LOS ‘MONSTRUOS’ COSTEROS DEL
CEMENTO, EN EXPANSIÓN
ROSA M. TRISTÁN
Imagen de las
construcciones en Torrevieja. FOTO: Rosa M. Tristán
Cuando parece que hay zonas de la costa de este país que ya no pueden ser más masacradas, va y se anuncia que se van a construir 18 rascacielos, así, a bocajarro, en un lugar como el destrozado municipio de Torrevieja. Cuando se cree que las sentencias judiciales sirven para algo, descubres que no, que un ayuntamiento de poco más de 8.000 habitantes, el de Carboneras (Almería) boicotea un fallo judicial del Tribunal Supremo y un hotel ilegal, El Algarrobico, emblema incomparable de los desmanes del cemento a orillas del Mediterráneo, sigue ahí, como ruinoso monumento al ‘ladrillazo’. Y cuando apuestas porque especies tan apreciadas como las ballenas gozan de respeto ambiental–a fin de cuentas son los mamíferos más grandes de la Tierra- topas con la noticia de la construcción de gran puerto comercial, el de Fonsalía en Tenerife, que incluso podría quererse financiarse con los fondos europeos de la ‘sostenibilidad’.
Antes de la
pandemia, hubo un momento en el que, como tantas otras personas, pensé aquello
de que algo bueno nos quedaría a nivel ambiental. Qué vana ilusión. De vuelta
la burra al trigo, hay serios indicios del regreso de la vorágine constructora
en aras de un turismo que, inevitablemente, tiene que tener límites. Y es
penoso comprobar lo fácil que es enladrillar y lo difícil que es reparar los
daños en este país, aún con la bicoca de que un juez sentencie contra una
ilegalidad.
El caso más
emblemático es el del hotel El Algarrobico, en la cala que le da nombre. Tengo
muy grabada la ocasión, en febrero de 2009, en la que más de 60 activistas de
Greenpeace, en una noche, hicieron desaparecer simbólicamente esa aberración
costera cubriéndola con una capa verde. Para entonces, la obra, terminada en
más de un 90%, estaba parada por un juez. Después ha habido varias sentencias,
incluida una del Tribunal Supremo en 2016, sobre su ilegalidad. Cinco años
después, cuando ya nos habíamos olvidado de él, resulta que otro tribunal, el
Superior de Andalucía, acaba de fallar que no se puede demoler porque el ayuntamiento
no ha anulado su licencia de obras, es decir, que el edificio de 21 plantas
sigue igual que cuando lo ví hace 22 años.
Basta subir más al
norte, por la misma costa de levantina, para toparse con otra serie de
barbaridades en cadena y más recientes, en concreto junto al mar en los
municipios de Orihuela y Torrevieja, lugares donde, por cierto, las denuncias
por corrupción política son parte intrínseca de su historia reciente. Es penoso
ver lo que en sólo unos años ha pasado en el único tramo de costa virgen que
quedaba entre ambos. Allí he visto crecer cada verano grandes edificios, con
cientos de viviendas, que tapan el sol a las pequeñas calas acantiladas por las
que antes se paseaban las garzas reales y otras aves. Es un gran negocio el de
la constructora Gomendio en Punta Prima (Orihuela) y Rocío del Mar
(Torrevieja). Apenas culminadas estas "fases" ahora su siguiente
objetivo es levantar otras 2.000 viviendas en la vecina Cala Mosca (Orihuela).
Pero como si
quedarse sin costa virgen, como ya denuncie en 2014 y en 2019 no fuera
suficiente, este año la Alcaldía de Torrevieja da un paso más y anuncia la
construcción de 18 rascacielos de hasta 29 plantas. Como ya no hay ni un palmo
de suelo utilizable, sólo les queda tirar a lo alto. Que estén a la venta miles
de viviendas, no importa. Que haya cientos y cientos de semirruinas, tampoco.
Que sea insostenible y veamos a los turistas corriendo de madrugada para buscar
sitio en sus pequeñas playas, ¿qué más les da a los de los negocios?
Todas las torres se
levantarán en solares en el centro de la ciudad, en lugares como las playas de
los Náufragos, El Acequión o el Puerto de la Sal, todas juntas. Allí mismo he
visto nadar a la gente entre aguas fecales. Asqueroso. Otra tanda se
construirán junto al gran parque céntrico de la ciudad, el de Doña Sinforosa,
un jardín estilo siglo XVIII donde se anuncia que cortarán árboles para que
desde los rascacielos haya ‘vistas al
mar’. Resulta tan dantesco que parece irreal.
En este punto de incredulidad
no puedo no mencionar el caso de Andalucía, donde por decreto-ley la Junta ha
decidido suspender los informes de impacto ambiental de determinados proyectos
si estos informes perjudican a los proyectos. Lo hizo aprovechando la pandemia
y disfrazando el asunto de ‘agilidad burocrática’ para salir ‘de la crisis’.
Ilusa de nuevo, pues siempre pensé se hacían estos informes, al menos
teóricamente, para evitar daños al entorno.
El tercero de los
muchos desmanes costeros que traigo a colación es el del puerto de Fonsalía en
Tenerife, seria amenaza sobre el único santuario de ballenas de Europa. Para
PSOE, Cs, CC y PP, las más de 300.000 firmas recogidas contra esta obra no son
impedimento para apoyar un proyecto que afectará a este Lugar Patrimonio de
Ballenas que es el tercero del mundo, tras el de Bluff (Sudáfrica) y Harvey Bay
(Australia), según la Alianza Mundial de Cetáceos.
Todo esto está
pasando en un país que tiene aprobada una Ley de Costas desde 1988, pero que en
33 años no ha acabado su deslinde, es decir la protección de 100 metros de
costa en zonas no urbanas y 20 en urbanas. Lo triste es que esos 100 metros ya
se han quedado viejos. El cambio climático amenaza con una subida del nivel del
mar que veremos (ya vemos) traducido en grandes mareas e inundaciones.
Echo de menos los
informes ‘Destrucción a toda costa" que cada año hacía Greenpeace España
para hacernos balance. Bien es verdad, me justifica María José Caballero,
directora adjunta de Programas de la ONG, que parecía que la ‘burbuja costera’
había ‘pinchado’ con la crisis económica anterior y la pandemia, pero todo
indica que está resucitando a marchas forzadas.
Las consecuencias a
veces tardan años en dar la cara, pero la dan. Hace escasos días en Laredo, al
que llaman el ‘Benidorm del norte’ por el nivel de construcción que hay en su
larga playa de La Salve, comprobé los tremendos impactos que ha tenido la
construcción de un puerto deportivo hace unos años, por cierto, hoy casi vacío.
Muchos allí le atribuyen los cambios en las dunas, en las corrientes, en la
pesca, porque los barcos se quedan varados. También están las ruinas de algún
restaurante al que ya se han llevado las olas.
Pero la máquina de
expender hormigón de nuevo está en marcha. Cabe preguntarse cuántas de estas
nuevas construcciones, legales o ilegales, nos quedan por ver en territorios
donde ni hay agua suficiente para el consumo que precisan, ni tienen capacidad
de gestión de los residuos, ni capacidad han pensado en la movilidad de tanto
humano y, lo que es peor, ni cuentan con la necesaria capacidad mental en
muchos de sus políticos para entender, como nos avisan cientos de trabajos
científicos a nivel global, que la vida en este planeta está entrando en una
etapa donde las costas serán las zonas más vulnerables a daños irreversibles.
Sigamos generando
monstruos, que acabarán con nosotros.
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