‘TAX THE RICH’ PERO POCO
Los
ricos siempre ganan. Esperemos que no estén ganado también los más malos. He
leído en demasiados sitios que Trump no se ha ido, y que quiere volver en 2024
VANESA JIMÉNEZ
Joe Biden y Kamala Harris, tras un acto en La Casa Blanca.
Los ricos siempre ganan. No ni ná. Y si hablamos de impuestos, no importa que el país lo dirija un millonario como Joe Biden, uno como Boris Johnson, o el Gobierno más progresista de la historia de España (hola, Amacio, desde aquí te saludo). El mundo funciona así, y yo, la verdad, en algunos casos lo entiendo. Porque uno puede tener muy buena voluntad, querer enterrar 40 años de hegemonía neoliberal, bailar sobre las tumbas de Thatcher y Reagan, maldecir el ordoliberalismo de Merkel –qué viva el austericidio–, pero al final la clase tira al monte y los iguales se protegen. ¡Que somos compañeros, coño! Imaginen a Biden trinchando el pavo de Acción de Gracias en la lujosa isla de Nantucket –sí, la que describió Herman Melville en Moby Dick–, en la que pasa la festividad
Pongámonos en
situación. 20 de enero de 2021. Investidura del 46.º presidente de Estados
Unidos, que ya había sido el 47.º vicepresidente años antes. Y de Kamala
Harris, primera mujer vicepresidenta del país, hija de inmigrantes. Biden habló
de democracia, de racismo estructural y de un programa político centrado en la
recuperación económica, la educación, la sanidad y la crisis climática. Bueno,
y de un montón de tópicos internos que les ahorro. Lady Gaga cantó el
Star-Spangled Banner con chaqueta y falda de los mismos tonos que la bandera
estadounidense. Esto daría igual si no fuese porque después contó que la
vestimenta era a pruebas de balas. Aquello debía pesar tela. También cantó
Jennifer López, de blanco (Chanel) sufragista –dijeron– hasta las trancas, que
gritó en español “libertad y justicia para todos”. Y por encima de cualquiera,
con mascarilla quirúrgica y manoplas gastadas –no creo que encontrara hueco en
el número del Vogue que debatía sobre tonos de morado–, Bernie Sanders, el
hombre que debió ser presidente en vez de Clinton, Hilary, y al que mirábamos
para convencernos de que todo estaba bien. Habíamos pasado por Trump y por un
serio intento de golpe de Estado apenas unos días antes. Necesitábamos un
respiro. Spoiler: Sanders vuelve al final.
Aquel día y los
siguientes, y las semanas posteriores, y los meses que fueron pasando, los
medios menos de derechas lanzaron muchas campanas al vuelo: soplaban aires de
cambio de régimen económico en Estados Unidos y, con el capitalismo salvaje
necesitado de extremaunción, y una pandemia mundial, eran buenas noticias.
Finales de mayo. Biden presenta su proyecto de presupuestos de seis billones de
dólares, con aumentos de más del 40% en Educación, del 23% en Sanidad y del 22%
en Medio Ambiente. Agosto. Los demócratas consiguen aprobar en el Senado –50
votos a favor, 49 en contra, todos republicanos– el marco legal de un paquete
de 3,5 billones de dólares (2,9 millones de euros) para la agenda social. Horas
antes, el Senado también había aprobado un plan de infraestructuras por valor
de un billón de dólares, el mayor en décadas. Finales de octubre. Tras meses de
negociaciones internas, Biden rebaja a la mitad su propuesta de gasto social
para unir a los demócratas, que luchar contra la desigualdad está bien pero sin
pasarse. Los 3,5 billones de dólares se quedan en 1,75. Se caen algunas
promesas electorales, como la baja de maternidad y familiar pagada o los 300
dólares al mes por hijo. “Nadie consiguió todo lo que quería, incluido yo
mismo”, dijo el presidente entonces. El plan, que tenía que pasar por el
Congreso, se pagaría en su totalidad mediante nuevos impuestos, y más
impuestos, a los ricos. Viernes 19 de noviembre. El proyecto, bautizado como
Build Back Better (Reconstruir mejor), logra la aprobación de la Cámara de
Representantes. Biden, imagino, ya se ve en los libros de Historia como
Roosevelt con el New Deal. Jill, saca el vino (más) caro, pero solo una copa,
que viene la letra pequeña.
