EL AGUJERO(NARRATIVA)
DUNIA SANCHEZ
El agujero está ahí. Un agujero en medio de playa donde las olas se revuelcan en la arena. La jornada cae con la inmensa inquietud de las almas desaparecidas, idas tras el violentado vacío. Yo aquí, el agujero ahí. De inmediato cuando el sol iba perdiéndose en el suicidio de la tarde me acerqué a él. Un agujero en medio de la soledad de una playa callada de existencia, de una playa extensa en sus secretos, en sus recuerdos. Y es que la playa tiene memoria aunque el oleaje bruto borre las pisadas de los que han estado. Agosto se agolpa sobre mis hombros, una humedad perceptible amputa mis ganas de seguir andando. Me quedo quieta, ante el agujero. Miro su interior como si se tratara las entrañas de los pensamientos, de las estaciones pasadas de año en año. Es profundo. Lo saludo y no sé porqué, una sensación del ayer invade mis carnes. La luz de un faro indetenible en el tiempo es más pronunciada, la noche vaga con la suavidad de la
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La luna mece las
olas. La luna llama se baña en la noche cuando Nicolasa sale de la quejadumbre
de su techo. Ahí está, al encuentro de un enfermo que necesite de su
verticalidad, de sus manos. Manos conversadoras con las almas idas. Manos
arrugadas donde el peso de los años y la miseria se inmiscuyen en su entereza
para sanar. Nicolasa recorre el puerto
con la brisa de un verano de los años cincuenta. Un verano como tantos otros
encajados a las secuelas de la posguerra y la represión. Pero ella va. La
observo desde esta playa donde el agujero se hace cada vez más hondo. La avenida calla y la madrugada es historia
de su vida. Ella, sin temor va con las prisas de un sudor arrastrando su
frente, caminando por su espalda. Auxilia a una esas víctimas de una isla
gobernada por la pobreza ¡Ah Nicolasa¡ Ante el enfermo te encuentras y tus ojos
justo se adentra donde el mal prospera. Y tus ojos justos rajan donde ese mal
se ciñe. Aquí estoy. Dejadme, dejadme liar mi cigarrillo. Sobrevivirá. En tu
interior se crea un mundo de certeza, de confianza. Lo miras. Lo examinas con
tu cigarrillo apretado entre tus labios y tus manos. Tus manos arrugadas, tus
manos conversadoras con las almas idas dan aliento a la existencia. Sientes su
pulso cuando la noche se adentra en la madrugada. Sientes sus ojos cuando la
noche llama a los perros. Ladridos en la oscuridad. La luna se ha ido. Unas
gatas en celo y el desorden de la nada. Vivirá, tu voz resuena en esas paredes
manchadas de dejadez, de ojos cerrados en la derrota de los sueños. Solo la
supervivencia, solo el amor. Nicolasa grata ante tanta penosa vida se marcha…se
marcha con su cigarrillo entre dientes. Un halito de vivencias surca en
imágenes cada trozo de mi. Un halito de una mujer con los años a cuesta me
encuentra, aquí, en la orilla ante el agujero. Hola Nicolasa, gracias, solo
digo. Nicolasa se funde en una mirada bella, en una mirada que va más allá de
esta playa. Se vuelve hacía el océano y desteñida de tanta tristeza se adentra
con su cigarrillo entre dientes en un oleaje inexistente. Desaparece con el
canto de las ballenas. Desaparece con el canto de las caracolas enredada en
algas y deseos. Adiós Nicolasa, gracias , solo digo…
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¡Uhm Nicolasa¡ Por
allí viene Sor Ana ¡Ay Sor Ana¡ Esperas que la noche se entregue en los sueños
de tus compañeras para salir del convento. Dejas tus ropas cuando el siglo tañe
el 1800 en la arena y desnuda ves lo que no eres, ves un mundo lleno de puertas
donde tu piel abraza el rumor del oleaje, donde tus sentidos se mezclan con la
espumas. Miras al cielo, una luna redonda, una luna blanca y quedas preñada de
los astros que le acompañan y te sientes tu, y te sientes libre, y te sientes
en la verticalidad de tus deseos. Tu vientre se hincha das nacimiento a nuevas
estrellas desconocidas, a nuevos deseos,
a nuevas ganas se de ser mujer que se tiende en la brisa que corre ¡Ah
sor Ana¡ el océano y tu…tu y el océano. Y nadie te ve. Y nadie te extrañas.
