DIVAGACIONES DE UNA MADRUGADA DE DICIEMBRE
DUNIA SANCHEZ
Norte, la
luna. Despacito consumo el tiempo, un tiempo arrebatado por la memoria. Las
cicatrices supuran el aliento del adiós. Me levanto, la madrugada dice algo de
mis manos, de mis ojos, de mis piernas. Avanzo donde el norte señala a la luna.
Estoy aquí, en una isla donde la sonoridad del oleaje se hace esperar. Las
farolas son chispas de soledades, de llantos de algún vagabundo de la noche.
Yo, impertinente te pienso. Yo, capaz, aniquilo todo mal que vuela al ritmo de
tu espalda. Danzo con cierta presura donde los pájaros de la luna me entregan
la verticalidad de mi despertar. Sueño donde el norte es luna blanca con…si,
con y no hay más. Me encierro en esta habitación, mi rostro de roca calla, mi
rostro erosionado abraza un espejo y me veo. Un reflejo donde mi rostro
distraído aun es capaz de latir al pulso de la vida. Norte, la luna. Me
inmiscuyo en la desolación de la existencia, de este mundo enraizado al
tormento. Y llamo a lo incierto de mi entereza. Me levanto y te hago mía, así,
con la pesadez de mis pensamientos. Y te miro, aunque tu no me encuentres.
Norte, la luna. Las batallas son duras de exterminar, la enfermedad cruje y
somos hijos de la miseria.
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