Para asegurar el
apoyo demócrata en bloque, el partido incluyó una disposición que eleva
sustancialmente el máximo deducible a nivel federal según los impuestos que se
paguen en cada Estado. En 2017, Trump había reducido este máximo –conocido como
tope SALT– hasta los 10.000 dólares. Lo del expresidente “más criminal que
jamás haya habitado el planeta Tierra” –Chomsky dixit– no era un acto de
bondad, ya supondrán, más bien iba contra los millonarios mayoritariamente
demócratas que residen en los estados con los impuestos más altos –Nueva York,
Nueva Jersey, California y Connecticut– y, también, para compensar los mil
millones de dólares que acababa de recortar en impuestos a los más ricos.
Ahora, el proyecto de ley de Biden eleva ese máximo deducible hasta los 80.000
dólares. Te lo subo por un lado, te lo bajo por el otro, oiga.
Que un partido que
hizo campaña para aumentar los impuestos a los millonarios como una forma de
reducir la desigualdad presente esta propuesta es, como poco, sorprendente.
Pero, ya les decía al principio, hay que entenderlo, que son compañeros, y son
sus electores y sus donantes, y lo que les hizo Trump fue muy feo.
Tras la iniciativa
fiscal, a Biden le han dado la del pulpo y no solo los republicanos, que se han
sentado a aplaudir porque el año que viene son las elecciones del midterm. La
revista The Atlantic, que sufrió más de un ataque de Trump, tacha la propuesta
como “hipócrita” y cita a Jason Furman, un economista de Harvard que trabajó
con Obama, que asegura que la medida es “obscena”. Jacobin, revista de
izquierdas, asegura que la medida fiscal no es un pequeño ajuste, y que se ha
convertido en una de las disposiciones más caras de toda la legislación Build
Back Better. Jacobin acusa a los demócratas de mentir cuando argumentan que la
iniciativa afectará también a las clases medias, y se pregunta por qué es una
parte imprescindible de la agenda económica demócrata. The Economist –ya,
liberalismo en vena, pero si la leía y citaba Karl Marx, pues yo también–
publicó un artículo el 4 de diciembre en el que echó el resto: “SALT in the
wounds” (Sal en las heridas). “The Democrats’ fiscal policy makes a mockery of
their progressive pledges” (La política fiscal de los demócratas se burla de
sus promesas progresistas). En el texto, la revista habla de “fiasco fiscal” y
asegura que los demócratas prefieren dar a cada miembro del 1% más rico un
recorte medio en impuestos de 15.000 dólares, en vez de mantener, por ejemplo,
las prestaciones por hijos que, dicen, han reducido drásticamente la pobreza
entre los estadounidenses más necesitados.
El paquete de gasto
social, en el que está la iniciativa del tope SALT, tiene que pasar por el
Senado este mes. Allí la espera Bernie Sanders, senador por el estado de
Vermont, 80 años de edad, y última esperanza para que la cosa no sea tan
vergonzante. Sanders se ha comprometido a luchar contra la propuesta y plantea
restringir los beneficios del aumento en la deducción a los contribuyentes que
estén por debajo de los 400.000 dólares. En fin, tampoco parece jauja.
Pero más allá de lo
que ocurra en la Cámara Alta, y aunque se revise sustancialmente el tope SALT,
los demócratas seguirán siendo los que votaron en el Congreso para que los
ricos, sus ricos sobre todo, se ahorraran impuestos. Y esto es gasolina para el
Partido Republicano. A ver cómo les dices ahora que eso de que los demócratas
trabajan en la sombra para enriquecer a sus donantes más selectos es mentira.
Los ricos siempre
ganan. No ni ná. Esperemos que no estén ganado también los más malos. He leído
en demasiados sitios que Trump no se ha ido, y que quiere volver en 2024. La
CNN usa el verbo merodear. Ahora no sé qué decirles. ¡Pues que viva Biden! Ah,
¡y Alexandria Ocasio-Cortez! Ella, siempre.
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