TODA LA CULPA ES DE CORINNA
DAVID TORRES
Hace tiempo que el rey Juan Carlos va corroborando aquel famoso dicho romano que Plutarco atribuye a César, cuando su mujer Pompeya, sin saberlo, recibe a un enamorado que se cuela en su casa durante una fiesta sacra disfrazado de mujer y que acaba preso, juzgado y condenado por sacrílego. A pesar de que no había ocurrido nada entre ambos, César le reprochó a su esposa la simple sombra de la sospecha con famosas palabras: "No basta que la mujer del César sea honesta, además tiene que parecerlo". La historia está hecha a medida de Juan Carlos, ya que Plutarco habla de la mujer del César, no del César. El César, desde siempre, no sólo puede parecer lo que le dé la real gana sino que además puede serlo.
Puesto que es la
mujer quien, tradicionalmente, carga con el fardo del honor masculino, esta vez
no iba a ser una excepción. De ahí que proliferen como hongos los cortesanos,
comentaristas y público en general que, vistos los últimos acontecimientos
judiciales, tachan a Corinna de "cínica", "ladrona",
"traidora", e incluso "puta" y "ramera". Con 65
millones de euros donados en concepto de cariño por ella y por su hijo, a lo
mejor no les falta razón, aunque muchos de ellos son los mismos cortesanos,
comentaristas y público en general que antes llamaban a Corinna "compañera
sentimental", "consejera personal" y "amiga
entrañable". En cuanto al rey Juan Carlos sigue siendo lo mismo que ha
sido toda la vida: un buen hombre, afable, campechano e ingenuo hasta la
candidez, un crédulo a quien algunos garbanzos negros de su círculo íntimo
siempre se la meten doblada.
No es la primera
vez, ni la segunda, ni la séptima. Le ocurrió con Manuel Prado y Colón de
Carvajal, con Javier de la Rosa, con Mario Conde, con los Albertos, con el oso
Mitrofán y hasta con Alfonso Armada, instructor militar y preceptor personal
que fue amigo íntimo suyo y le visitaba con frecuencia justo hasta el 23-F,
fecha de la intentona de golpe de Estado que Armada preparó a conciencia, sin
que el rey se enterase de nada. Más tarde volvió a ocurrirle con Urdangarín, un
yerno que le salió rana y que obligó a la Fiscalía a extender el certificado de
candidez a la infanta Cristina por vía genética. Tengo escrito por ahí que el
rey Juan Carlos es el único monarca capaz de tropezar ocho veces con la misma
piedra -su inocencia angelical-, pero no sé si ya lleva diez o doce tropiezos.
Con estos
antecedentes, es extraño que sus abogados en Londres no hayan recurrido a la
candidez crónica como argumento en lugar de atenerse a un nebuloso estatus de
inmunidad que atufa a canguelo por los cuatro costados. Es la misma línea de
defensa que utilizaba aquel cónsul sudafricano en Arma letal 2, cuando Mel
Gibson y Danny Glover iban a detenerlo y el tío exhibía un documento y berreaba
con acento afrikáner: "¡Inmunidad diplomática!". Dice que no está por
encima de la ley pero más bien parece que la ley estuviera por debajo,
concretamente a la altura de las cloacas estatales y los audios de Villarejo.
De momento, la Fiscalía suiza ha archivado la investigación sobre los cien
millones traspasados por Arabia Saudí al rey emérito, incapaz de aclarar si han
salido de una comisión o han brotado en una maceta. Es posible que la Fiscalía
sea honesta pero parecerlo, tampoco lo parece.
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