LA NOVELA RETRATO EN LA PARED
SERÁ PRESENTADA EL PRÓXIMO 1 DE DICIEMBRE EN EL PUERTITO DE GÜÍMAR
Esta
publicación, que cuenta con el patrocinio del área de Cultura del Ayuntamiento
de Güímar, cuenta la historia de dos pescadores del Puertito, Tomás y Gregorio
Díaz Bethencourt
C.D.G.
Ilustrador de portada Fernando Larraz
La novela Retrato en la pared es la historia coral de muchos de esos retratos en la pared, los retratos de los abuelos, de las abuelas, de los padres y madres que se fueron a la guerra, que fueron arrastrados por esa contienda y que jamás volvieron. Y los que regresaron nunca fueron los de antes. Esta novela de la periodista Concha de Ganzo, editada por LeCanarien, será presentada el próximo 1 de diciembre en el local social del Puertito de Güímar.
Sobre el escenario de la
Guerra Civil española se suceden las vidas de personajes reales como Tomás y su
hermano Gregorio, dos pescadores del Puertito que lucharon en el frente con las
tropas de Franco. En Canarias la mayoría luchó en el bando de los sublevados,
eso no significó que todos fueras fascistas. También lo hizo un joven zapatero
de Lanzarote, que formó parte de la quinta del biberón y que pensó que debía
empuñar las armas para salvar la moral cristiana, en peligro ante el empuje
desbocado de los rojos. Después todo cambió. En aquel trasiego de soldados,
muertos, escasez, hambre, el zapatero se dio cuenta que en los campos de
batallas no existían buenos y malos, ni rojos ni azules, solo vio y rezó por
todos los cadáveres sin nombre.
En este engranaje, en
este puzle de personajes que van conformando la novela hay cabida para un
triángulo amoroso, protagonizado por una maestra vasca socialista, un canario
del Puertito de Güímar, y un joven republicano de Valencia. A través de esta
sucesión de relatos se asiste a la vida cotidiana de una familia franquista, un
soldado que se niega a formar parte de un pelotón de fusilamiento y los otros.
Todos aquellos pobres de solemnidad que antes y después de la guerra siguieron
sufriendo. Sobre todo, las mujeres. Las madres, esposas y hermanas del bando de
los vencidos.
Una familia del Puertito
de Güímar
Julián Díaz Marrero y
Celia Bethencourt García llegaron a tener trece hijos. Las enfermedades y
seguramente las carencias de aquellos años acabaron por dejar a la pareja con
solo nueve. El mayor era Tomás. Y Tomás se encargó del cuidado de todos, de
vigilarlos, de procurar que aquella casa siguiera funcionando y de ayudar a sus
padres en lo que podía.
Julián Díaz y su mujer
Celia vivían en el Puertito de Güímar en una casa pequeña, una casa pintada de
blanco de esas que están tan cerca de la playa que, por las noches, cuando la
marea sube, es fácil escuchar el batir de las olas debajo de la ventana.
Julián salía a pescar con
una chalana mínima y Celia lo esperaba en la playa para recoger el pescado y
salir corriendo a venderlo por los pueblos vecinos. Poco a poco a esta intensa
tarea se fueron sumando sus hijas, mientras los chicos ayudaban al padre o
trataban de encontrar otros trabajos en las fincas de los grandes señores del
Valle.
En 1936 triunfa el
alzamiento nacional en Canarias y son muchos los canarios que tienen que
subirse a un barco abarrotado y salir rumbo a un lugar desconocido de la
península.
Tomás Díaz Bethencourt
fue el primero en marcharse: “Una mañana, una patrulla de militares pasó por su
casa y se lo llevó. Su madre se había quedado muy mal con su marcha. Tomás no
ha dejado de verla, de imaginar, una y otra vez, aquella imagen borrosa: en
medio de la calle, vestida de negro, encogida, con una mano sobre la boca, tal
vez tratando de impedir que saliera el grito desesperado que la mataba por
dentro. Así se quedó Celia, hasta que el
camión se perdió. Dejó de verse. Atrapado en la nada”.
Meses después vendrían
por Goyito. Por eso Tomás insistía en escribir a sus padres, cartas inventadas
en las que contaba que estaba bien. Aunque no fuera verdad.
Goyito apenas había
cumplido 18 años y tuvo que marcharse a la guerra. Para Goyito subirse a aquel
barco que lo llevaba a la península sólo fue la oportunidad que le daba la vida
de reencontrarse con Tomás. Eso pensó, y por eso durante todo el conflicto
intentó salir adelante sin disparar un tiro. Recorría lo pueblos tratando de
encontrar comida, chorizos, morcillas, lo que fuera con tal de salir adelante.
Él estaba acostumbrado a eso, su familia siempre fue una familia de
supervivientes.
Una noche escucha a los
mandos que a la mañana siguiente van a formar un pelotón para fusilar a unos
desertores y a un grupo de republicanos que mantenían cautivos. Goyito coge un
tornillo recubierto de herrumbre y se hurga en una vieja herida, hasta que
brota la sangre. Él estaba allí para reencontrarse con su hermano y no para
matar a otros hombres mirando sus caras. El sargento le dijo que esta vez se
libraba.
Al final el carismático
Goyito terminó por descubrir que la península era demasiado grande para
encontrar a Tomás. Y estuvieron cerca. Tomás luchó, o mejor estuvo en el frente
de Teruel y Goyito en la batalla del Ebro.
Las mujeres
La guerra y la posguerra
fue especialmente despiadada con las mujeres. En la novela se cuentan varios
casos, como el de la maestra lanzaroteña Micaela Bethencourt Fontanills. Su
delito había sido excitar a la rebelión. Y fue condenada a cumplir una pena de
seis años y un día. Entonces no era suficiente con enviarlas a la cárcel, las
trasladaban a prisiones en la península. Micaela pasó por centros
penitenciarios en Madrid, Durango y San Sebastián en el País Vasco.
Quizás uno de los casos
más aterradores fue el que vivió Isabel Piñero, su bebé y su hermana pequeña
Carmen de 15 años trasladadas a la prisión vasca de Ondarreta. La mujer del
sindicalista Miguel Campos de Güímar no sólo fue detenida sin cargo alguno, tal
como recoge la documentación que se conserva en el registro de San Sebastián,
sino que tuvo que pasar varios años alejadas de su familia y de sus hijas
mayores que permanecieron en Tenerife al cuidado de sus abuelos.
Teresa Campos recordaba
que su madre jamás quiso hablar de aquellos años en Ondarreta, salvo alguna vez
que se puso enferma y la fiebre la llevó a dar gritos de angustia pensando que
en cualquier momento la podrían matar, a ella, a su hija y a su hermana. Y así
aparece descrita en la novela cómo pasaron alguna de aquellas noches en la
llamada cárcel del salitre en San Sebastián: “En el segundo piso, en el
pabellón de las presas con hijos a su cargo, la pequeña Teresa Campos empezó a
gimotear. Isabel cada vez tenía menos leche para darle. Trató de mecerla, de
cantarle una canción. Su hermana Carmen se había despertado, las dos mujeres se
miraron a los ojos y se pusieron a llorar”.
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