CUANDO LA ALTERNATIVA ES PEOR
JUAN CARLOS MONEDERO
'Fusilamiento
de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga', de Antonio Gisbert. / ©
Museo Nacional del Prado
El cierre del Gobierno y los primerísimos pasos dados por sus ministros y presidente permiten intuir que la coalición va a necesitar, más temprano que tarde, un repaso de chapa y pintura. Eso no es problemático, porque Sánchez es un experto en todo tipo de tuneos y, pese a que el panorama mediático está en descomposición por las peleas familiares y accionariales entre los empresarios de la comunicación, el flamante presidente más guapo de lo que queda de socialdemocracia hará valer su palmito. Y todos tan contentos. Un traje bien cortado o una carcajada a tiempo vale más que el anuncio desesperado de los apocalipsis del futuro.
Algo más complicado
son los necesarios ajustes de motor, propios de esa rara composición de gasoil,
gasolina y electricidad (lo de la bicicleta no cuela) que han ingeniado sus
hacedores. El primer Gobierno de coalición parecía un imposible y llegó a
puerto; el segundo, ha salido de astilleros anticipadamente y ojalá encuentre
el rumbo. Sabido es que Sánchez es experto en conducción temeraria, pero al
faltarle la caja de cambios morada, va a tener que ser cuidadosos para que la
carrera no se convierta en un derrapar constante, una serie atolondrada de
acelerones y frenadas y, sobre todo, una posible salida precipitada de la pista
que devuelva a la carrera a la derecha.
Porque la derecha
solo puede vivir de los errores del gobierno. El Partido Popular y Vox van a
seguir deteriorando las instituciones y su propio prestigio —basta ver las
meteduras de pata constantes de los peperos en Europa, a la que quieren
utilizar abusivamente como hacen con los jueces—, de manera que no les va a
resultar sencillo golpear al Gobierno solo ofertando políticas alternativas.
Por eso van a apretar para no perder el control de los medios. Sin El
hormiguero de Pablo Motos, sin Ana Rosa Quintana, Susana Griso, el telediario
de Vallés, las esquelas de El Mundo y el ABC y las homilías de Losantos, Carlos
Herrera y Alsina, ni el PP ni Vox durarían tres padrenuestros.
Tareas de la izquierda
La tarea que le
espera a Podemos, una vez superado el shock de la salida del Gobierno, es
clara: marcar el rumbo del Gobierno como si estuvieran dentro. No en vano, sin
los cinco diputados de Podemos, Pedro Sánchez no sería presidente. Pese al
tremendo error de dejarles fuera, Podemos —así lo ha expresado Ione Belarra—
deja atrás la ira y los reproches y comienza una nueva etapa de política
propositiva. Propuestas de futuro en un horizonte donde la economía va a dar un
giro y las mayorías van a volver a pagar los ajustes de lo gastado en la
pandemia. La despedida de los ministerios de Podemos ha estado sobreactuada.
Esas cosas deben quedar en el pasado. El papel futuro de Podemos reposa en su
capacidad de demostrarle al país que tiene alternativas mejores que las que
pueda desplegar el Gobierno. Y para ello, debe volver al diálogo permanente con
las calles y los movimientos sociales.
El alma liberal del
PSOE le va a jugar malas pasadas al Gobierno. Ahí está la nueva ministra de
Vivienda, apostando, como propietaria, por los propietarios de vivienda y no
por los inquilinos y los que siguen en casa de sus padres; o la ministra de
Igualdad, insistiendo en la división del feminismo por su parte más
tradicional. O el Ministerio del Interior, sin hacer propósito de enmienda, o
el de Justicia, al que hay que encontrarle la voluntad para poner en cintura al
inconstitucionalizado Consejo General del Poder Judicial y a los jueces del
lawfare.
Debates secretos en el Consejo de Ministros
¿Quién le va a
decir ahora a Sánchez nada en el Consejo de Ministros cuando su alma liberal —o
las inercias bipartidistas— hagan de las suyas?
Pablo Bustinduy
apunta, como siempre, buenas maneras, recordando en su arranque la condición
genocida de Israel y la radical importancia de las políticas sociales (no en
vano, siempre sintió muy dentro el 15M y, en un gesto de honestidad, prefirió
alejarse antes que tomar partido en las disputas internas de Podemos). Lo mismo
ocurre con Sira Rego, una mujer con un enorme compromiso de izquierda, que
tiene y quiere reconciliar las bases de Izquierda Unida con las políticas del
Gobierno (algo que no lograron, pese a su empeño, Alberto Garzón ni Enrique
Santiago). Yolanda Díaz, que ha sido mejor ministra de Trabajo que coordinadora
de Sumar, ha anunciado muchas veces que la confrontación no es lo suyo, de
manera que es más fácil prever mejoras en los derechos laborales que un empuje
general de izquierda en el Gobierno. Queda Ernest Urtasun, que si logra acabar
con la tauromaquia —Barcelona fue adelantada en esa dirección— y ayuda al
deporte femenino ya habrá cumplido en un Ministerio con escasas competencias.
Pero van a gestionar su áreas y es bastante probable que no entren a disputarle
al PSOE la errática política internacional que han desplegado Albares y
Borrell.
