LA CHISPA CHILENA Y LA “CIENCIA” POLÍTICA
Chile vuelve a
ser, tantos años después, una referencia crucial para la izquierda y los
sectores populares de América Latina y en España estamos obligados a mirar y
aprender
PABLO IGLESIAS
La política no es una ciencia dura. Es dudoso incluso que pueda ser una ciencia social equiparable a la Historia. E incluso si reconocemos que la Historia es la gran ciencia social, debemos admitir que es probable que Engels exagerara un poquito al presentar a Marx, en aquel memorable discurso frente a su tumba, como el Darwin de la Historia. Hacer ciencia política, en todo caso, es ponerle marcos teóricos a la Historia y practicar la política implica asumir que una de sus reglas fundamentales es su carácter autónomo. Como explicaba el maestro Tronti, la política, a veces, puede actuar contra la Historia.
El acontecimiento
previo crucial –histórico– para entender cómo ha sido posible la victoria de
Gabriel Boric, encabezando una coalición de fuerzas políticas entre las que
destacan el Frente Amplio y el Partido Comunista, es seguramente el llamado
reventón social chileno iniciado en octubre de 2019. Aquella revuelta popular,
que se inició por la subida abusiva de los precios del transporte, tuvo un
alcance enormemente mayor que nuestro 15M y expresaba con crudeza las
contradicciones del neoliberalismo que dejó un paisaje de desigualdad y
violencia estructural atroz. Pero, como toda revuelta popular, resulta
imposible encasillarla en una interpretación política unívoca o pensar que su
traducción política solo podía ser la que fue, en forma de un proceso
constituyente que ha hecho saltar por los aires la constitución formal
pinochetista y que avanza en la dirección de hacer saltar también por los aires
su constitución material. Para que eso ocurriera hacía falta política, mucha
política.
Lo que ha pasado no
tenía por qué haber pasado; la política no suele aceptar determinismos ni
mecanicismos. Por eso toca elogiar la enorme inteligencia de las organizaciones
de los movimientos populares y también la inteligencia política de los jóvenes
cuadros de la izquierda chilena (donde el peso de las feministas es además
mucho mayor que en otras izquierdas de América Latina) a la hora de interpretar
el impulso constituyente de su pueblo. Han sido capaces de que el PC y el FA
(sus principales partidos que, salvo experiencias municipalistas, habían sido
hasta ahora fuerzas políticas con resultados electorales mucho más modestos)
articulen una coalición capaz de representar una parte crucial del espíritu
constituyente del país. La Convención llamada a redactar una nueva constitución
social y democrática que sea capaz de revertir al menos los peores legados del
neoliberalismo es, seguramente, la mejor cristalización institucional del
reventón y en ello la izquierda chilena jugó un papel muy importante, a veces
incluso repartiéndose roles. Lograron pasar a segunda vuelta superando al viejo
“centro” de la concertación y han superado con creces a una ultraderecha a
priori mucho más peligrosa electoralmente que la vieja derecha que representaba
el candidato de Piñera. Han sabido también diseñar con inteligencia su campaña,
han logrado el apoyo de sectores políticos tradicionales del campo de la
concertación y finalmente han conseguido un apoyo popular que ha permitido a
muchos evocar las grandes alamedas del último discurso de Allende.
Chile vuelve a ser,
tantos años después, una referencia crucial para la izquierda y los sectores
populares de América Latina y en España estamos obligados a mirar y aprender.
Es indudable que hablamos de sociedades con historias, estructuras económicas y
sistemas políticos y electorales muy diferentes. Pero aprender de otros modelos
no es solo comprender sus diferencias y similitudes sino asumir que la política
que aspira a cambiar las cosas necesita que los anhelos populares se doten de
liderazgos, de instrumentos de inteligencia colectiva y de capacidad
organizativa para la audacia.
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