sábado, 25 de diciembre de 2021

AL CANTO DE LA NOCHE

 

AL CANTO DE LA NOCHE

(Fragmento)

José Rivero Vivas

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José Rivero Vivas
FULGOR ROMÁNTICO  

Obra: NC.08 (a.18) – Novela-

Ilustración de la cubierta: Mujeres en la calle

Óleo sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.

(ISBN: 978-84-17764-20-3) D.L. TF  9 - 2019

Ediciones IDEA, Islas Canarias. Año 2019

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José Rivero Vivas

FULGOR ROMÁNTICO

(Cap.6; págs. 84-92)

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Su memoria vuela a Niederkaufungen, en la periferia de Kassel, donde Hildegund, fascinante y bella, con voz de timbre diamantino, le susurra… dein Kleid will mich was lehren, del celebrado O Tannenbaum; luego sigue dein Hoffnung und Bestendigkeit… Al constatar que él sigue sin mostrar ánimo participativo, le conmina:

-Lutzardo! –y seguidamente entona-: …freue dich zur Weihnachtszeit.

Estaban en casa de Frau Hübsch, una de aquellas villas ajardinadas, con huerta detrás, a la entrada de Kassel, invitados por ella a tomar una copa el día veinticuatro por la tarde. A la sugerencia de Hildegund, la acompañó, en segunda voz, cantando la melodía de aquel estribillo.

Frau Hübsch, tal vez impresionada, dijo:

-Für einen Gastarbeiter es ist etwas zu viel.

Su comentario, lleno de buena intención, hirió las fibras sensibles de Luzardo, que se sintió ofendido, y pronto quiso despedirse. Su reacción fue un tanto infantil, y a Hildegund sentó mal su brusquedad, aunque no objetó nada al quite. Fue con él hasta la puerta y lo dejó ir.

Los problemas circulan por la vida, contrarios a quien disfruta del amor y opera en mastodonte, con acción que se deshace, de puro mirar estrábico a la mujer despampanante que tiene cerca, indiferente y distante, cual si no existiera ruptura evidente del vínculo desdeñado que resulta ser verdad incuestionable. De este modo empezó a escribir la serie de cartas incompletas, iniciada aquella misma tarde, sin conciencia plena de su ciclo de pueril deserción, decretado por su propio comportamiento en un día harto memorable para quienes aman la esencia religiosa que entraña. Entonces pensó fingir enfermedad para prolongar su estancia en el país teutón antes de retornar a su origen y que sus padres cuidaran de su estado quebradizo y melancólico. La comedia no prosperó y hubo de irse, con intención de regresar y ver a Hildegund, atractiva y seductora, de ensoñada y llamativa figura, inapelable y portentosa.

Sin pensarlo siquiera se dirigió a ella, transcurrido el lapso de pamema y tortura. En ese instante, guapa más que nunca, giró ella en sí para decir adiós al joven elegante que la saludaba. Aturdido y pasmado, dio media vuelta y desistió en su propósito de aproximación, para solicitar su venia y presentarse cabal, en su integridad y apostura.

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La calma reina transitoria en el ámbito, rota, a veces, por las patadas, los manotazos y el resuello de Luzardo, que parecen llevar de fondo el estridente zumbido de las ráfagas con que hostiga y asedia la ventisca; su rumor, de mínimo alarde, es progresivamente vencido por el silencio, grueso y uniforme, señor absoluto de esta noche sin par, y sonámbulo cree el desventurado, asiduo asistente ayer a los ensayos del orfeón, estar oyendo al tenor madrileño entonando… “en esta Noche, misteriosa y santa…”

La nieve sigue cayendo intermitente, sacudida a ratos por el ululante ventear, y semeja alargar las sombras más allá de los confines urbanos, donde el silencio, opresor omnipotente, deja caer el plomo de su consistencia, ahogando incluso los débiles pasos del andariego que, tras las horas transcurridas en pareja actitud, no es capaz de pisar con el brío y firmeza requeridos para no enfriarse, y allí está, absorto en su mutismo, que la inmensidad de la noche, cubierta de nieve y estremecida por el silbido del viento, hunde en su infortunio, provisto de harapos, sin útil avío capaz de aliviar su necesidad terrena.

