EL DEDO ROTO DE FEIJÓO
Tras la
investidura, descubriremos si el tratamiento será terapia de choque a lo
Capitolio o, como Feijóo, usted y yo querríamos, que el PP pudiese seguir
tocando España unos años más
GERARDO TECÉ
Alberto Núñez Feijóo saluda a la multitud durante las protestas
contra la amnistía del 12 de noviembre. / PP
El chiste es tan malo como la mala política. Un tipo llega al médico y le dice que está muy preocupado porque si se toca el brazo le duele, si se toca la frente le duele y si se toca la oreja también le duele. El médico le responde que tiene el dedo roto y que deje de tocar. Fin de semana grande para Feijóo. Tal vez el último fin de semana grande de una road movie que comenzó en febrero del año pasado cuando a Pablo Casado, que dios lo tenga en su gloria, se le ocurrió confundir libertad con enchufismo y Feijóo se tuvo que desplazar a Madrid a hacer el levantamiento de cadáver y salvar al PP de las encuestas. Tras el fracaso en las urnas, su misión ahora es salvarse a sí mismo, así que Feijóo hace de anfitrión en las masivas protestas contra un gobierno que aún no se ha configurado y al que el gallego le pide que convoque elecciones.
Que un
Gobierno en funciones no pueda hacer eso o que las elecciones acaben de
celebrarse, a estas alturas ya es lo de menos. Con un tono que ya no es
político, sino de invitado a Sálvame Deluxe, Feijóo denuncia que Pedro Sánchez
está lleno de codicia, que ha comprado su investidura, que no le preocupa
España, sino él mismo, y que está destruyendo la democracia española. El asunto
central de estas protestas es la futura ley de amnistía aún no presentada. Se
hace necesario recordarlo, ya que los cánticos de los manifestantes que rodean
a Feijóo denuncian que Irene Montero es una puta, que Marlaska es maricón o que
la esposa del presidente en funciones es un hombre, así que el ojo poco
entrenado en la España de bien podría confundirse. Estas protestas en las que
el machismo, la homofobia o el Cara al sol campan a sus anchas son las
protestas pacíficas. Luego están las otras. Las que consisten en apedrear a una
policía nacional que está obcecada, denuncia Abascal, en impedir que se le
pueda meter fuego a la sede del PSOE para defender así la democracia y la
convivencia.
Tras este fin de
semana, a Feijóo se le acaba la linde. Cuando denuncias que España se rompe y
lo haces de la mano de quienes corean que al presidente del Gobierno hay que
fusilarlo en un paredón como en los buenos tiempos, ya queda poco margen. Tan
poco que el siguiente paso es o dar por finalizada la road movie y dar paso a
los créditos, o declararte oficialmente uno de ellos, subirte a una farola y
ponerte a cantar que España es cristiana y no musulmana. Borbón masón, saluda
al campeón. Lo cual, además de invadir la finca del socio Abascal, que sabemos
que va armado, sería un mal negocio: ya se sabe que la gente prefiere el
original a la copia. Entonces, ¿ahora qué? Pues ahora a seguir tocando cosas
con el dedo roto, si es que Ayuso y la situación lo permiten. A seguir
asegurando que España se encuentra al borde del precipicio durante lo que dure
la legislatura. No estamos ante nada que no hayamos vivido una y otra vez.
Pregúntenle a Rajoy. Si no lo recuerdan se lo presento. Como Feijóo, Rajoy era
un señor gallego al que le ofrecieron mudarse a La Moncloa sin despeinarse.
Como Feijóo, Rajoy fue derrotado en las urnas. Como Feijóo, Rajoy vendía
moderación, pero se vio obligado a comprar crispación para sobrevivir de los
suyos. En lo que duraron los fracasos electorales de Rajoy, asistimos en
primera fila a cómo quienes habían ganado en las urnas a aquel otro gallego
destruían España entregándosela a ETA. A cómo Navarra era puesta en venta en
Milanuncios destruyéndose España por un lugar novedoso hasta entonces. A cómo
desaparecía la institución de la familia o adoctrinaban a los niños en los
colegios explicándoles que el semáforo se cruza en verde, que ser homosexual no
es un problema y que hay que comer fruta y verdura. Hoy, con España situada en
el mismo lugar del mapa incluyendo a Navarra, con ETA desaparecida y con el
senador popular Javier Maroto felizmente casado con su marido, sabemos que no
se trataba de España sino del dedo roto de Rajoy.
Ese dedo roto
tocando asuntos y asegurando que duelen debería guiar el futuro político de Feijóo
como guió a Rajoy, pero en esta ocasión nos encontramos con dos novedades
importantes. La primera es que a Feijóo, además de su propio dedo, le marcará
el ritmo una ultraderecha desatada en todas sus vertientes políticas,
mediáticas y judiciales. Es decir, Feijóo tendrá menor margen para decidir qué
cosa toca asegurando que está rota del que tuvo su antecesor en esto de la
frustración. La segunda novedad tiene que ver con la ciencia de la toxicología.
El uso de cualquier sustancia tóxica lleva al cuerpo a necesitar cada vez una
dosis mayor para quedar satisfecho. Y la derecha, adicta a esnifar ruptura de
España por las mañanas desde que el culo de Aznar fue pateado en 2004, tiene ya
poco margen de satisfacción. Tras pedir el fusilamiento de aquel al que los más
moderados llaman presidente ilegítimo que destruye la democracia cada vez que
gana unas elecciones en las urnas, ¿qué nos queda? Sabemos que en Estados
Unidos y Brasil los problemas de adicción y la necesidad de aumento de dosis
acabaron con un intento de asalto violento a las instituciones. En España este
miércoles y jueves se celebrará la sesión de investidura para renovar en el
cargo de presidente a quien pretende destruir la nación y por ello debería ir
al paredón, oé, oé, oé. Una semana tras la que ustedes, yo mismo y Feijóo
descubriremos si el tratamiento será terapia de choque a lo Capitolio o, como
Feijóo, usted y yo querríamos, que el PP pudiese seguir tocando España con su
dedo roto y sin sobresaltos unos años más. Ojalá dependiera de Feijóo, de usted
o de mí, pero ya sólo depende de la derecha real, una masa que grita que Begoño
no tiene coño mientras reza el rosario frente a la sede del PSOE como argumento
central para discutir el encaje constitucional de la amnistía en nuestro ordenamiento
legal.
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