ENFERMERO 007
AGUSTIN GAJATE
Sabía cuál era su misión y los peligros que acarreaba, pero no renegaba de su profesión y era consciente de los riesgos y de lo que se jugaba en cada momento. Al contrario que los agentes secretos, tenía una identidad y rostro conocidos por muchas personas normales y corrientes, a causa de su estresante puesto de trabajo en un hospital, con una jornada laboral extenuante y un salario más bajo del que debería corresponderle por la actividad esencial que desarrollaba y sin ningún tipo de reconocimiento oficial ni medalla al valor por los servicios prestados.
Casi todos
los días, cuando terminaba su turno, guardaba sus pertenencias en la mochila
que lo acompañaba siempre y que contenía, entre otros objetos, utensilios y
productos de higiene personal, ropa para cambiarse y un equipo de emergencia
por si tenía que intervenir ante un imprevisto problema de salud de una persona
que se encontrara próxima, además de un pequeño estuche con un instrumental a
la vez normal y especial por su actividad. Antes de salir del hospital miraba
las diferentes aplicaciones de citas en las que se había dado de alta, enviaba
y contestaba mensajes y quedaba con alguna mujer todavía desconocida en alguna
cafetería poco tiempo después.
Acababa de
cumplir treinta años y era un hombre guapo, con un cuerpo atlético y una
personalidad interesante, que se revelaba al hablar a las mujeres con las que
quedaba, a las que ocultaba su profesión y las decía simplemente que trabajaba
como funcionario, lo que era casi verdad, ya que los sanitarios del sector
público no gozan de ese estatus, pero poseen uno similar. Esa ocultación resultaba
esencial para el éxito de cada operación que planeaba, aparentemente en
solitario y sin órdenes directas o indirectas de jefes o subalternos, pero con
máxima eficacia siempre en la ejecución.
Una vez que
entraba en confianza con su objetivo femenino hablaban de la penúltima pandemia
que asolaba a la humanidad y de la posición de cada uno al respecto. Cuando
ella se manifestaba satisfecha u orgullosa por haberse vacunado e inmunizado,
buscaba cualquier excusa para finalizar la cita e iniciaba la búsqueda de un
nuevo objetivo. Había días que volvía a casa sin haber podido concluir su
misión, pero tenía que descansar lo suficiente para mantenerse activo y alerta,
tanto para su actividad cotidiana como para la doble vida paralela que llevaba.
Sin embargo, no había semana que no hubiese alcanzado al menos un éxito e
incluso hubo una que hizo un pleno todos los días y que acabó exhausto pero
inmensamente feliz por lo conseguido.
Durante esa
semana 'gloriosa' no varió su 'modus operandi', sino que sucedió fruto de un
cúmulo de casualidades y coincidió que todas sus citas fueron con hermosas
mujeres. ninguna de las cuales se había vacunado contra la pandemia, cada una
con razonamientos y motivos diversos y algunas hasta cierto punto
comprensibles. Dentro de este elenco curiosamente no se encontraba ninguna
negacionista, sino un par de miedosas con los efectos secundarios por sus
patologías previas, tres contrarias a la oligarquía farmacéutica multinacional
que estaba imponiendo al mundo una vacuna experimental para enriquecerse, como
así lo demostraba el incremento de beneficios de las últimas cuentas de
resultados de las empresas más oportunistas; además de una que lo estaba
dejando para cuando la coincidiera, porque estaba muy ocupada y no quería
perder días recuperándose de posibles afecciones adversas, y otra abducida que
ya había sido inmunizada hace años por extraterrestres contra todo virus
pasado, presente y futuro, tanto natural como de laboratorio.
Cuando ellas
le comentaban que no se habían vacunado, él las seducía de tal manera que no
podían resistirse a su labia y encantos y acababan por hacer intensamente el
amor o teniendo sexo salvaje, como si no hubiera un mañana, la mayoría de las
veces sin protección profiláctica, en los hogares de ellas o en algún hotel
cercano cuando eran casadas o convivían en pareja. Cuando ellas quedaban
agotadas multiorgásmicas y no podían resistirse a disfrutar de un reconfortante
sueño reparador, llegaba el momento oportuno de actuar para él.
Con
movimientos suaves y lentos se separaba de la bella durmiente y cogía su
mochila, que además era nevera, de donde sacaba el estuche que portaba siempre
y que contenía una jeringuilla desechable, dentro de la cual había una
monodosis de la vacuna de la famacéutica Jansen contra el coronavirus
circulante en esa época. Con la pericia propia de su profesión, las inyectaba
intramuscular el contenido en uno de sus brazos a la altura del hombro, sin que
se enteraran ni sintieran nunca el más mínimo dolor o molestia, para luego
extraer la aguja y poner el mismo algodón con alcohol de la desinfección previa
y presionar la zona durante unos minutos con cariño y mimo. Luego las besaba
delicadamente cerca de donde las había pinchado y en la mejilla, a modo de
silenciosa despedida, mientras ellas seguían sumergidas en un profundo y feliz
sopor.
Sentado en
la cama volvía a colocar el estuche vacío en la mochila, donde también guardaba
la jeringuilla desechable utilizada dentro de una bolsa plástica aparte. Luego
sacaba una tableta informática con teclado y una pequeña impresora portátil con
la que podía estampar a una sola tinta sobre cualquier folio un certificado
oficial de vacunación a nombre de ella, que dejaba después sobre la almohada
del lado de la cama que había estado ocupando él hasta entonces junto a una
bella flor elaborada con técnicas de papiroflexia.
Tras esta
ceremonia se vestía y abandonaba el lugar sin dejar ningún rastro aparente,
hasta el punto de que nadie conoce su nombre real, en parte gracias a la Ley de
Protección de Datos, ya que va abriendo diferentes perfiles con nuevas
identidades cada día en distintas aplicaciones de citas. Hasta la fecha no se
ha interpuesto ninguna denuncia contra él y sigue campando a sus anchas por
este territorio sin que nadie consiga ni identificarlo ni detenerlo. Tampoco ha
coincidido que ninguna de sus presuntas 'víctimas' se haya visto obligada a
pasar por la planta del hospital en la que trabaja, con lo que el número de
afectadas supera ya el millar y crece semana a semana.
Existen
dudas entre los criminólogos y expertos en delincuencia avanzada sobre si este
profesional actúa en solitario o forma parte de una organización secreta en la
que cada uno de los integrantes desconoce la existencia del resto, que funciona
mediante precisos y complejos algoritmos que encubren a un líder organizador en
la sombra, y en la que también participan bellas enfermeras que hacen lo propio
con hombres heterosexuales todavía sin vacunar, aunque conociendo a este
segmento de la población resulta bastante improbable, excepto dentro de su
limitada imaginación.
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