Quien desecha la encuesta, realizada con motivo del período actual de gestión, se apoya en las redes sociales, sin necesidad de abrir nuevo escritorio que le permita comunicarse con un mundo remoto, generador de información idónea, mediante la cual obtendrá ilustración acerca de la municipalidad, activa en su programa de incorporación de elementos foráneos, que habrá de entremezclarlos con cuanta demanda interponga el ciudadano a fin de concluir estricta planificación del patrimonio local. No obstante su premura, los cantos persisten y su son se alza por encima de humano concepto, confundido en devoción con el albor de la nieve y el vivo gemir del viento, que ha amainado, convirtiéndose en céfiro volandero, jugando a mágico hechizo nictálope, que llena el ambiente de dulces melodías, elevadas solemnes al Cielo en el sublime concierto de la Noche Santa. Casi unánime se escuchan agrios coros, de ancestral estirpe, cual rasgo irreverente, que es afirmación, en festiva respuesta, a cuánto de insondable entraña el Divino Misterio.

          Luzardo se vuelve bruscamente hacia aquella parte y, sorprendiendo con su dinamismo, blande amenazador el bastón, pasando de su amago a dar palos al aire, con desenfreno y vesania, como descargando culpas recónditas o ajusticiando execrables vilezas. Al cabo comprende que enfadarse y montar en cólera es esfuerzo inútil, que no vale de nada; el mundo camina a su ritmo y su desarrollo es compatible con cualquier movimiento en proceso de encomio, independiente de estímulo y obvio halago. Prefiere por tanto continuar en su aparte, sin preocuparse de si su presencia importa o no a los miembros de la orquesta, al virtuoso solista, al director de la coral o al anónimo feligrés.

          Los cantos descienden paulatinamente hasta quedar extinguidos por completo, permitiendo que el silbo del viento sea único rival del esporádico sosiego, y la noche pierde parte de su arcano para internarse en su tersa dimensión y traspasar los opuestos límites que la cercan. Pero, ¡oh poder de compensación que las cosas tienen! La rotundidad del compacto silencio se desvanece por ensalmo, trocado en júbilo bullanguero y detonante, y de la parte baja de la calle brotan villancicos, de popular arraigo, entonados por voces fuertes y roncas, capaces de asustar a los infantes recién nacidos en la vecindad, implícita alusión a los Santos Inocentes de pasado mañana, que el rudo jolgorio inconsciente anticipa, cual si la multitud previamente mostrara su arte plañidera en el martirio.

Luzardo, como antes hubo hecho, gira en sí a impulsos de lo que oye, levanta el bastón, amenaza y pega al vacío, como si este fuera responsable del acontecer zafado y mostrenco. No hacen los intérpretes caso al agresivo talante, de viejo achacoso y enclenque, y exaltados lanzan sus cantigas a todo el ámbito, con ánimos de juerga, de dicha, de felicidad, de gozo, de expansión, de cuanta disipación se tercie en la señalada fiesta. Corean a porfía, gritando a cual más, con ganas de echar fuera el clamor que en sus pechos anida, traducido en ansias de diversión y placer, reservados para esta noche de regocijo y solaz. Gritan algunos cual energúmenos, haciendo resaltar sus voces, broncas e hirientes, por sobre el cauto murmullo, la nieve, el viento, y la protesta del ser indefenso, a quien, por efecto de los pisotones, se le han aflojado las vendas y, con los pies descalzos, se sienta en el escalón de la puerta, después de apoyar el saco en la pared para que le sirva de respaldo; acto seguido se echa encima el abrigo, de trueque fortuito, reclina su cabeza y entorna los párpados, indiferente a los cánticos, tenaces las voces en su empeño de difuminar la beatitud latente y enajenar la vida al canto de la noche.

Mas, las gargantas, órgano humano, sufren quebranto por el esfuerzo, viéndose obligadas a calmar ímpetu y ganas, con lo que la concordia vuelve a reinar y se tranquiliza el desamparado. Aunque, no por mucho tiempo; puestos tácitamente de mutuo acuerdo, después de cierta pausa, en ambos extremos de la calle, alto y bajo, se produce una especie de estallido vocal, y, los cantos que antes fueron, brotan ahora al unísono en un acorde majestuoso, de veracidad y leyenda.

Luzardo se siente también dispuesto a entonar glorias dedicadas al supremo espíritu, sano y fuerte, nacido en el seno de una familia, afectada por la pérdida irreparable de quien ve dilapidada su oferta, cual dádiva desmedida, de presuntos delatores, de un código de conducta demasiado estricto para feliz acogida de las almas que no entienden su connivencia con cuantos presumen de procurar protección a los perjudicados del temporal de nieve, durante la noche de… No puede continuar su meditación porque el sueño lo vence y ha de abrir la cama y cerrar la puerta de la morada para evitar el ruido exterior…

Adormecido por el cansancio, sentado en el escalón de la puerta, oye de pronto…

-Frohe Weihnachten!

Sorprendido, levanta la mirada y descubre la esbelta silueta de la dama, enfundada en su abrigo entallado, que ligera sube hacia la plaza.

