jueves, 23 de diciembre de 2021

LOS DATOS CALLAN BOCAS MACHISTAS

 

LOS DATOS CALLAN BOCAS MACHISTAS

DAVID BOLLERO

Los últimos datos publicados por el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) vuelven a constatar cuán bocazas, cuán embustera es la extrema-derecha, con y sin escaño, cuando habla de violencia machista. El informe no puede ser más rotundo, el perfil de agresor no es el de un migrante; se acerca más bien al que podría tener un diputado de Vox: español, de 48 años y casado.

 

Casi el 70% de los agresores en 2020 fueron compatriotas, que diría alguno de esos 52 diputados facistoides. Las cifras son las cifras y, precisamente por ello, quizás habría que implantar medidas como las que alguna vez ha deslizado la exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. Habla la jueza emérita de constituir una agencia oficial de verificación para que, especialmente en sedes como el Congreso o el Senado, cuando un representante público miente, sea automáticamente sancionado. A estas alturas de la película, Vox estaría arruinado o sin actas de diputados y diputadas.

 

Más allá de la bofetada de realidad que el Consejo General del Poder Judicial le ha sacudido en toda la boca a la bancada de extrema-derecha y su electorado, hay otros datos sobre los que merece poner el foco: en 2020, sólo 8 de las 46 víctimas oficiales (el 17,4 %) había presentado denuncias previas contra el agresor. Este año vamos por el mismo camino, con sólo 9 de las 42 mujeres asesinadas habiendo presentado denuncia.

 

Hay que seguir reflexionando sobre el porqué de este hecho y, sobre todo, actuar. Quedarnos en lo difícil que resulta denunciar al padre de tus hijos es un error, como también lo es poner el peso de este bajo ratio de denuncias en la mujer. Es el árbol que impide ver el bosque... y ese bosque somos los demás, el entorno, no sólo el sistema. Los hirientes comentarios de "se tenía que haber separado en lugar de denunciarlo" continúan sin ser desterrados, como si maltratar física o psicológicamente a otra persona no fuera punible.

 

Dar el paso a la denuncia no sólo es enfrentarse a un sistema que aún cuenta en su seno con cafres como Manuel Piñar campando a sus anchas, paseando su toga cargada de caspa, es tener que encarar el paso de víctima a agresora, ver cómo se es señalada como la que ha arruinado la vida del hombre denunciado, cuando en realidad ha sido éste quien ha destrozado los pilares de la vida de la mujer.

 

La consecuencia generalizada es que es ella quien tiene que hacer las maletas y tratar de reiniciarse en un lugar desconocido, donde no pueda ser señalada. Y hacerlo, además, cuando más débil está, cuando la autoestima sigue hecha pedazos y la energía parece extinguida. El entorno, los demás, nosotras y nosotros, tenemos mucho por hacer ahí. No basta con seguir criticando un sistema en el que una vez producida la denuncia se pasa un calvario de repetición de testimonios, de órdenes de alejamiento constantemente incumplidas, del corazón en un puño por cuánto le quedará de pila a la tobillera del agresor...

 

Hay que seguir hablando de este tema, continuar escribiendo, no desfallecer y combatir a quienes emplean palabras como "cansino" cuando se aborda esta cuestión, porque la realidad sigue ahí, los problemas por resolver perduran y no desaparecen por dejar de hablar de ello. Cuanto más lo hagamos, cuanto más insistamos, mayor seguridad daremos a las víctimas, mayor presión ejerceremos sobre los legisladores para que mejoren los procesos y más arrinconados tendremos a los agresores.

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