FREUD Y KAFKA: UNA METÁFORA EN TORNO A LA CRISIS DEL SER HUMANO
POR RAÚL ALLAIN
El psicoanálisis de Freud y la literatura “kafkiana” (epíteto acuñado para describir situaciones absurdas y extrañas) están emparentadas con la visión de crisis del hombre en el siglo XXI, agobiado por la modernidad, la opresión laboral y la esclavitud de las nuevas tecnologías.
Si Kafka abordó el abismo, Freud, el padre del psicoanálisis, intentó bucear en el subconsciente para extraer motivaciones del mundo de los sueños mediante la hipnosis, con la finalidad de curar la histeria personal y colectiva.
El relato “Ante la ley”, de Franz Kafka, es una perfecta simbología del mundo actual: «Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar». Y así sucesivamente.
Finalmente, el
guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes
sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:
“Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a
cerrarla”.
Hagamos lo que
hagamos, el mundo seguirá igual. Un golpe que desbarata la ilusión. Toda la
obra de Kakfa está atravesada por el tema del juicio, el proceso y la condena;
alimentándose de motivos freudianos, del complejo de culpa, de los traumas, de
los miedos del subconsciente, del estigma del pasado y las pesadillas.
El hombre, como en
el cuento “La metamorfosis”, es un insecto, vive como tal y es tratado como un
bicho miserable. O como “Un artista del hambre”, cuyo mayor arte es demostrar
que puede vivir sin comer ni beber.
En El Proceso,
Joseph K. es acusado sin causa alguna y detenido sin ser retenido en prisión,
uno de los guardias le dice algo siniestro y turbador: “Nuestras autoridades…,
no buscan la culpa entre las gentes sino que, es la culpa la que las atrae…”.
Al final, condenado sin saber por qué, él es ajusticiado y muerto.
Freud escribió que
“la conciencia de culpa preexiste a la falta; la culpa no procede de la falta,
sino a la inversa, la falta proviene de la conciencia de culpa. A estas
personas es lícito designarlas como ‘criminales’ por sentimiento de
culpabilidad”.
Por ende, el hombre
es culpable; su crimen reside en la fantasía y en los deseos culpables de la
infancia, porque la pulsión de muerte exigió y obtuvo, de una u otra manera,
una satisfacción secreta.
En su obra, Más
allá del principio del placer, Freud se pregunta si el impulso hacia la muerte,
autodestructivo, no es acaso el principio fundamental de todos los demás
impulsos: La vida sólo es una demora de la muerte. Para él, la pulsión de la
muerte representa la tendencia irreductible de todo ser vivo a retornar al
estado inorgánico. Según esta perspectiva todo ser vivo muere necesariamente
por causas internas.
Posteriormente la
pulsión de muerte sería designada con el nombre de “Tánatos”, en oposición al
“Eros”, que representaba a la pulsión de la vida. Excepto en conversaciones
privadas, Freud utilizaba indistintamente los términos de pulsión de muerte o
de pulsión de destrucción; pero en una discusión con Einstein a propósito de la
guerra, establecería una distinción entre ambos. La pulsión de muerte estaría
dirigida contra sí mismo, mientras que la segunda, derivada de aquélla, estaría
dirigida contra el mundo exterior.
Pero, ¿a qué
llamamos culpa? ¿Cuál es su origen y su modus operandi?
Freud y Nietzsche
(el gran filósofo-poeta) se han ocupado de este concepto. Si para Nietzsche, el
castigo es una pseudoforma de justicia que enmascara el afán de dominio y
resentida venganza hacia los culpables transgresores de las normas morales,
para Freud, el castigo será el procedimiento mediante el cual los atenazados
por el sentimiento de culpabilidad, mediante su ascética autoagresión, buscan
la catártica purificación de sus faltas y la amortiguación de sus tensiones,
generadas por las imposiciones y amenazas del super-ego.
El instinto de
agresión, la hostilidad natural de uno contra todos y de todos contra uno, se
opone a los designios de la cultura. ¿Qué recursos tiene la cultura para
contener la agresividad innata del hombre? Freud denomina super-yo a la
conciencia moral que genera aquella tensión que da origen a la «culpabilidad».
Así pues, la agresión es internalizada, devuelta al lugar de donde procede: es
dirigida contra el propio yo desplegando frente a éste la misma dura
agresividad que el yo, de buen grado, habría satisfecho en individuos extraños.
La tensión creada
entre el super-yo y el yo subordinado al mismo la calificamos de sentimiento de
culpabilidad y se manifiesta bajo la forma de necesidad de castigo. Por
consiguiente, la cultura domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo
debilitando a éste, desarmándolo y haciéndolo vigilar por una instancia alojada
en su interior.
En El malestar en
la cultura (1930) la «inclinación agresiva» se considera una «disposición
pulsional, autónoma, originaria del ser humano». La «necesidad de castigo» ya
no se explica por culpa inconsciente sino por un yo «devenido masoquista bajo
influjo del superyó sádico», que «emplea un fragmento de la pulsión de
destrucción interior, preexistente en él, en una ligazón erótica».
Fassbinder alguna
vez comentó que si —de niños— algunos artistas malditos resuelven adoptar una
conducta desagradable, seguramente es para defenderse del peligro de ser
rechazado sin razón aparente.
Se supone que los
niños que están destinados a ser «futuros saboteadores» de su propio éxito, han
sido niños con un gran talento natural. Estos dones facilitarían sus
potenciales logros. El primer éxito experimentado por estos niños es la
situación de haber logrado, muy tempranamente, ser los preferidos de su madre.
«Los que fracasan al triunfar» perciben al padre como muy agresivo e
intensamente envidioso del vínculo madre-hijo, mientras a la madre la sienten
como intrusiva y demandante de atención y gratificación. De allí que el joven
hará desesperados esfuerzos para separarse —a la brevedad— como un pseudoadulto
en un intento de romper el lazo con la madre.
«Los que fracasan
al triunfar» son personas que una vez que han logrado un éxito determinado
(como por ejemplo una conquista amorosa largamente esperada, o una promoción
profesional de mayor responsabilidad, prestigio y retribución económica) lejos
de disfrutar del éxito, experimentan cierta sensación de fracaso psicológico,
profesional, emocional y aun personal.
Este dramático
rasgo de carácter (patológico), descrito por Freud en 1916, está basado en una
dinámica inconsciente vinculada con la tendencia a sabotearse.
Y el ser humano,
abatido por guerras mundiales, terrorismo, nuevas formas de esclavitud,
opresión económica, enfermedades y pestes, desempleo, narcotráfico, adicciones,
dominación electrónica, entre otros males, demuestra que es el principal
enemigo y depredador de su propia especie.
Raúl Allain.
Escritor, poeta, editor y sociólogo. Presidente del Instituto Peruano de la
Juventud (IPJ) y director de Editorial Río Negro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario