciente en nuestra sociedad es buscar el punto medio, pues es ahí donde uno hallará siempre la virtud

 

La solución ante la polarización creciente en nuestra sociedad no es alinearse con los derechos humanos y defender los valores de la justicia social sino, como es obvio, buscar el punto medio, pues es ahí donde uno hallará siempre la virtud. No hay que ser ni de izquierdas ni de derechas, ni racista ni antirracista, ni feminista ni machista, no hay que estar a favor de que todos los niños tengan garantizadas tres comidas equilibradas al día ni tampoco todo lo contrario. Ya lo van pillando. La mesura, la templanza, las buenas formas, pedirlo todo por favor y dar después las gracias: así es como se conquistan los avances sociales importantes, tal y como demuestra un recorrido rápido a los últimos 150 años de nuestra historia.

 

Con el feminismo, por ejemplo, es especialmente importante hacer avances despacio, sin prisa, sin molestar a nadie. Lo sabe bien nuestro recién investido presidente del Gobierno, a quien sus amigos se quejaban, y con toda la razón, de que Irene Montero les inspiraba miedito.

 

El otro día dije algo muy obvio en mis redes sociales, que sin embargo suscitó un apoyo masivo por parte de la gente que lo leyó: que esas cosas tan temibles y que tanto han molestado del Ministerio de Igualdad pasarán a ser consideradas de sentido común en cuestión de unos quince años. Lo dije mientras pensaba en la hilaridad y las burlas crueles que suscitaron en su día la ministra Aído o la paridad en el Gobierno de Zapatero, que hoy ya nadie en su sano juicio cuestiona. Hasta en Vox tienen mujeres con carguito. Incluso les permiten hablar en público y –supongo– tomar decisiones de mando.

 

 Hemos tenido un Ministerio de Igualdad que ha renunciado a mantener un perfil bajo, cómodo, complaciente con el poder

 

No desdeño el consenso, y conozco la capacidad de abrir puertas que tiene una cara amable, pero algunos de los marcos mentales contra los que peleamos son tan estrechos que solo cabe derribarlos a patadas. El machismo que se filtra e impregna cada una de las capas de nuestra sociedad es uno de esos marcos, aunque no el único. Con sus aciertos y errores, durante los últimos casi cuatro años hemos tenido un Ministerio de Igualdad que ha renunciado a mantener un perfil bajo, cómodo, complaciente con el poder. Hemos contemplado en acción a una ministra que decía con honestidad lo que pensaba en cada momento, una cosa muy rara de ver en política. Y aún más raro: que después de decir lo que pensaba obraba en consecuencia. No sabemos aún si vamos a tener tanta suerte con la recién nombrada Ana Redondo.

 

Imagino que gobernar un país es dificilísimo, y más con este clima de tensión. Imagino que cuando todo el mundo parece estar a la que salta, se tiene que hacer un poco cuesta arriba tener como ministra a una señora que menciona en el Congreso sin despeinarse la cultura de la violación, pillando a todo el mundo con el pie cambiado porque no conocían el concepto y pensaron que los estaban acusando de algo muy chungo. Imagino que es un rollo tener que escuchar todos los días y a todas horas que esto y aquello son cosas machistas, “¿pero es que ya no hago nada bien?”, se estarán preguntando todos los hombres de España, “¿es que ahora todo es patriarcado?”, “¿no van a dejar nunca de afearme cada cosa que digo sin mala intención?”.

 

Imagino que con la que está cayendo ahora tampoco estamos para hablar del genocidio que está cometiendo Israel contra Palestina, o de los empresarios sin escrúpulos que explotan a los trabajadores con impunidad en nuestro país y pretenden condicionar la realidad política a base de chantajitos. Imagino que estar metido en estos berenjenales todo el tiempo es agotador, y lo digo sin ironía.

 

Si yo tuviera que ser ministra o presidenta del Gobierno un solo día de mi vida me volvería loca, no podría soportar tanta presión. Precisamente por eso, valoro a la gente que no solo se atreve a ponerse ahí, sino que además está dispuesta a quemarse dando la cara por las causas correctas, por todo aquello en lo que cree. Sabiendo que el único pago que recibirá a cambio será convertirse en veneno para las papeletas y en carne de mofa en la calle. Pero sabiendo también que, con suerte, gracias a ese sacrificio, dentro de diez o quince años las siguientes generaciones tendrán plenamente normalizado todo aquello que hoy escandaliza tanto, como en su momento escandalizaron el sufragio femenino, el matrimonio igualitario o la jornada de ocho horas.

 

El nuevo Gobierno de Pedro Sánchez tiene un millón de retos por delante, algunos más acuciantes que otros. Pero haber renunciado de partida a la batalla ideológica, esto es, a seguir derribando a patadas ciertos marcos mentales, no es la mejor manera de empezar.

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