MASCARILLA PARA CARCAJEARSE A GUSTO
Pedro
Sánchez ha anunciado una gran y novedosa medida que ya existía. No está mal
para una conferencia de presidentes convocada de urgencia mientras la atención
primaria colapsa
GERARDO TECÉ
Conferencia de presidentes autonómicos, celebrada el 22 de diciembre de manera telemática desde el Senado.
De camino a la cena de empresa o al cotillón de fin de año, protéjase. La obligación del uso de mascarilla por la calle es un sacrificio que merecerá la pena. Piense que, una vez dentro de la abarrotada discoteca o del restaurante sin ventilación, usted podrá deshacerse de la protección y disfrutar tranquilamente de la velada. Si, por desgracia, después de una de estas celebraciones interiores desarrolla usted síntomas del maldito bicho, es importante que se quite la mascarilla para hablar por teléfono. Con ella puesta, esos contactos estrechos –a los que tendrá que llamar porque rastreadores no hay– no entenderían bien sus palabras al explicarles la compleja situación: con síntomas de covid y sin
respuesta cuando intenta comunicar con el centro de salud. Una vez avisados los contactos, vuelva usted a ponerse la mascarilla porque le toca de nuevo salir a la calle. Durante horas, y rodeado de otros muchos otros enfermos desatendidos como usted, le tocará esperar la enorme cola que da la vuelta a su centro de salud gracias al desmantelamiento de la sanidad pública y los recortes en personal sanitario. Con mascarilla o sin ella, el español debe ser toreado para que no se extinga.La medida aprobada
por la conferencia de presidentes autonómicos convocada por Pedro Sánchez
–obligatoriedad de mascarilla en exteriores– para afrontar la sexta ola de la
pandemia es la constatación de un fracaso, una tomadura de pelo y una
humillación. El fracaso de la política española que, incluso enfrentada a una
grave crisis sanitaria sigue jugando al juego de siempre. Al gesto vacío de
siempre, al corto plazo de siempre, a la irresponsabilidad de siempre, al
cálculo político de siempre. Presidentes autonómicos que desmantelan la sanidad
mientras bailan al ritmo que les marcan las encuestas, y un presidente del
Gobierno central que no hace nada por evitarlo. Una tomadura de pelo a unos
ciudadanos que en parte se la merecen. Fueron ciudadanos que hoy se contagian
sin recibir atención médica adecuada quienes dieron por buena con abrumadora
mayoría en Madrid la política del sálvese quien pueda mientras a mí no me
toque. Quizá hoy descubran que la libertad no consiste en acceder al bar, sino
al ambulatorio. Una humillación al personal sanitario que desde hace dos años
lucha contra este virus poniendo su cuerpo y su riesgo en primera línea. Ese
personal, igual que el personal científico, sabe bien que aquí no hacen falta
mascarillas para pasear por la calle, sino más rastreadores y más cuerpos en
primera línea de la sanidad pública. A ese personal sanitario ya no se le
aplaude a las ocho de la tarde desde los balcones, sino que se le escupe a
cualquier hora desde despachos. Si, con la atención primaria desmantelada y
colapsada en Madrid, la presidenta Díaz Ayuso se puede permitir culpar a los
trabajadores sanitarios sin que arda la Gran Vía, quizá una medida tan absurda
como la mascarilla por la calle sea lo que merecemos.
La guinda final del
esperpento la ha puesto el convocante del bolo. En rueda de prensa, el
presidente Sánchez ha explicado que la mascarilla será obligatoria en
exteriores excepto si existe distancia de seguridad de metro y medio respecto a
otras personas no convivientes. Es decir, Pedro Sánchez ha anunciado una gran y
novedosa medida que ya existía. No está mal para una conferencia de presidentes
convocada de urgencia mientras la atención primaria colapsa. Se echa de menos
el uso de mascarilla obligatoria en ruedas de prensa institucionales. Por
aquello de que puedan carcajearse a gusto.
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