sábado, 21 de agosto de 2021

MENOS VERANIEGO QUE UN TALIBÁN

 

MENOS VERANIEGO QUE UN TALIBÁN

Quienes hoy son presentadas en el telediario como pobres víctimas del integrismo islámico, mañana o pasado serán criminalizadas como inmigrantes ilegales en esos mismos espacios

GERARDO TECÉ

Hay pocas cosas menos veraniegas que un talibán. Si uno piensa en el mes de agosto, se le viene a la cabeza un gazpacho bien frío o un paseo por la playa, pero no presenciar el ascenso al poder del integrismo religioso más violento y reaccionario. Las tomas de poder del fanatismo ultraconservador no casan bien con una estación del año tan llena de luz. Y de color. El verano es amarillo, se lo dice un sinestésico. Un color abundante en la naturaleza. Se da en las margaritas, en las colmenas de abejas y en los atardeceres. Un color con vida, alejado en la escala cromática de ese negro muerte que abunda cuando aparece la peor faceta conocida del ser humano: mutar a monstruo por la gracia de dios.

 

Otro elemento que no encaja bien con el verano es trabajar. Pero a veces pasa, y en eso consiste el periodismo, en que toca hablar de las cosas que no casan. Las cosas que no encajan, son, de hecho, las que le dan sentido a nuestro trabajo. Este mes de agosto el verano se ha detenido bruscamente como se detuvo en seco aquel verano en el que un coche cargado de fanatismo atravesó Las Ramblas de Barcelona sembrando oscuridad y sacándonos de la pausa veraniega para ponernos a hablar de cruda actualidad, con lo a gusto que estábamos sin hacerlo. En este caso han sido los talibanes tomando Afganistán quienes han hecho que estas líneas, que en condiciones normales hubieran sido usadas para presentarles un amable relato breve sobre una salamanquesa perdida en una pared o una reflexión sin pretensiones escrita bajo la sombrilla, se conviertan en un grito de hartazgo. Desde ya, Afganistán, un territorio con una superficie mayor que la de España, está gobernado por quienes creen que la mujer es la legítima esclava de un dios que –como todos los dioses– es un machista empedernido. Desde ya, Afganistán está gobernado por quienes consideran la homosexualidad una perversión a erradicar, por quienes creen que son enemigos a eliminar quienes no profesan estúpidas creencias de odio. Desde ya, Afganistán, ese bochornoso fracaso de un Occidente sin valores, debería concernirnos a todos.

 

No es mucho mejor quien niega el auxilio en un accidente que quien conducía borracho provocándolo. El mundo occidental parece dispuesto a demostrarlo una vez más. Mientras nos llevamos las manos a la cabeza por el ascenso talibán, encontramos también la forma de llevarnos una mano a la boca para lanzar un susurro a quienes son perseguidos por el fanatismo: tshhh, aquí no molesten. Quienes hoy son presentadas en el telediario como pobres víctimas del integrismo islámico, mañana o pasado serán criminalizadas como inmigrantes ilegales en esos mismos espacios. Lo dicho: no somos mucho mejores. Si algo nos han enseñado la vuelta de los fanáticos al poder veinte años después, es que los fanáticos no paran nunca en su empeño y que el trabajo de una sociedad sana debería consistir en trabajar a diario para impedir que lo consigan. En Afganistán y en cada casa. Cada sociedad tiene sus talibanes y solo les distingue de los que han llegados a Kabul el margen de maniobra que les da el lugar en el que viven. La persecución de la mujer, del homosexual, del que no pertenece al grupo dominante, la negación de la ciencia no son patrimonio exclusivo de los fanáticos estudiantes del Corán. En España todo esto nos suena bastante.

 

Lo contrario al integrismo islámico no es el catolicismo, como pretenden vendernos en las últimas horas los talibanes nacional-católicos locales, deseando pescar en desgracia revuelta. Lo contrario al integrismo es el ateísmo que, a propósito, es de color verde esperanza, se lo dice un sinestésico. Como dice un amigo, recuerden que los ateos, los defensores de los Derechos Humanos, los que apostamos por el amarillo del verano y no por el negro del odio, deberíamos exigirle cada año a Hacienda que nos devuelva la contribución destinada al Ministerio de Defensa: “Yo, ni soy nacionalista ni soy creyente, así que, devuélvanme lo que es mío, que yo no hago gasto en balas”. Amén.

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