martes, 14 de noviembre de 2023

EL DEDO ROTO DE FEIJÓO

 

EL DEDO ROTO DE FEIJÓO

Tras la investidura, descubriremos si el tratamiento será terapia de choque a lo Capitolio o, como Feijóo, usted y yo querríamos, que el PP pudiese seguir tocando España unos años más

GERARDO TECÉ

Alberto Núñez Feijóo saluda a la multitud durante las protestas

contra la amnistía del 12 de noviembre. / PP

El chiste es tan malo como la mala política. Un tipo llega al médico y le dice que está muy preocupado porque si se toca el brazo le duele, si se toca la frente le duele y si se toca la oreja también le duele. El médico le responde que tiene el dedo roto y que deje de tocar. Fin de semana grande para Feijóo. Tal vez el último fin de semana grande de una road movie que comenzó en febrero del año pasado cuando a Pablo Casado, que dios lo tenga en su gloria, se le ocurrió confundir libertad con enchufismo y Feijóo se tuvo que desplazar a Madrid a hacer el levantamiento de cadáver y salvar al PP de las encuestas. Tras el fracaso en las urnas, su misión ahora es salvarse a sí mismo, así que Feijóo hace de anfitrión en las masivas protestas contra un gobierno que aún no se ha configurado y al que el gallego le pide que convoque elecciones.

 Que un Gobierno en funciones no pueda hacer eso o que las elecciones acaben de celebrarse, a estas alturas ya es lo de menos. Con un tono que ya no es político, sino de invitado a Sálvame Deluxe, Feijóo denuncia que Pedro Sánchez está lleno de codicia, que ha comprado su investidura, que no le preocupa España, sino él mismo, y que está destruyendo la democracia española. El asunto central de estas protestas es la futura ley de amnistía aún no presentada. Se hace necesario recordarlo, ya que los cánticos de los manifestantes que rodean a Feijóo denuncian que Irene Montero es una puta, que Marlaska es maricón o que la esposa del presidente en funciones es un hombre, así que el ojo poco entrenado en la España de bien podría confundirse. Estas protestas en las que el machismo, la homofobia o el Cara al sol campan a sus anchas son las protestas pacíficas. Luego están las otras. Las que consisten en apedrear a una policía nacional que está obcecada, denuncia Abascal, en impedir que se le pueda meter fuego a la sede del PSOE para defender así la democracia y la convivencia.

 

Tras este fin de semana, a Feijóo se le acaba la linde. Cuando denuncias que España se rompe y lo haces de la mano de quienes corean que al presidente del Gobierno hay que fusilarlo en un paredón como en los buenos tiempos, ya queda poco margen. Tan poco que el siguiente paso es o dar por finalizada la road movie y dar paso a los créditos, o declararte oficialmente uno de ellos, subirte a una farola y ponerte a cantar que España es cristiana y no musulmana. Borbón masón, saluda al campeón. Lo cual, además de invadir la finca del socio Abascal, que sabemos que va armado, sería un mal negocio: ya se sabe que la gente prefiere el original a la copia. Entonces, ¿ahora qué? Pues ahora a seguir tocando cosas con el dedo roto, si es que Ayuso y la situación lo permiten. A seguir asegurando que España se encuentra al borde del precipicio durante lo que dure la legislatura. No estamos ante nada que no hayamos vivido una y otra vez. Pregúntenle a Rajoy. Si no lo recuerdan se lo presento. Como Feijóo, Rajoy era un señor gallego al que le ofrecieron mudarse a La Moncloa sin despeinarse. Como Feijóo, Rajoy fue derrotado en las urnas. Como Feijóo, Rajoy vendía moderación, pero se vio obligado a comprar crispación para sobrevivir de los suyos. En lo que duraron los fracasos electorales de Rajoy, asistimos en primera fila a cómo quienes habían ganado en las urnas a aquel otro gallego destruían España entregándosela a ETA. A cómo Navarra era puesta en venta en Milanuncios destruyéndose España por un lugar novedoso hasta entonces. A cómo desaparecía la institución de la familia o adoctrinaban a los niños en los colegios explicándoles que el semáforo se cruza en verde, que ser homosexual no es un problema y que hay que comer fruta y verdura. Hoy, con España situada en el mismo lugar del mapa incluyendo a Navarra, con ETA desaparecida y con el senador popular Javier Maroto felizmente casado con su marido, sabemos que no se trataba de España sino del dedo roto de Rajoy.

 

Ese dedo roto tocando asuntos y asegurando que duelen debería guiar el futuro político de Feijóo como guió a Rajoy, pero en esta ocasión nos encontramos con dos novedades importantes. La primera es que a Feijóo, además de su propio dedo, le marcará el ritmo una ultraderecha desatada en todas sus vertientes políticas, mediáticas y judiciales. Es decir, Feijóo tendrá menor margen para decidir qué cosa toca asegurando que está rota del que tuvo su antecesor en esto de la frustración. La segunda novedad tiene que ver con la ciencia de la toxicología. El uso de cualquier sustancia tóxica lleva al cuerpo a necesitar cada vez una dosis mayor para quedar satisfecho. Y la derecha, adicta a esnifar ruptura de España por las mañanas desde que el culo de Aznar fue pateado en 2004, tiene ya poco margen de satisfacción. Tras pedir el fusilamiento de aquel al que los más moderados llaman presidente ilegítimo que destruye la democracia cada vez que gana unas elecciones en las urnas, ¿qué nos queda? Sabemos que en Estados Unidos y Brasil los problemas de adicción y la necesidad de aumento de dosis acabaron con un intento de asalto violento a las instituciones. En España este miércoles y jueves se celebrará la sesión de investidura para renovar en el cargo de presidente a quien pretende destruir la nación y por ello debería ir al paredón, oé, oé, oé. Una semana tras la que ustedes, yo mismo y Feijóo descubriremos si el tratamiento será terapia de choque a lo Capitolio o, como Feijóo, usted y yo querríamos, que el PP pudiese seguir tocando España con su dedo roto y sin sobresaltos unos años más. Ojalá dependiera de Feijóo, de usted o de mí, pero ya sólo depende de la derecha real, una masa que grita que Begoño no tiene coño mientras reza el rosario frente a la sede del PSOE como argumento central para discutir el encaje constitucional de la amnistía en nuestro ordenamiento legal.

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