Extrañado por el saludo, mira desconfiado en torno, por si la felicitación va dirigida a otra persona. Comprobada su inequívoca soledad, mudo de estupefacción se mueve agitado en su incómodo asiento y trata de borrar el trance, cuando…

-¡Es ella! –exclama excitado, y atónito se levanta para contemplar su gentil avance sobre la intransitable calzada.

Torna a sentarse, impotente, y cierra los ojos en solicitud de descanso. Súbitamente, del ámbito de la iglesia, surgen acordes divinos, cantos excelsos, loas al Cielo, como si voces angélicas entonaran compases de Stille Nacht, entreveradas a la trompeta que suena en Boy with a horn, película que, adolescente, provocó difuso impacto en su ser.

Al restablecerse el silencio:

-Alles schläft… -musita desolado.

Atrincherado en el desvencijado portal, opta por echarse sobre el saco, piltra estupenda, y, preso ya de modorra, no le atrae nada del espontáneo acaecer; tranquilo reposa sobre su improvisado lecho, oyendo cantos litúrgicos y profanos, que se entremezclan en su ascenso hacia el cielo, describiendo auras maravillosas, que expansivas perfilan un mundo fabuloso de comprensión y armonía, para descender, más tarde, con pulcra impregnación, de unos y otros, respecto de cuanto se procuran, en un intento de desechar aquello por cuanto se les repele en los castillos ajenos a sus respectivas naturalezas de nobleza y bondad. Así, arrullado por ambas trovas, dispares en la forma, aunque afín en el fondo, se va quedando dormido, ignorando la noche, la nieve, el viento, las voces y su estado lamentable.

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          Pasa el tiempo y, con él, la noche avanza por derroteros, rectos a veces, aunque a menudo tortuosos. La nieve arrecia y el viento se hace más fuerte, causando verdaderos estragos, extramuros de la epopeya en ciernes, conforme la postura radical de quien se opone a la corriente general, catalogada de legítima, tras la conveniencia pintiparada de cuatro acerados valientes, de vida brava, al margen de nomenclatura ideal de unos pocos, estimados idóneos para cantar las aleluyas halladas al pie del órgano, sordo por falta de uso, cuyos acordes suenan en la humilde iglesia, como bajo bóveda catedralicia, y se expanden por el atrio y las naves, inundando los oídos del fiel creyente que, bajo su efecto, se siente redimido de sus males, aun cuando pernocte cansino en los alrededores del templo.
          Luzardo sigue tendido bajo el alero, guarecido apenas de la nevada, dando vueltas, sin poder dormir, porque el frío lo balda; ausente en sí mismo, permanece en posición horizontal, soportando estoico su privación y su molestia. Sabe que no es menester superar la dificultad de su enconada estancia terrestre, porque la luz es indeleble en quien posee el don de mirar sin ver, facultad que no precisa de faro que ilumine su travesía en el monte, pues en el mar ha de contar con las olas, la tempestad y la desesperanza que acuna su mórbido malestar.

          Los cantos acaban. No se les oye ya por parte alguna, lo cual confirma su desaparición cierta. La calle se llena de gente que desciende para reintegrarse a sus hogares; ahora, al pasar por el hombre ya caduco, ni siquiera lo miran, tan confuso es el bulto que con su saco forma al desgaire. De la parte baja comienzan a subir voces, que suenan afónicas, apagadas y menos fuertes que horas antes. El sagrado lugar cierra sus puertas y el profano entorna las suyas, pero nadie entra. Los cantos, litúrgicos y profanos, dejan de existir en su momento, y, los pasos, con las voces, van gradualmente extinguiéndose en la pálida atmósfera. La calle queda vacía, aislada y solitaria, sin nadie transitando en su seno. Se oye, a cortos intervalos, alguna voz que otra, entonando, cantando y parafraseando fragmentos de lo previamente aprendido para manifestar con entusiasmo y franqueza esta noche, en la cual todo se ha tornado sosiego y paz, mientras se esfuma tenuemente a medida que se insinúa la aurora.
          Luzardo, en su refugio, no se rebulle, y luce inmóvil. Hace rato que no da patadas ni manotazos ni hace ¡je!, que entero se ha vuelto quietud, a instancias de las sombras y su tenebrosa presencia. De él no se adivina más que un montón de trapos, a medio cubrir por la nieve, que se atreve hasta el saledizo, donde asoman las pútridas masas de carne de sus pies, que se han quedado fríos, amoratados y yertos, durante la noche… relevada por un día luminoso que exultante se levanta
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José Rivero Vivas

FULGOR ROMÁNTICO

(Cap.6; págs. 84-92)

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José Rivero Vivas
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Obra: NC.08 (a.18) – Novela-

Ilustración de la cubierta: Mujeres en la calle

Óleo sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.

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