LOS PATRIOTAS
GERARDO
TECÉ
Pedro Sánchez, durante
su visita al Paso de Rafah, entre Gaza
y Egipto. / Moncloa
(Borja Puig de la Bellacasa)
El pasado 12 de octubre, entre desfiles militares y gritos contra el presidente del Gobierno, se hizo viral en redes un vídeo grabado en una tienda de Madrid especializada en ropa y complementos para los muy españoles. Uno entraba en la tienda y era recibido, como no podía ser de otro modo, por el himno nacional. Tras recomponerse la piel erizada de la emoción, uno acudía a las estanterías del establecimiento y allí podía encontrar camisas, polos, camisetas, sudaderas, pantalones, zapatillas, zapatos, bolsos o cinturones convenientemente tuneados con los gloriosos colores rojigualdas. El dueño del negocio, rodeado de clientes que, por ser festivo no tenían ese día clases en el ESADE, explicaba a cámara que no puede uno ser patriota si no lo demuestra con su vestimenta. Y él, como buen español y emprendedor, le había aportado a la sociedad una enorme capacidad para imprimir banderitas allá donde había un centímetro cuadrado de tejido disponible. Los clientes, mirando a cámara, se declaraban emocionados por tal derroche de españolidad y dispuestos a dejarse un buen pellizco en todas esas prendas fabricadas en China, porque una cosa es ser patriota y otra, que se lo pregunten al dueño, no saber de margen de beneficios.
El Noviembre
Nacional arrancó con la defensa de España y acaba con la defensa del Israel que
ataca a España. El patriotismo es una caja de sorpresas. Tras viajar Pedro
Sánchez a Israel y decirle a Netanyahu que, visto desde fuera, asesinar a miles
de niños y civiles palestinos no parecería la forma más ortodoxa ni efectiva de
lucha contra el terrorismo, el Estado sionista ha declarado a España amigo del
terrorismo. Toma ya. Tracatrá. Que si venga aquí el embajador que le vamos a
decir un par de cosas, que si hay que ver cuánto se odia a los israelíes, que
si la abuela fuma y mientras fuma y lanza misiles no le gusta que le molesten.
Una acusación, la de la connivencia española con el terrorismo, que no puede
sorprenderle a nadie viniendo de quien juega a hacer diana en hospitales
repletos de heridos. Como tampoco sorprende que los patriotas españoles,
colocados en la tesitura de elegir entre defender a la España en la que no
gobiernan o a un país extranjero que ataca a esa España, siempre elijan lo
segundo. El patriotismo español, como la fruta, es cosa de temporada.
El Noviembre
Nacional arrancó con la defensa de España y acaba con la defensa del Israel que
ataca a España
No es la primera ni
será la última vez que asistimos a cómo tipos que portan más banderas de España
en su cuerpo que pegatinas un coche de Fórmula 1 deciden ir contra España.
Suele pasar en asuntos de importancia y los ejemplos recientes son variados. Si
España echa un pulso en Europa para que la excepción ibérica nos permita
abaratar el coste de la luz, los patriotas se sitúan del lado de los países que
se oponen a que España gane el pulso. Si España se convierte en ejemplo
internacional de vacunación contra la covid, los patriotas hablan de desastre
de gestión. Si el Parlamento español ejerce su soberanía aprobando leyes que
suben los sueldos y pensiones de los españoles, los patriotas no sólo votan en
contra, sino que se van a Bruselas a pedir que se impongan sanciones a España.
Si el nazi holandés gana unas elecciones asegurando ante los ciudadanos de los
Países Bajos que los vagos españoles son adictos a la siesta y ens roban, ahí
están los patriotas españoles para felicitar los primeros al nazi sin
importarles demasiado las banderitas que adornan sus cuerpos. Si un millonario
se lleva el dinero fuera y deja de contribuir a la patria, los patriotas
aplauden argumentando que la redistribución de la riqueza y la intervención del
Estado son cosas de comunistas y que un buen español no quiere saber nada de
intervención ni de comunismo –exceptuando los sueldos públicos vitalicios de las
expresidentas liberales y los productos made in China–.
Uno a veces se
pregunta qué es ser patriota, si tenemos en cuenta el comportamiento de los
patriotas. Descartado que el patriotismo consista en defender a tu país de
ataques injustos, descartado también que el patriotismo tenga nada que ver con
contribuir al bienestar de los ciudadanos, sólo nos quedan la ropa y los
complementos. Es decir, ser patriota es cuestión de pulseras con bandera. Un
acto homeopático similar al uso de la Power Balance a la que Machado hubiera
citado en sus textos para definir de qué va este asunto. Quizá, tras la
sobredosis de banderas vacías que cuelgan de muñecas, polos, balcones, plazas y
avenidas, la única conclusión certera sea que el patriotismo, es decir, el amor
por tu tierra, consista en hacer lo posible por evitar que quienes se llaman
patriotas gobiernen la patria.
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