LA POLÍTICA DE LA
ARENGA
El dilema sigue siendo: o una España que se cierra,
expulsiva, o una España abierta, inclusiva, donde la costumbre no sea el
incesante acometer
MANUEL RIVAS
Al término de la investidura de Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados, se vio que el opositor Feijóo, con gesto enojado, murmuraba algo para sí que nadie pudo oír. “La verdad nace de la imaginación”, escribió Ursula K. Le Guin. Así que, por medio de la imaginación literaria popular, les voy a revelar lo que dijo el líder de las derechas y fracasado. Va el relato. Había un labrador que estaba enfurecido con su vecino. ¿Por qué sus vacas daban más leche y sus abejas más miel? ¿Por qué en su huerta había más fruta? ¿Por qué las cosechas del otro eran mejores siendo las tierras colindantes? Cada día más enconado, decidió hacer un pacto con el demonio. Y Belcebú aseguró que, con él, iba a conseguir lo que tanto deseaba. Ocurrió que el vecino acudió a una feria y tuvo un accidente de automóvil. Tiempo después, nuestro hombre vio que se acercaba un taxi a la aldea. Cuando se detuvo, el conductor abrió una puerta trasera y lentamente, con mucha dificultad, bajó el vecino. Apoyado en unas muletas, echó a andar hacia la casa. Y nuestro hombre murmuró: “¡Qué bien cojea este cabrón!”
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Estos
días, cuando leo la información política, una vez superado el estupor, me viene
a la cabeza una frase de la poeta italiana Alda Merini: “Me gusta quien escoge
las palabras que no dice”. ¡Lo poco que se piensa lo que no se debe decir! La
argumentación necesita un tiempo de fermentación. En la actual política de
facción, con su acelerada codicia por tomar el poder, se va imponiendo la
impaciencia de la arenga. La incitación se impone a la reflexión. Un paradigma
de esta retórica de motocicleta con escape detonante puede ser el telladismo.
En poco tiempo, el diputado Miguel Tellado consiguió ser conocido en Madrid
como ventrílocuo que dice las palabras que Feijóo no dice. La última
declaración que anoté con caligrafía anonadada: “Pedro Sánchez debería irse de
este país en un maletero” (sic). Me volví a acordar de Alda Merini y también de
un letrero en un portal italiano: “Si prega di chiudere il portone con
educazione”. Esa es la clave para abrir o cerrar una puerta. La educación.
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En
el Quijote hay dos alusiones directas a la consigna “¡Santiago
y cierra España!”. Y las dos son de factura irónica, esa cualidad que hace una
obra atemporal. La primera aparece en el capítulo III de la segunda parte, allí
donde Sancho dice al bachiller Carrasco: “Sí, que hay tiempos de acometer y
tiempos de retirar y no ha de ser todo ‘Santiago y cierra España’”. Y la otra,
también en la segunda parte, capítulo LVIII, de nuevo el genial Sancho:
“Querría que vuestra merced me dijese qué es la causa porque dicen los
españoles cuando quieren dar alguna batalla, invocando aquel San Diego
Matamoros: ‘¡Santiago, y cierra, España!’. ¿Está por ventura España abierta y
de modo que es menester cerrarla, o qué ceremonia es esta?”. En los políticos y
altavoces mediáticos de la impaciencia extrema, se reconoce un trazo común: el
malhumor de la gente que no parece haber leído o aprendido nada del Quijote. Las
élites de la Gran Acometida en España son muy poco cervantinas. Porque el
dilema sigue siendo: o una España que se cierra, expulsiva, o una España
abierta, inclusiva, donde la costumbre no sea el incesante acometer.
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El
escrúpulo (de ‘scrupulus’, diminutivo de ‘scrupus’) era una
piedrecilla, como una china en el zapato, que en la antigua Roma tomó el
significado de una unidad de peso y valor que equilibraba la balanza. Se puede
decir con precisión que estos jueces españoles que se manifiestan contra un
acuerdo democrático, participando en la política de la arenga y la Gran
Acometida, han perdido los escrúpulos.
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Esta
temporada, a los de la política de la arenga les está pasando lo que a aquel
central del Peñarol de Montevideo del que hablaba el genial Fontanarrosa. Entró
en el estadio con el apodo de El Hombre y salió con el alias
de El Hombre de Neardental.
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Hacia
el final del franquismo, en el ayuntamiento de A Coruña, el concejal de
Cultura, Deportes y Fiestas intentó afrontar los nuevos tiempos que se
atisbaban con una iniciativa de “participación ciudadana”. Pidió a asociaciones
y colectivos que le enviasen propuestas y luego convocó una reunión para
comentarlas. Se le veía muy contento: “¡Esto de la participación es fantástico,
qué cantidad de ideas! La verdad es que no sé cómo no lo habíamos ensayado
antes… Pero, claro, también algunas propuestas inaceptables. Por ejemplo, esta
obra de teatro, lo de ‘La Hostiada’, ¡esto no puede ser!”
El
representante del grupo de teatro le corrigió: “No, hombre, no es La Hostiada…
Es La Orestiada”.
“Pues,
¡peor aún!”, respondió el munícipe, con estilo de mando.
El
hombre de teatro no se arredró, lo miró fijamente y le dijo con tranquila
ironía: “¿Sabes una cosa? El monstruo que todos llevamos dentro, tú lo llevas
por fuera”.
Y
el concejal replicó molesto: “¡Ya empezamos con indirectas!”
Hoy,
tal vez, el personaje agradecería lo de “monstruo” como un elogio. Hay momentos
en que se jalea el carisma incívico. Estoy viendo la sonrisa triunfal de Milei,
motosierra social en ristre “¡Sí, soy un monstruo! ¿Y qué?”
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