PALABRAS COMO BOFETADAS
No sé cómo es decirle a tu hija: no tengo
dinero para la leche. No sé si se dice esa frase o se dice otra.
MARÍA GONZÁLEZ REYES
La sala donde está tiene muchas mesas. Desiguales. Casi desordenadas. Están ocupadas solo algunos ratos al día. Las primeras se llenan alrededor de las ocho. Casi todo el mundo se coloca siempre en el mismo lugar. “Buenos días”. “Qué bien se respira hoy con lo que ha llovido”. “¿Me ayudas con esto antes de subir?”. Las mesas se vacían rápido. La primera clase comienza a las 8:30. No hay timbre. Las alumnas y alumnos van llenando las aulas casi al mismo ritmo al que se vacía la sala.
Esta mañana Andrea
sigue en su mesa. Que no es suya todo el rato pero que hoy la ocupa desplegando
un montón de trabajos de chicas y chicos del bachillerato artístico. Mira con
detalle cada una de las cosas que le han entregado. Le sorprende una carpeta
que no es como las demás. La deja para el final. Una carpeta cutre suele ir
asociada a un trabajo cutre y prefiere inspirarse con cosas buenas al principio
de la corrección. Después de uno que considera especialmente brillante decide
abrirla. No hay trabajo dentro. Hay una hoja escrita a mano. Letra escrita con
boli azul. Sin faltas de ortografía. El texto dice:
No he podido hacer
la carpeta por dos razones: el papel que había conseguido comprar se rompió en
el bolso de mi madre y mi familia actualmente se encuentra en un momento
difícil económicamente. Mi madre ha estado llorando porque no tenemos para
comprar leche y de hecho ha tenido problemas con mi hermana por ello. Pronto
van a coger el cuadro (algo entre conocidos que turna cada mes) por lo que
entonces podré comprar el papel, pero hoy por hoy no puedo. Perdón.
Lo vuelve a leer.
Dice en voz alta: No puedo seguir corrigiendo. Levanta la cabeza buscando otra
mirada para sacar las palabras que se le quedaron atragantadas. Se acerca a mí.
Me pone la nota sobre el teclado del ordenador en el que estoy escribiendo.
Léelo.
¿Quién es? No la
conoces, tú no le das clase. ¿Es de primero? No, es de cuarto. ¿No sabías nada
de esto? Nada, llegó nueva este curso, pero eso da igual, tendríamos que
haberlo sabido. Joder ¿voy contigo y la buscamos para charlar con ella? Mejor
voy yo sola, que me conoce. Claro, mejor tú, ¿me cuentas después y vemos con el
equipo qué hacer? Sí. ¿Cuántas alumnas pasarán seis horas aquí cada día sin que
nos enteremos de nada de sus vidas?
Hay palabras que
son como una bofetada. Que nunca deberían dejar de ser un golpe.
Me quedo pensando
en qué será “el cuadro” eso que dice en la nota, ese “algo entre conocidos que
turna cada mes”. Eso que le permitirá comprar papel y, seguro, leche antes que
papel.
No sé cómo se
combinan las prácticas de apoyo mutuo con la dureza de la desigualdad hecha
piel. No sé qué ocurre cuando los cuidados estallan por jornadas de trabajo
interminables en profesiones que maltratan los cuerpos. No sé cómo es decirle a
tu hija: no tengo dinero para la leche. No sé si se dice esa frase o se dice
otra. No sé cómo son las prácticas de apoyo mutuo en vidas duras como piedras
de río que ruedan y ruedan buscando ayuda para conseguir aflojar las tensiones.
No sé cómo se vive cuando las instituciones no dan respuesta. Cuando tus
palabras no son percibidas como una bofetada.
No sé cómo son esas
prácticas de apoyo mutuo. Pero sé que existen y que los centros educativos
deberíamos formar parte de ellas.
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