VERÓNICA FORQUÉ NO ESTABA BIEN
El
programa emitido en la televisión pública debería haber sido cuidador y no lo
fue. Al otro lado, el instinto humano debería habernos hecho cambiar de canal.
Tampoco lo hicimos
GERARDO TECÉ
Verónica Forqué en Kika (1993) de Pedro Almodóvar.
La película Réquiem por un sueño trata sobre la angustiosa relación entre salud mental, adicciones y un mundo que hace ya tiempo perdió el instinto de humanidad. Un mundo enfermo representado por la pantalla de televisión frente a la que, cada tarde, Sara Goldfarb se sienta a consumirse viendo su concurso favorito de televisión. Es una de esas pelis que, una vez vistas, alguien sin querencia por la angustia decide no volver a ver nunca más. Por desgracia he vuelto a verla.
La muerte de
Verónica Forqué por suicidio –es importante nombrar un problema que arrasa cada
día con la complicidad del silencio y la incomodidad– nos sacude. Su muerte
llega agarrada de la mano de un gigantesco elefante en la habitación del que
sería irresponsable no hablar: su paso reciente por MasterChef Celebrity. Un
programa que, disiento de algunas opiniones que me he encontrado en estas
horas, no ha tenido responsabilidad directa sobre el estado de salud mental de
la actriz, pero que sí ha hecho un uso lucrativo de esa mala salud mental. Es
importante hablarlo y que, quienes hemos sido espectadores, reconozcamos
también la parte que nos toca. Estoy convencido de no ser el único que,
sintonizando el reality de TVE y observando lo que era un espectáculo degradante,
en lugar de cambiar de canal he decidido subir el volumen sin más reflexión que
un frívolo “está fatal esta mujer”. Lo estaba.
Cualquiera que sepa
cómo funciona la tele por dentro sabe que este tipo de formatos parten de
grabaciones larguísimas en las que, la mayor parte del tiempo, no sucede nada
“televisivo”. Es en el posterior trabajo de edición cuando se decide,
fríamente, qué se hace con todo ese material. Qué parte del metraje se descarta
y qué parte se selecciona, recorta y pega para contar la historia que decidimos
contar. En el caso de la concursante Verónica Forqué se potenció y se mostró su
perfil más espectacular: el de una mujer absolutamente sobrepasada, perdida,
débil, desquiciada. También se seleccionaron los cortes en los que Forqué desquiciaba
al resto de compañeros generándose una especie de bullying televisado en el
cuál a ningún otro concursante le interesaba unir su destino en el programa al
de ese ser errante, al que señalaban como tal sin ningún tipo de disimulo.
“Está fatal esta mujer”, repetíamos algunos desde casa soportando sin problema
una incomodidad a la que la tele nos tiene acostumbrados como parte del
espectáculo.
No se trata de
buscar culpables. Sí de entender cómo funciona un circo que debería revisar
algunas normas. Sí de entender cómo funcionamos los espectadores. Pertenezco a
la lista de quienes hemos pasado de puntillas sobre el asunto de la salud
mental una y otra vez. Llamando zumbado a quien quizá, por desgracia, lo
estaba. Echando unas risas con la última ocurrencia de quien quizá no estaba
bien. No se trata de fustigarnos. Sí de aprender. Hemos aprendido a que nos
salten las alarmas ante comportamientos machistas, homófobos o racistas, pero
aún siguen fallando esas alarmas cuando la humillación ante la enfermedad mental
aparece ante nuestros ojos.
El programa emitido
en la televisión pública debería haber sido cuidador y no lo fue. En el proceso
de edición, se debería haber dado un perfil bajo al relato del paso de la
actriz por MasterChef, descartando imágenes que eran claramente dañinas, pero
no se hizo. Al otro lado, el instinto humano debería habernos hecho cambiar de
canal. Tampoco lo hicimos. Verónica Forqué no estaba bien. Era evidente. Y lo
peor de todo: que fuera evidente que no estaba bien no cambió nada.
¡Que maravillosa reflexión la emitida por la deslumbrante pluma de GERARDO TECÉ¡NI SE REVISAN NORMAS, NO SE TIENEN HUMANOS SENTIMINTOS DE RESPETO Y DIGNIDAD!
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