ÓMICRON TAMBIÉN AFECTA A LA MEMORIA
DAVID BOLLERO
Colas a la entrada de
un centro de salud en Madrid.
La última de las variantes de Covid-19, ómicron, parece que también afecta a la memoria. Si no, al tiempo: ¿cuántos votantes creen que penalizarán a sus actuales gobiernos autonómicos, pese a la nefasta gestión sanitaria que se está llevando a cabo? Cada vez que no consigan hablar con su médico, que se tengan que autodiagnosticar y autorrastrear, sin poder siquiera tramitar su baja, recuerden que la Sanidad es una competencia transferida a las Comunidades Autónomas (CCAA).
La Atención
Primaria de buena parte de las CCAA se encuentra desbordada mientras que la
presión en las UCI se dispara. La pandemia vuelve a pillar a contrapié a muchos
gobiernos regionales, cegados con una visión cortoplacista que les llevó a
despedir a miles de sanitarios -sólo en Andalucía a 8.000- cuando ómicron ya
arrasaba Europa. Dada la virulencia de esta variante, los efectos de esta
ineptitud alcanza de pleno a la ciudadanía, no se queda únicamente en las UCI.
Regreso de Madrid y
el panorama es desolador y, me temo, que no exclusivo. En algunos centros de
salud, los mayores de 70 años se agolpan durante casi tres horas para recibir
su tercera dosis de refuerzo: las vacunas no han llegado y una de las
enfermeras ha de recorrer otros centros de salud de barrios colindantes para
arañar alguna dosis, regresando con apenas una docena.
Isabel Díaz Ayuso
prometió un test de antígenos por persona. El miércoles 22 de diciembre llegaron 34 de estos tests a la
farmacia; la cola de personas doblaba la esquina y dos tercios de la misma se
quedó sin test, recibiendo la noticia de que la siguiente remesa no llegaría
hasta el día 28 de diciembre.
Si consideramos que
acceder al médico, ya sea por teléfono o de manera presencial, es una misión
imposible, disponer de estos tests se ha convertido en una prioridad de sanidad
pública. Ómicron se ha encargado de desmontar el discurso de que solicitar el
pasaporte covid en la hostelería crea espacios seguros: no es así, puesto que
los contagios entre personas con dos y tres dosis de vacunas inoculadas se ha
disparado. Eso sí, si uno se contagia,
mejor será estar vacunado, pues los efectos son menores.
Se multiplican los
casos de personas que no aparecen en las estadísticas de incidencia del
coronavirus pese a estar contagiados y que, movidos por su prudencia para no
acudir al centro de salud y guardar una cola interminable exponiendo al
contagio a todo el que allí espera, se autoconfinan sin baja ni tratamiento por
no poder ni siquiera contactar por teléfono con el centro de salud.
Resulta tan
desesperante como peligroso, no sólo por la evolución de la pandemia, sino por
el colapso del personal sanitario y, de nuevo en esta ola, por retrasos en
tratamientos y diagnósticos de otras patologías, algunas de ellas
potencialmente mortales. Nada de eso tendría que haber sucedido si la Sanidad
pública, esa que gestiona su presidente o presidenta de la Comunidad Autónoma,
estuviera correctamente dimensionada. Han tenido dos años y cinco olas para
hacerlo. Ahora, ya en la sexta, les vuelve a pillar el toro y a nosotras y
nosotros nos tira a los pies de los caballos, mientras se nos arroja todo el
peso de la responsabilidad.
Saldremos mejores,
decían. ¿Lo recuerdan? Mejores ya hemos visto que no, con honrosas excepciones
que, en realidad, ya lo eran antes del coronavirus. Con que salgamos con
memoria de cara a la próxima vez que acudamos a las urnas me conformaría, pero
me temo que ni eso. Ómicron también debe atrofiar esa capacidad de retención,
incluso, a quienes ni siquiera se han contagiado.
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