La política
internacional va a ser cada vez más importante, como ocurre siempre que la
economía capitalista está en crisis y los mercados mundiales se reacomodan.
Hasta ahora, el papel de España ha sido patético, subordinándose a las
necesidades geoestratégicas y económicas de los Estados Unidos y perdiendo la
oportunidad de haber sido cabeza de puente entre Europa, América Latina y el
mundo árabe (¿Hay que recordar el reconocimiento arrogante de Borrell y Albares
de Juan Guaidó? ¿O el abandono del Sáhara? ¿O la falta de contundencia para
defender la paz en Ucrania?).
El gesto con
Netanyahu del presidente Sánchez, acompañado del presidente belga, ha sido
positivo, aunque claramente insuficiente. Las peticiones de elogio por haberle
dicho a un matón que deje de matar no dejan de expresar la impotencia de la
política exterior europea. Nos contentamos con poco. ¿Por qué no lo mismo con
Netanyahu que con Putin? ¿Por qué no la ruptura de relaciones con Israel, el
embargo de armas y llevar a Netanyahu ante un Tribual Penal Internacional?
Porque si las imágenes de horror que hemos visto en Palestina las hubiera
cometido el ejército de Putin, el Ejército español estaría pegando tiros en
Ucrania.
La amnistía: desafío o problema
La amnistía se ha
gestionado muy mal. Como ocurre casi siempre con las relaciones desde el
Gobierno con el País Vasco y con Catalunya, todo se hace in extremis y a la
fuerza. Lo que tendría que presentarse como un avance democrático de una España
federal siempre se articula, por la falta de compromiso ideológico, como una
forma de chantaje. Y en vez de hacer pedagía de la España plural, da argumentos
a los que quieren odiar en esta España mal enseñada y mal aprendida.
Por ese chantaje,
Aznar hablaba catalán en la intimidad, acercaba al País Vasco presos de ETA con
delitos de sangre y se enterneció con el Movimiento Vasco de Liberación
Nacional, Felipe González le perdonó a Pujol el 3% y los delitos de Banca
Catalana, Rajoy les ofreció lo que necesitaran a los sediciosos de Junts, y
ahora Sánchez dice digo donde había dicho hasta la extenuación un Diego
inabarcable (el tuneo ya indicado en donde está brillando con astucia sin par).
La fuerza política
de la amnistía no está en perdonar las irresponsabilidades de Puigdemont y
compañía —arrastrados unos a otros por una competencia estúpida a ver quién era
más independentista—, sino en enmendar la estupidez del PP de hacer política
nacional confrontando con Catalunya —un clásico de la derecha española— y tumbar
el Estatut usando su influencia en los jueces franquistas. La amnistía es
consecuencia directa de la recogida de firmas contra el Estatut que empezó Eme
Punto Rajoy. Eso es lo que tiene que enmendar la amnistía. Ahora bien, la
posibilidad de solventar el desafío independentista gracias a la amnistía —un
empeño de la gente con sentido común— no debe confundirse con la ruptura de la
solidaridad interterritorial que forma parte de las señas de identidad de la
izquierda. Debe quedar muy claro que los votos de Junts para formar Gobierno no
deben implicar ninguna ventaja económica, porque eso no se entenderá muy bien y
debilitaría la coherencia de la izquierda.
Una conclusión que haga de la necesidad virtud.
Vamos a tener una
legislatura calentita. La derecha no acepta el resultado electoral, y si hay en
sus filas gente que apela a un golpe de Estado, no seamos ingenuos para ignorar
que el resto está de acuerdo en probar todo lo que esté por debajo. Va a hacer
falta mucha política. Especialmente en la izquierda y en la gente comprometida
con la democracia.
Por eso, sería
bueno iniciar un proceso de reconciliación. Y para ello, que todos los que
hayan faltado al respeto a alguien (y ahí entramos todos los que hemos hecho
política en los últimos diez años), deben hacer gestos para ayudar al
apaciguamiento y el reencuentro. Porque hay muchas heridas. Y, como hemos
repetido muchas veces, la división en la izquierda siempre es la antesala de la
debacle de un Gobierno progresista.
No será extraño que
Podemos no comulgue con todas las políticas del Gobierno, y es normal que haga
todo lo posible para que los 31 diputados de Sumar, más los diputados de la
izquierda nacionalista, marquen un rumbo progresista al Gobierno (sería torpe
pretender hacerlo solo con sus cinco).
Entramos en una
etapa paradójica, donde todas las fuerzas políticas van a intentar reforzarse,
al tiempo que ponen su granito de arena en la suerte común de la izquierda. Lo
va a hacer Podemos, porque le va la vida en ello, y lo va a intentar Sumar,
porque sin una mínima estructura carece de futuro. Igual que lo va a hacer
Izquierda Unida, el PSOE, Más Madrid o Compromís. La prueba está en si van a
intentar crecer sobre una oferta política atractiva que enamore a los votantes,
o lo van a hacer con las herramientas de la vieja política en una infructuosa
pelea de todos contra todos.
Quiero confiar en
que, siendo el diálogo doloroso, la alternativa es infinitamente peor.
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