UN GOBIERNO PARA LOS AMIGOS DE PEDRO
No desdeño el
consenso, y conozco la capacidad de abrir puertas que tiene una cara amable,
pero algunos de los marcos mentales contra los que peleamos son tan estrechos
que solo cabe derribarlos a patadas
ADRIANA
T.
Ustedes se habrán dado cuenta igual que yo: ‘polarización’ se ha convertido en la palabrota de moda en el último año. Su ubicuidad es desquiciante, lo mismo te la clava un politólogo experto durante la emisión del Telediario de RTVE, que la mete con calzador en todos sus vídeos uno de esos gurús youtubers mientras te da la chapa sobre el peligro de las redes sociales y la necesidad de hacer ayunos de dopamina.
Lo recuerdo mal porque entonces yo era más joven, más ingenua y tenía menos acceso a internet que ahora, pero la última etapa del Gobierno de Zapatero también estuvo marcada por un palabro muy parecido: crispación.
Crispación y
polarización no significan lo mismo, pero vienen a decir algo muy parecido: que
estamos molestando a ciertas personas importantes –y de derechas– con nuestras
cosas y eso no puede ser. Por ejemplo, no hubo crispación ni polarización
cuando bajo el Gobierno de M. Rajoy se alcanzaron máximos terroríficos en las
tasas de desempleo o de pobreza, porque fracturar a la sociedad y dividirla
entre los que consiguen comer y los que tienen que rebuscar sobras en la basura
no es ni la cuarta parte de problemático que amnistiar a peña sin delitos de
sangre o pedirles a los hombres que por favor dejen de apalearnos, violarnos y
acosarnos.
La solución ante la
polarización creciente en nuestra sociedad es buscar el punto medio, pues es
ahí donde uno hallará siempre la virtud
La solución ante la
polarización creciente en nuestra sociedad no es alinearse con los derechos
humanos y defender los valores de la justicia social sino, como es obvio,
buscar el punto medio, pues es ahí donde uno hallará siempre la virtud. No hay
que ser ni de izquierdas ni de derechas, ni racista ni antirracista, ni
feminista ni machista, no hay que estar a favor de que todos los niños tengan
garantizadas tres comidas equilibradas al día ni tampoco todo lo contrario. Ya
lo van pillando. La mesura, la templanza, las buenas formas, pedirlo todo por
favor y dar después las gracias: así es como se conquistan los avances sociales
importantes, tal y como demuestra un recorrido rápido a los últimos 150 años de
nuestra historia.
Con el feminismo,
por ejemplo, es especialmente importante hacer avances despacio, sin prisa, sin
molestar a nadie. Lo sabe bien nuestro recién investido presidente del
Gobierno, a quien sus amigos se quejaban, y con toda la razón, de que Irene
Montero les inspiraba miedito.
El otro día dije
algo muy obvio en mis redes sociales, que sin embargo suscitó un apoyo masivo
por parte de la gente que lo leyó: que esas cosas tan temibles y que tanto han
molestado del Ministerio de Igualdad pasarán a ser consideradas de sentido
común en cuestión de unos quince años. Lo dije mientras pensaba en la hilaridad
y las burlas crueles que suscitaron en su día la ministra Aído o la paridad en
el Gobierno de Zapatero, que hoy ya nadie en su sano juicio cuestiona. Hasta en
Vox tienen mujeres con carguito. Incluso les permiten hablar en público y
–supongo– tomar decisiones de mando.
Hemos tenido un Ministerio de Igualdad que ha
renunciado a mantener un perfil bajo, cómodo, complaciente con el poder
No desdeño el
consenso, y conozco la capacidad de abrir puertas que tiene una cara amable,
pero algunos de los marcos mentales contra los que peleamos son tan estrechos
que solo cabe derribarlos a patadas. El machismo que se filtra e impregna cada
una de las capas de nuestra sociedad es uno de esos marcos, aunque no el único.
Con sus aciertos y errores, durante los últimos casi cuatro años hemos tenido
un Ministerio de Igualdad que ha renunciado a mantener un perfil bajo, cómodo,
complaciente con el poder. Hemos contemplado en acción a una ministra que decía
con honestidad lo que pensaba en cada momento, una cosa muy rara de ver en
política. Y aún más raro: que después de decir lo que pensaba obraba en
consecuencia. No sabemos aún si vamos a tener tanta suerte con la recién
nombrada Ana Redondo.
Imagino que
gobernar un país es dificilísimo, y más con este clima de tensión. Imagino que
cuando todo el mundo parece estar a la que salta, se tiene que hacer un poco
cuesta arriba tener como ministra a una señora que menciona en el Congreso sin
despeinarse la cultura de la violación, pillando a todo el mundo con el pie
cambiado porque no conocían el concepto y pensaron que los estaban acusando de
algo muy chungo. Imagino que es un rollo tener que escuchar todos los días y a
todas horas que esto y aquello son cosas machistas, “¿pero es que ya no hago
nada bien?”, se estarán preguntando todos los hombres de España, “¿es que ahora
todo es patriarcado?”, “¿no van a dejar nunca de afearme cada cosa que digo sin
mala intención?”.
Imagino que con la
que está cayendo ahora tampoco estamos para hablar del genocidio que está
cometiendo Israel contra Palestina, o de los empresarios sin escrúpulos que
explotan a los trabajadores con impunidad en nuestro país y pretenden
condicionar la realidad política a base de chantajitos. Imagino que estar
metido en estos berenjenales todo el tiempo es agotador, y lo digo sin ironía.
Si yo tuviera que
ser ministra o presidenta del Gobierno un solo día de mi vida me volvería loca,
no podría soportar tanta presión. Precisamente por eso, valoro a la gente que
no solo se atreve a ponerse ahí, sino que además está dispuesta a quemarse dando
la cara por las causas correctas, por todo aquello en lo que cree. Sabiendo que
el único pago que recibirá a cambio será convertirse en veneno para las
papeletas y en carne de mofa en la calle. Pero sabiendo también que, con
suerte, gracias a ese sacrificio, dentro de diez o quince años las siguientes
generaciones tendrán plenamente normalizado todo aquello que hoy escandaliza
tanto, como en su momento escandalizaron el sufragio femenino, el matrimonio
igualitario o la jornada de ocho horas.
El nuevo Gobierno
de Pedro Sánchez tiene un millón de retos por delante, algunos más acuciantes
que otros. Pero haber renunciado de partida a la batalla ideológica, esto es, a
seguir derribando a patadas ciertos marcos mentales, no es la mejor manera de
empezar.
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