Mala cosa si te descubrieran. Caerías en los calabozos del vacío así, desnuda.
Dejarían que la humedad te arrebatará la vida, tu vida alegre cuando nadie te
ve. Respiras y eres pez que se mezcla con ballenas, con la oscuridad de un mar
que no dice nada. Solo, te deja. Sor Ana vuelves a la orilla, te tiendes en una
noche verano bañada de complicidad como la madre naturaleza y eres tú y te
sientes libre. Miras tu roja ahí, acostada en la arena y sonríes. Con tus ojos
recorres la inmensidad de esta playa de una orilla a otra orilla ¡Uhm Nicolasa¡
Sor Ana se viste tras estar seca. Dime…dime Sor Ana que será de ti cuando abran
tu misterios. Te es igual. Abrazas con intuición y soberanía tus pisos. Sabes
que las noche de luna son memoria de ti. Sabes que las noches de lunas ciegan y
hace sorda a la isla. Sabes que las noches de luna hipnotizan con cierto aroma
los sentidos del odio. Sor Simona retornas a tu convento, a tu techo. Vas tras hacer el amor con la marea. Vas tras
acariciar la arena. Vas tras besar la luna. Vas tras el nacimiento de nuevos
astros. Astros que te guían en tus huellas borradas hasta ese edificio hermético. El agujero parece estrecharse, son las
promesas de un ayer callado, de un ayer dibujando fragmentos de un hoy. Un hoy
de luna hermosa. Un hoy de luna bonancible. Un hoy donde las secuelas
benevolentes de la isla me vienen a la memoria. Miro más allá de la barra, la
isla de enfrente aun anda despierta. Lucecitas juegan con la noche. Lucecitas
traen el agradable sabor de islas de los volcanes.
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La marea viene
lenta, sube hasta ser océano condensado en el agujero. La marea es
invisibilidad el agujero. Yo aquí, en la madrugada. La avenida toma una postura
callada y solo converso con un telón de llovizna que cae sobre mis hombros, que
resbala en mi espalda y se expande en mis muslos. Siento una cierta humedad
pegajosa que brinda un verano cada vez más tropical. La tierra se desencadena en
cambio, en una metamorfosis de cual nacerá nuevos vientos, nuevos climas
provenientes de un sur….de sur. La marea viene a mí despacito, la marea me dice
del rumor de los sufrimientos, de lo insonoro que somos con nuestro mañana.
Miro al cielo, la luna redonda, la luna blanca tiene cortinas traslúcidas.
