ADIÓS AL AÑO DE LA PERPLEJIDAD
JUAN TORTOSA
Ayuso, el pasado
miércoles en Madrid. EFE/Miguel Osés
He estado buscando un término para definir el estado de ánimo que, al menos en mi caso, he experimentado con mayor frecuencia durante el año que acaba de marcharse y creo que la palabra es perplejidad. Sí, despedí el año 2021 perplejo y saludo la llegada de este 2022 con la inevitable ansiedad de quien no ve el horizonte nada despejado.
Según el diccionario, la perplejidad es un estado de confusión y desconcierto en el que no se sabe muy bien lo que se debe hacer, pensar o decir. Hay muchas cosas de las que nos han pasado este año que cuesta creerse que sean reales.
Me cuesta mucho
creer, me deja perplejo la victoria electoral de una desahogada que basó su
campaña en la exaltación de la cerveza y la prostitución de la palabra
"libertad".
Me deja perplejo la
irresponsabilidad de las derechas ultras y su capacidad para convertir el
Congreso en un patio de vecinos de la peor ralea.
Me deja perplejo el
analfabetismo manifiesto del jefe de la oposición.
Me deja perplejo
nuestra capacidad para dejar pasar comportamientos tan inaceptables como los
del emérito, o los de un expresidente del gobierno mintiendo sin pudor en sede
parlamentaria, o la soltura en sus comparecencias judiciales de personajes que
llevan decenios moviendo los hilos más comprometidos en la trastienda del
poder.
Me dejan perplejo
algunas, por no decir bastantes, de las decisiones judiciales adoptadas este
año, como declarar ilegal el confinamiento decretado en el primer estado de
alarma. Perplejo y preocupado. Como me ocurre con la condena al diputado
Alberto Rodríguez por una actuación nunca demostrada y que llevó a la
presidenta del parlamento a echarlo de su escaño sin pérdida de tiempo.
Me deja muy
descolocado que, ante una experiencia como la de la pandemia que estamos
viviendo, tan desasosegante, los políticos exhiban tantas veces un
comportamiento errático, impúdico e incluso rastrero.
Thank you for
watching
Me sorprende la
preeminencia que se le suele otorgar a los negacionistas un día sí y otro
también. Y me alarma que se haga con la cínica coartada de que se trata de
reproducir sus tesis para así a continuación poder descalificarlas. A los
argumentos de los criminales no se les proporciona altavoz alguno. Punto.
No entiendo la
escasa contestación ante el avance de la doctrina ultra en buena parte de los
medios de comunicación. Personajes cuyas informaciones en otros tiempos fueron
solventes han devenido en propagadores de infamias y bulos que amenazan la
convivencia, en agitadores que transgreden uno de los preceptos básicos del
periodismo, no usar adjetivos, para proferir insultos y diatribas que aplicados
usuarios de redes sociales se apresuran a repicar sin freno.
Me escandaliza la
presencia de ultraderechistas saboteando las comparecencia de diputados de
izquierdas en las ruedas de prensa que se celebran en el Congreso de los
Diputados.
Me alarma la
reproducción por esporas de las webs que propagan la doctrina ultra, medios que
se dedican a a mentir y a negar la evidencia, y que solo pueden sobrevivir si
detrás hay dinero, y mucho, interesado en que la basura y la intoxicación se
difundan lo máximo posible.
Me deja perplejo la
escasa calidad de los informativos de televisión, ya sea privada o pública, con
piezas o intervenciones en directo que cuentan lo mismo que el total al que van
a dar paso anticipando el insulto o la descalificación que a continuación
repetirá el político de turno. Me entristece esa falta de profesionalidad o de
criterio, ¿o es que ese es el criterio?
Me cuesta entender
el comportamiento de las asociaciones de la prensa, la de Madrid sobre todo,
silenciosa ante tanta canallada y manipulación de una prensa cada vez más
desvergonzada, pero a la que le falta tiempo para protestar si, por ejemplo, la
manera de organizar los turnos de palabra en una rueda de prensa del presidente
del gobierno no es exactamente la que a los ultras les gustaría.
Cada vez ocurren
aquí más cosas que no entiendo y a veces, dada la resignación y la pasividad
que veo a mi alrededor, no puedo menos que preguntarme si seré yo quien está
fuera de onda o, por el contrario, se extiende en el ánimo general una especie
de fatalismo que lleva a bajar los brazos y nos conduce a la sociedad borreguil
de la que habla Noah Harari en uno de sus libros más recientes.
No me ha gustado
nada, pandemia aparte, el año que acabamos de vivir en España. Este 2022, como
decía al principio, no puedo evitar recibirlo con ansiedad. Hago votos por
estar equivocado.
J.T.
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