MISMO ESCENARIO, NADA QUE VER
Aparentemente,
el tercer mandato de Sánchez arranca con un panorama idéntico al de la pasada
legislatura y, sin embargo, esta percepción no puede ser más errónea
GERARDO TECÉ
El presidente del
Gobierno, Pedro Sánchez, posa en La Zarzuela junto al rey y los nuevos
ministros tras prometer estos su cargo. / La Moncloa
La coalición de izquierdas ocupando el Gobierno y la derecha gritando contra ese Gobierno. Nada nuevo, en principio. Aparentemente, el tercer mandato de Sánchez arranca con un escenario idéntico al de la pasada legislatura y, sin embargo, esta percepción no puede ser más errónea. Un efecto óptico que nos distrae de las importantes novedades sobre la mesa. La XV legislatura empieza con lo que podríamos llamar dos grandes vectores de fuerza chocando entre sí, que a su vez encierran diferentes vectores chocando entre sí. A un lado, una derecha decidida a apostarlo todo, una legislatura más, a la crispación, que empieza a ser víctima de esa crispación. Cuando elevas el listón hasta el cielo, debes ser capaz de saltarlo. Semanas asegurando que la democracia española está cerrada por derribo ha generado relatos diferentes y difíciles de encajar para una derecha que se parte en dos mientras habla de una sola forma de entender España. Ayer, el PP votó en el Senado contra la moción presentada por la ultraderecha que exigía la ilegalización de los partidos independentistas.
Si hay un plan en
marcha para destruir España y ese plan está sustentado en esos partidos, tal y
como aseguran PP y Vox, ¿no va a hacer nada el principal partido de la
oposición para evitar la desaparición de la nación? Cuando pones el listón alto
debes explicar a continuación por qué no lo quieres saltar. La desunión de la
derecha llega a la calle. Las protestas frente a la sede del PSOE en Ferraz se
han convertido en un circo en el que el espectador puede observar con claridad
esta división. Las banderas con el escudo monárquico se mezclan con las
banderas de las que ha sido arrancado ese escudo. Los enfrentamientos entre
seguidores de PP y Vox han dejado ya de ser una novedad en los resúmenes de lo
mejor de la noche anterior. La policía, que en sus ratos libres se manifiesta
contra la amnistía como se manifiesta el Colegio de notarios o de
fisioterapeutas, cuelga vídeos en redes sociales señalando la presencia de
franquistas y demás violentos en las concentraciones. Y denunciando que la
Delegación del Gobierno les impide cargar contra ellos como se merecerían. Que
el principal beneficiado de las protestas ultras es Pedro Sánchez lo tiene
claro hasta el líder de Ultras Sur.
Los problemas
internos del vector derecho que alimenta la crispación no acaban aquí. En el
telediario de Antena 3, Vicente Vallés, portavoz del PP en las pasadas
elecciones, reprende a Feijóo por unas declaraciones en las que insinúa que el
presidente Sánchez tiene algún problema mental. Que nadie se confunda. No es
que don Vicente haga de escudo contra la estigmatización de los problemas de
salud mental. Tras esto está la mayor y más importante división de la derecha,
que es la que sucede dentro de la cabeza de Díaz Ayuso. A un lado, las ganas
irrefrenables de cortarle el cuello a Feijóo. Al otro, la precaución de
entender que aún no ha llegado el momento de hacerlo. Que Vallés reprenda a
Feijóo como se reprende a un niño maleducado nos da pistas de que la precaución
disminuye mientras aumentan las ganas. Y solo estamos en el día uno tras el
anuncio del nuevo Gobierno. Siguiendo con actores de la derecha, en Zarzuela
también hay problemas. Las fotos elegidas por la Casa Real en los actos de
nombramiento del nuevo Gobierno están condicionadas por esas banderas con la
corona real arrancada que ondean amenazantes frente a Ferraz. El gesto de
Felipe VI, al recibir a Sánchez para su toma de posesión del cargo de
presidente, es un gesto de seriedad estudiada. Es decir, Felipe VI, al que le
pagamos por sonreír y dar la mano, hace mal su trabajo a posta, a sabiendas de
que hay mucho en juego en esta crisis interna que sufre su formación política, que
es la derecha social. Entre otras cosas está en juego su propio reconocimiento
como rey. El listón colocado en el clásico ‘España se está rompiendo’ pone a
Felipe VI en epicentro de la ruptura. Es él quien da validez legal al mismo
Gobierno al que el apoyo sociológico de la monarquía define como ilegal. Buen
papelón. Lo único que parece tranquilo a la derecha es, en estos momentos, su
principal bastión político: la Justicia. Ahí la consigna de maniobrar como sea
necesario para desestabilizar al poder político –viva Montesquieu– parece firme
y consensuada. Salvo algún caso puntual –como el que sucedió días atrás cuando
la Audiencia Nacional tuvo que llamarle la atención al soldado García-Castellón
por falta de disimulo–, la unidad de la derecha parece asegurada. Tanto que la
decisión de Feijóo de intentar acabar la legislatura que arranca extendiendo la
situación de ilegalidad del CGPJ hasta los nueve años ha sido recibida con
alivio. Incumplir la Constitución es, en estos momentos, la única postura
consensuada dentro de una derecha que se manifiesta en las calles porque la
Constitución está en peligro.