Todavía queda algo de ella. Las nubes plomizas pasan con la celeridad de un
viento casi estático. Mi rostro empapado cierra ojos y respira del jadeo de las
olas. Una fachada de melancolía me enclava aquí, en estos momentos donde el
batir de mis alas mojadas son mudez. Mis ganas se rocían de dejadez e inerte
permanezco ante esta marea que sube. El agua llega a mis tobillos, en este
momento me desoriento en donde está el agujero. El agujero, somos hueco de sensaciones
que pasan a lo largo de nuestras vidas. Somos cimbrar a cada acontecimiento
brillante a nuestro derredor con la conquista del olvido. El olvido de las
lágrimas. El olvido de las penalidades. El olvido de las heridas aunque, las
cicatrices queden. Y quedan, las secuelas quedan en nuestra reconditez a pesar
del paso de los días, de las semanas, de los meses, de los años. El olvido nos
vuelve ariscos con ella pero, sucumbimos ante las nuevas existencias que nos da nuestro camino hasta
la muerte…hasta la muerte. La marea llega a mis rodillas, estática soy hija de
los sonoros quejidos de las ballenas. Un quejido de lamento ante la muerte que
se les acerca ¡Luchemos¡ Vivamos en la paz y la libertad de los seres vivos,
todos hasta que el sol culmine nuestros días, hasta que el amor venza las
navajas frente tu espalda. La memoria ,
en una esquina luce sus vestidos negros. La memoria, en una esquina luce sus
vestidos blancos. La memoria, en una esquina luce un arco de colores que
pueblan nuestra cotidianiedad…
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Miguel el Huerta
llega bajo su techo. Se yerta ante su jardín de frutales, de flores y bajo un
limonero cavila en los sucesos de lo cotidiano. El muelle se embiste tierra
adentro con el paso de los años. Desde su azotea admira la mar de una playa que
se va nutriendo de turistas pioneros, de una ciudad tomando sus pilares en esta
zona marítima. Observa cómo se muere el istmo de la isla…la isla. Sin embargo,
recoge su mirada y se retira donde el limonero le da sombra. Piensa, somos
islas cavando el agujero de nuestro mañana…de nuestro mañana. Me detengo y en
esta pausa indago en los pensamientos de Miguel el Huerta amante de la tierra.
Ha llegado de su trabajo allá, en el muelle, un muelle que se expansiona que se
enriquece en sus pisadas más toscas. Y viene la escalada económica. Y viene la
derrota del paisaje. Un impacto ambiental irrecuperable, irreversible. Y Miguel
el Huerta piensa esas cosas. Ve más allá de la playa, del muelle que crece y crece. Hoy a dejado el
ultimo retoque para una película que se rueda en la isla, una película de
grandes dimensiones. Una ballena enfrentada a la fe ciega del humano. Una
ballena arrancando el sentido de nuestro aliento. Miguel el Huerta queda
satisfecho. Baja hasta la playa la noche de luna blanca, de luna redonda lo acoge
y lo abraza y el siente como esa figura inanimada toma vida. Pasea por la arena
donde el flujo de la arena gélida se incrusta en sus huesos y le gusta y lo
agradece y lo ampara. La guerra ya ha
pasado pero aun las venganzas quedan. Hay que andar despiertos, con la boca
cerrada pues las paredes escuchan, pues las paredes se chivan. Miguel huerta
retorna a su casa, bajo su limonero en el patio, bajo la luna blanca, bajo la
luna redonda. La marea es serenata que le tiende la mano. La marea es rumor de su
mañana. No vivirás mucho Miguel…no vivirás mucho. Los murmullos caen en tu
verticalidad. Los murmullos soplan viento de pozos negros. Los murmullos se
escurren en cada pisada distraída. Los murmullos tomarán tu vida y será solo un
amasijo de huesos y carnes extendidas en la nada. Suenan las profundidades de
la luna, de la luna redonda, de la luna blanca, de la belleza imperfecta de
unas manos que se pierde …que se pierde. Fijo mis ojos a un punto de luz
parpadeante y aquel ser inanimado de las manos de Miguel el Huerta surge como
hija del océano. Su quejido se entrega a su dolor, su dolor se entrega al ritmo
cierto de otras ballenas. Le hacen un hueco al encuentro de la libertad, en un
pedazo de santuario donde nadie puede pasar solo el rumor de la marea. Y
Nicolasa intenta salvar a Miguel el Huerta y Sor Anna emite una plegaria
repetitiva. Miguel el Huerta se ha ido. Corre una brisa, siento un peso
metálico sobre mis hombros. Me consumo en el ayer. Rondo los ojos muertos de
Miguel Huerta. Rondo las manos temblorosas de Nicolasa. Rondo las plegarias
sollozantes de Sor Anna.
