FELIPE VI, NAVIDADES SIN PAPÁ
ANÍBAL MALVAR
Felipe VI pronuncia su
tradicional mensaje de Nochebuena. - EFE
Los borbónicos discursos navideños son tan vacuos que cada año, puntualmente, demuestran la vacuidad intelectual de nuestra monarquía. Ni eso saben modernizar los borbones. Que Felipe VI, que es mi jefe de Estado, salga contándome esa sarta de chorradas cada 24 de diciembre, cual si fuera un niño repipi leyendo un mensaje escolar que le ha redactado su repipi papi, me insulta incluso como vasallo. Escuchar esa retahíla de tópicos agramaticales no se lo consentiría ni a la pelirroja a la que hago infeliz. Y eso que es también muy discurseadora. Pero, aun cuando improvisa, se nota que se lo curra más que mi rey. Y me demuestra así un respeto que sé que no merezco ante ella, pero que sí le exijo a un rey carente de ningún merecimiento conocido.
No digo yo que espere
kierkegaardismos ni genialidades de ningún Borbón, pues la rima entre corona y
neurona no creo habérsela leído a ningún poeta español desde que nos reinan
estos descuideros, y no quiero yo significarme ahora intentándolo. Pero es que
estos discursos melifluos y viscosos, babosetes y burocráticos, hipócritas y
escapistas, a mí me enervan y urticarizan. No me gusta que me tomen por
gilipollas aunque lo sea. Y menos que lo haga mi rey.
A los periodistas,
esto del discurso navideño del rey nos suele poner de los nervios. Los
periódicos borbónicos, que son muchos más de los que creéis, las pasan putas
intentando pescar titulares, ideas y halagos en esa sentina de simplismos. Y,
como de la nada no se puede sacar nada, acaban interpretando las palabras vacías
como les sale de la punta de la olla. Y, si el rey tartamudea porque no es muy
buen lector, nos cuentan que fue un gesto estudiado para comunicarnos un
profundo mensaje de inquietud anticatalanista que deben entender todos los
españoles.
A los periódicos
republicanos, anarquistas, feminazis y proetarras nos pasa lo mismo pero al
revés, para que sepáis lo piruético que es escribir sobre la monarquía. Como no
está bien visto que un periódico, cualquier periódico, ignore el mensaje
transparente e infantiloide de nuestra majestad, hasta nosotros tenemos que
sacarle inteligencia a tamaña mezquindaz comunicativa. No nos dicen nada, pero
nos sentimos obligados a contar que algo han dicho.
Antes de teclear
esto, sufrí mucho leyendo a mi caro Jesús Maraña en InfoLibre. Escribía Maraña
un billet urgente para informar a sus lectores del trasfondo del discurso real,
y solo pudo hablar de lo que el rey no dijo. Que es lo mismo que me sucede
ahora a mí.
El sentido del
discurso navideño de nuestra borbonía es un misterio, como el preñado
arcangélico de la virgen. Dicen que lo escucha todo el mundo, cuando es un
discurso con tanta semántica interna como el listado de preposiciones. No creo
que exista un solo español que haya gozado la más mínima sinapsis neuronal tras
escucharlo. Las sinapsis son muy caras al precio que va la electricidad.
Me van a echar con
razón mis jefas, pero tengo que reconoceros que escribo esto sin haber
escuchado a don Felipe. Ni falta que me hace para denunciar este desprecio
anual a la inteligencia de los españoles que supone el discurso navideño del
rey. En el que, según leo en titulares volanderos y perezosos, el hijo no habló
nada de Juancar, y eso que estas son unas fiestas muy familiares. Tampoco me
sorprende. La historia de España demuestra que los borbones son muy amigos de
abandonar a sus abuelos en las cunetas. A Juancar no le devuelven la paguita.
Deberíamos de hacer un crowdfunding o una colecta, que viene a ser lo mismo
pero sin anglicismos paletizadores.
El caso es que le
hemos pagado este año un pastizal al rey para que no nos diga nada, y que nos
diga esa nada, además, mal dicha.
Mira que no habrá
en este país escritores apesebrados y con buena prosa para escribirle unos
discursos un poco más jugosos y menos entontecedores a nuestro Felipe VI. Pero
la monarquía tiene miedo a la cultura. Incluso a la afín. Y no me extraña.
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