LOS DATOS CALLAN BOCAS MACHISTAS
DAVID BOLLERO
Los últimos datos publicados por el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) vuelven a constatar cuán bocazas, cuán embustera es la extrema-derecha, con y sin escaño, cuando habla de violencia machista. El informe no puede ser más rotundo, el perfil de agresor no es el de un migrante; se acerca más bien al que podría tener un diputado de Vox: español, de 48 años y casado.
Casi el 70% de los
agresores en 2020 fueron compatriotas, que diría alguno de esos 52 diputados
facistoides. Las cifras son las cifras y, precisamente por ello, quizás habría
que implantar medidas como las que alguna vez ha deslizado la exalcaldesa de
Madrid, Manuela Carmena. Habla la jueza emérita de constituir una agencia
oficial de verificación para que, especialmente en sedes como el Congreso o el
Senado, cuando un representante público miente, sea automáticamente sancionado.
A estas alturas de la película, Vox estaría arruinado o sin actas de diputados
y diputadas.
Más allá de la
bofetada de realidad que el Consejo General del Poder Judicial le ha sacudido
en toda la boca a la bancada de extrema-derecha y su electorado, hay otros
datos sobre los que merece poner el foco: en 2020, sólo 8 de las 46 víctimas
oficiales (el 17,4 %) había presentado denuncias previas contra el agresor.
Este año vamos por el mismo camino, con sólo 9 de las 42 mujeres asesinadas
habiendo presentado denuncia.
Hay que seguir
reflexionando sobre el porqué de este hecho y, sobre todo, actuar. Quedarnos en
lo difícil que resulta denunciar al padre de tus hijos es un error, como
también lo es poner el peso de este bajo ratio de denuncias en la mujer. Es el
árbol que impide ver el bosque... y ese bosque somos los demás, el entorno, no
sólo el sistema. Los hirientes comentarios de "se tenía que haber separado
en lugar de denunciarlo" continúan sin ser desterrados, como si maltratar
física o psicológicamente a otra persona no fuera punible.
Dar el paso a la
denuncia no sólo es enfrentarse a un sistema que aún cuenta en su seno con
cafres como Manuel Piñar campando a sus anchas, paseando su toga cargada de
caspa, es tener que encarar el paso de víctima a agresora, ver cómo se es
señalada como la que ha arruinado la vida del hombre denunciado, cuando en
realidad ha sido éste quien ha destrozado los pilares de la vida de la mujer.
La consecuencia
generalizada es que es ella quien tiene que hacer las maletas y tratar de
reiniciarse en un lugar desconocido, donde no pueda ser señalada. Y hacerlo,
además, cuando más débil está, cuando la autoestima sigue hecha pedazos y la
energía parece extinguida. El entorno, los demás, nosotras y nosotros, tenemos
mucho por hacer ahí. No basta con seguir criticando un sistema en el que una
vez producida la denuncia se pasa un calvario de repetición de testimonios, de
órdenes de alejamiento constantemente incumplidas, del corazón en un puño por
cuánto le quedará de pila a la tobillera del agresor...
Hay que seguir
hablando de este tema, continuar escribiendo, no desfallecer y combatir a
quienes emplean palabras como "cansino" cuando se aborda esta
cuestión, porque la realidad sigue ahí, los problemas por resolver perduran y
no desaparecen por dejar de hablar de ello. Cuanto más lo hagamos, cuanto más
insistamos, mayor seguridad daremos a las víctimas, mayor presión ejerceremos
sobre los legisladores para que mejoren los procesos y más arrinconados
tendremos a los agresores.
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