Que Vallés reprenda
a Feijóo como se reprende a un niño maleducado nos da pistas de que la
precaución disminuye mientras aumentan las ganas
En el vector de la
izquierda las cosas no son más fáciles. Si la derecha ejerce fuerza en el
sentido de la crispación, la izquierda ejerce esa fuerza, lógicamente, en el
sentido de la estabilidad que le permita gobernar. Cualquiera que sepa de
física básica te dirá que la estabilidad es un estado milagroso de la
naturaleza, muy difícil de conseguir. Y que, para lograrlo, a veces, es
necesaria la participación de tensiones internas que se enfrenten entre sí
logrando un equilibrio que, si no es el deseado, al menos sea equilibrio. La
decisión de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz de expulsar a Podemos del gobierno se
ha tomado buscando una estabilidad que, de momento, ha resultado lo contrario.
Los morados ya no disimulan y se sitúan fuera de la órbita del entendimiento
PSOE-Sumar, mudándose a un tercer vector, fundamental para la estabilidad, que
es el formado por ERC, Bildu, PNV y Junts. Sánchez citó a Maquiavelo durante su
investidura y a continuación formó Gobierno, olvidando ese principio político
tan importante de que los enemigos, cuanto más cerca mejor. El nuevo Gobierno
de coalición, que nace con la antinatural vocación de pretender parecer de una
sola pieza, se va a encontrar con dos problemas. Uno a corto plazo y otro a
medio. El problema a corto plazo es que ese Gobierno cuenta, desde ya, con
cinco escaños menos, los de Podemos, con los que tendrá que pactar cada nueva
ley. El problema a medio plazo será que, de convertirse Sumar en ese apéndice
estabilizador del PSOE que no haga el ruido que Unidas Podemos hizo en la legislatura
anterior, el motor de izquierdas necesario para darle potencia ideológica al
gobierno corre el riesgo de gripar. No es más estable un gobierno de coalición
en sintonía y repleto de sonrisas que uno en el que sus partes claramente
diferenciadas muestren sus tensiones, si estas tienen que ver con la capacidad
y potencia de empuje. El problema a medio plazo se agudiza. Enterrado Podemos
en un funeral en el que no se ha permitido que el muerto estuviera presente, no
vaya a estar en realidad vivo, los morados son ahora mismo una especie de
espíritu que vaga y que podría hacerse carne y hueso en las próximas elecciones
europeas. Fue en unas elecciones europeas de hace nueve años cuando Podemos
surgió y es en las elecciones europeas de 2024 cuando Podemos podría resurgir
de nuevo. Si, como todo apunta, los morados acuden por separado a esta
convocatoria, la fuerza interna dentro de la izquierda, cuya medición se negó
en la formación del proyecto común de Sumar, podrá ser traducida a números.
¿Qué pasará si, tras la expulsión de Podemos, en esas elecciones descubriésemos
que quienes ya no cuentan con representación gubernamental en la izquierda
tuviesen, en realidad, mayor peso social que quienes sí están representados? En
el escenario del griterío de siempre sobre el que arranca este Gobierno, que
parece ser el mismo, están pasando y pasarán tantas cosas nuevas que es
recomendable no pestañear.
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