¡MALDITO CHOLO!
Simeone, ese
es el nombre que me atormenta. Una década al frente del Atlético de Madrid,
diez años de pesadilla. He recurrido al psicólogo para que me ayude a superar
esta obsesión, este desasosiego que me persigue
JOSÉ MANUEL TENORIO
Simeone. Ese es el nombre que me atormenta. Una década al frente del Atlético de Madrid, diez años de pesadilla. He recurrido al psicólogo para que me ayude a superar esta obsesión, este desasosiego que me persigue. Su fichaje no me inquietó lo más mínimo, la verdad. Hombre, yo hubiera preferido que siguiese Manzano o si no la opción de Caparrós, un entrenador que seguramente hubiera mantenido al Atleti donde debe de estar, en la más absoluta mediocridad y sin quitarme cuota de mercado. Pero apareció El Cholo y todo se fue a la mierda, perdónenme la expresión.
El primer año ya
empezó mal, cogió a un equipo desmoralizado, con claros signos de
descomposición –así encargué a la prensa a mi servicio que definiera el estado
de los colchoneros– y tuvo la desfachatez de ganar la UEFA (yo le sigo llamando
la UEFA, tengo una edad en la que no soporto los cambios). Bueno, un torneo
menor, pensé, no pasa nada. Sin embargo, en mi interior sabía que algo había
empezado a suceder. No se convierte uno en la persona más poderosa de un país
sin hacer caso a su intuición. Ese mismo verano confirmé mis sospechas: segundo
título, Supercopa de Europa. Un partido donde desplegó un fútbol tan vistoso y
alegre que me hizo coger un berrinche monumental. Tanto que mandé hundir un par
de prometedoras empresas que me estaban tocando las narices. La prensa volvió a
cumplir su papel quitándole mérito al asunto, pero la infección había corrido
por todo el país que consideraba al Atleti el equipo de “moda”. Me aferré a que
las modas pasan y a que todo lo que sube yo lo hago caer. ¡Iluso de mí! La
herida mortal llegó la temporada siguiente, cuando ganaron en mi propia casa la
Copa del Rey. No podía creerlo. ¡Esa bandera de Gabi ondeando en medio del
Bernabéu! Un rencor sin límites se apoderó de mí. Odiaba a ese tipo de negro. A
ese entrenador que, cogiendo piezas de desguace, había construido un coche
ganador. Maldito seas cien veces, Simeone.
El apocalipsis se
desencadenó el año siguiente, cuando el maldito Cholo hizo campeón a esos
desarrapados después de diecinueve años sin rascar bola. ¡No podía tolerarlo! De nada sirvió que
estuviéramos a punto de ilegalizarles por juego violento, de nada sirvió
nuestra campaña para declarar nulos los goles a balón parado. El Atleti salió
campeón y para colmo llegó a la final de la Copa de Europa.
¡Tuve tanto miedo
esos días! No podía ser. No podían ganar la Champions derrotando al Real
Madrid... Con el tiempo cumplido eran campeones. Así que hice la llamada y el
árbitro actuó como se le pidió. Ganamos.
Lejos de venirse
abajo, las calles se llenaron, al día siguiente, de miles de personas luciendo
con orgullo la camiseta rojiblanca. ¿Pero qué coño le pasa a esa gente que
celebra las derrotas? Locos. Están locos. Como algunos años después cuando,
tras apearles en semifinales de la Champions, bajo una lluvia torrencial, los
aficionados no paraban de bailar y cantar felices, coreando ese maldito nombre,
esa letanía infernal: “Cholo, Cholo, Cholo...”.
Durante este tiempo
ha conseguido ganar otra UEFA, otra Supercopa de Europa, clasificar siempre al
equipo entre los tres primeros y llegar a otra final de Champions, que por
supuesto tuve que arreglar para poder ganar.
He tratado de
desestabilizar a Simeone de todas las maneras posibles. Le he atacado por tierra,
As, Marca y aire. He dado orden a las radios para que digan que juega feo, que
eso no es fútbol, que nadie quiere ver jugar a un equipo así. He logrado infiltrar en los medios de opinión
a topos que, haciéndose pasar por periodistas colchoneros, día tras día tiran
sus méritos por tierra, juegue como juegue, gane lo que gane. Le he dejado
fichar a jugadores de nuestro equipo, absolutas maulas, para minar desde dentro
la plantilla, pero, el muy taimado, los ha convertido en excelentes peloteros. Ese tipo de negro, esa figura que con pasión
juega los partidos desde la banda, sigue diez años después la frente del timón.
La temporada pasada, sin el apoyo del público en las gradas, sin ese punto
extra que da la afición del Atleti animando al equipo, volvió a ganar la liga y
encima jugando al ataque, reinventando su sistema de juego para sorprender al
rival. Creedme cuando os digo que compré todas las voluntades del mundo para
que no lo hicieran, creedme que gasté todas mis energías para que unánimemente
el universo creyera que de no salir campeones hubieran hecho el ridículo. ¡Qué
idea más absurda, pero mis huestes obedecen sin rechistar! El puntín de ese
chico de barrio, de ese tipo llamado Correa del que todo el mundo dudaba
excepto el Cholo, ese maldito puntín le dio el campeonato. Noté cómo la ira me
poseía: ya ni derribar empresas rivales, ni extorsionar al Estado español para
pagarme con miles de millones perforaciones fallidas me producía satisfacción.
Una vez más, el maldito Simone me había vuelto a mojar la oreja.
Esta temporada van
mal. Parece que sufren un bache de juego. Yo he hecho lo que he podido y he
mandado al VAR pitar siempre en su contra, pero no sé... me ha salido un
sarpullido en la espalda justo el día que se clasificaron para octavos de la
Champions. No me fío, no me fío de este tipo.
Maldito seas
Simeone.
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