martes, 7 de noviembre de 2023

AQUÍ MANDA EL ‘BATICANO’

 

AQUÍ MANDA EL ‘BATICANO’

POR ISRAEL MERINO

Periodista. Autor de 'Más allá de la noche'

 

Tras ponerle los cuernos a mi novia, he decidido hacer las paces con Dios tatuándome una cruz en el pecho y opositando a la judicatura.

En verdad, esto no es del todo así. Primero, porque técnicamente no le he puesto los cuernos a nadie, pues mi novia y yo tenemos una relación abierta; segundo, porque la culpa nacionalcatólica no me sobrevino tras el acto en sí, sino un par de días después, mientras leía Retrato del artista adolescente, de James Joyce.

Recuerdo que era casi de noche y que por las ventanas de mi casa, al igual que en una epifanía postindustrial, entraba la tenue luz naranja de las farolas mientras leía una escena del libro en la que Stephen Dedalus, protagonista de la novela, recibía una imponente lección sobre la magnitud del castigo infernal y los pecados.

Estaba yo leyendo esa escena, flipando con el magma interior que se estaba gestando en Dedalus al recordar todos los pecados que había cometido (entre ellos, la lujuria), cuando la angustia del prota se contagió de su sangre a la mía: ¡oh, Dios mío, había pecado! ¡había mancillado tu nombre y había ensuciado tu corazón pervirtiendo ese pulcro templo que debe ser mi cuerpo! ¡te había deshonrado! Iría al infierno, sí, Dios mío, iría al infierno porque la no ofensa a mi novia es indiferente, lo importante es la ofensa a ti y a tu moral católica. ¡Por favor, perdóname!

De todo aquello saqué, además de una cita con el estudio de tatuaje, una conclusión bastante clara: no importa nada que sea ateo, pues nunca terminaré de desprenderme del todo de mi absurda moral católica. Y eso también te afecta a ti, lector/a.

Vengo de una familia cristiana, de las de misa los domingos y adoración nocturna, y me he criado con sus valores. Esos que a veces son buenos, como los de no matar y ser buena persona, pero otras muchas veces son medievales, como el tema del arrepentimiento y la flagelación.

De todos esos dogmas anticuados intento desprenderme a diario como en una lucha contra las ratas, a escobazos morales y existencialistas, pero no siempre puedo. En demasiadas ocasiones, el nacionalcatólico que llevo dentro se agarra a mi estómago y me recita versos de culpa al oído.

La cosa es que este problema que tengo no solo me pasa a mí, sino a mucha más gente. En Baticano (escrito así, con b), Bad Bunny cuenta que siente la misma culpa cuando se besa con Villano o con Tokischa y que no debería sentirla, pues si es verdad que existe Dios, ningún ministro en la tierra tiene derecho a usar una moral desfasada en su nombre para juzgar a los hombres y mujeres

En este país de tradiciones nacionalcatólicas, por mucho que ya perreemos y nos besemos en la pista del progresismo, seguimos manteniendo unos resquicios chungos que se ven día tras día. Por ejemplo, con la reacción social hacia los abusos sexuales de la Iglesia o las decisiones de nuestra judicatura.

A pesar de saberse que ha habido más de 400.000 casos de agresiones sexuales de curas contra niños, la derecha nacionalcatólica, la que precisamente no se atormenta por tener esa moralina rancia en su cuerpo, no ha dicho ni pío, pero sí ha puesto el grito en el cielo por todo el asunto de la Amnistía: porque tu Iglesia puede joderle la vida a miles de personas que no pasará nada, pero ni media broma con perdonarle los pecados a un señor con flequillo.

Estos días me pregunto qué hubiese pasado, y esto es solo un ejemplo, si se hubiesen detectado esos 400.000 casos de pederastia en una organización laica como la red de bibliotecas públicas.

En las calles de Madrid, tendríamos manifestaciones multitudinarias de la Sociedad Católica pidiendo justicia y el cierre de esta red por pervertir a menores, pero como el escándalo ha sido en el seno de la Santa Madre Iglesia, es mejor mirar para otro lado. Porque abusar de niños es inmoral y un pecado, pero no es tan grave como ir contra el Ministerio de Dios.

Estos resquicios de moral católica, como decía, no solo se están viendo con el tema de los abusos, sino también con las decisiones que está tomando la judicatura, la cual parece que prefiere actuar como el Tribunal del Santo Oficio antes que como el tercer poder de una democracia occidental.

La decisión de la Audiencia Nacional, que ha imputado por terrorismo a Carles Puigdemont en el caso de Tsunami Democratic justo cuando se están cerrando las negociaciones con los independentistas para la investidura de Pedro Sánchez, toma ya qué casualidad, puede hacer pensar a los impíos, a los que tenemos ya una plaza eterna reservada en el Hotel Pandemonium, que no viene motivada por un amor al oficio judicial, sino a su moral. Pareciera que la democracia acaba donde entra en juego la moral nacionalcatólica de una, grande y etcétera.

Si ya es grave que yo, pobre chaval, esté gobernado por una especie de Baticano interior que me la lía de vez en cuando, me parece todavía mucho más chungo que nuestros jueces actúen de la misma forma, dejándose llevar por pulsiones que, más que a los tiempos judiciales y a la mera interpretación de la ley, pareciera que responden a sus más oscuros deseos: ver a Puigdemont en el infierno y a Sánchez en el calvario.  

Arrepentíos, oh, impuros; tatuaos cruces en vuestros pechos y doblad vuestras corvas ante los representantes de Cristo en la tierra: los jueces españoles.

 

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