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Uhm, mis rodillas,
caen con la levedad de la brisa de la madrugada. El agua cubre mis pechos y son
elevados a la superficie. La marea sube y sube y la luna redonda y la luna
blanca es balada del nocturno. La vía láctea se inmiscuye en un diminuto halo.
Somos pequeños, somos pizca de cenizas provenientes de un cosmos por conocer.
Nuestras vidas ambulan ante la serenata de las estrellas como hijas de ellas,
como hijas del polvo cósmico que insuflan en nuestro vientre. El frío me
amenaza y yo con la agarrada templanza continuo con mis ojos más allá de lo
infinito, de lo inacabable….de lo inalcanzable. Soy yo. Yo soy mujer de las
tonadas arrastradas hasta a la orilla por las caracolas con el sollozar
tembloroso de alguna pena, de alguna desgana. Escucho una explosión, cuerpo
destrozado el de Miguel Huerta, cuerpo en añicos por ser hombre de paz. Me
yerto y la mar aun llegando a mis rodillas viene lenta, viene con el perfume de
las alas del mañana ¿Y qué es de ese mañana? Un torreón donde avistamos cada
latido de la compañía, de una soledad ausente ¡Ausente¡ Uhm quiero una soledad
ausente...me yerto en el sueño y vuelo alto, sin el vértigo, sin la
autocompasión, sin los latigazos de mis maneras. Piso firme, atrapada en la
verdad, en mi verdad . Qué más da mi verdad, flores nuevas agotando mis manos
en la caricia de tu caricia, en el calor de tu calor, en el beso de tu beso y
nada más. Nada más Nicolasa, no quiero ser como tu querida Nicolasa. También
hay que recibir Nicolasa. Nicolasa la de olor a tabaco. Nicolasa la de olor a
abandono. Nicolasa la de olor a alcohol. Que venga….que venga Sor Anna con sus rezos particulares y me de la
suerte. No, Nicolasa no quiero inscribir mi tumba en el anonimato, en el
descuido, en el olvido, en el aislamiento. Me arrodillo de nuevo y dejo que mis
pechos floten. Es una parte de mí, es una forma de mi cuerpo. Mis pechos flácidos, estriados,
desmemoriados. Solo falta amor. Sí , amor, querido Miguel Huerta, querida
Nicolasa, querida Sor Ana. Y la marea viene mi y la luna redonda y la luna
blanca me dice que ya vendrá la calma en sobre el peso de mi espalda. Ahora,
con mi dedo, dibujo el rastro de las gaviotas que se acercan a la orilla,
dibujo el rastro de las pardelas que pueblan esta playa, dibujo los gritos de
estas como el llanto del ahogado, como la agonía de los mares.
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¡Oh Manuel¡ te
arrimas a las esferas desconocidas del mundo. El hambre está tras tu puerta y
vas en busca de la riqueza, de aquello donde puedan levantar pilares tú y los
tuyos. El barco es pequeño, el barco está hacinado de gentes al encuentro de
sus sueños en otras tierras. El silencio penoso de la despedida se extiende en
pañuelos blancos alzados al son la brisa Uhm, Manuel, vas sin camisa solo con
unos pantalones de festivos y unas alpargatas de tus deseos. Te despides con la mano en el pecho, con el
brazo forzándose en entereza para que no vean tus lágrimas….tus lágrimas.
Viajas a lo desconocido. Viajas por un mar oculto en sus impulsos para agarrar
a su víctima. Viajas a unas tierras poblada de virginidad en su frondosa
naturaleza. Viajas con la inquietud, con los nervios que será de tu vida, que
será de tu esposa e hijos que dejas. Y prometes que tan pronto llegues
recibirán noticias tuyas ¡Ah querida¡ ¡Ah queridos¡ La travesía ha sido larga y
ardua, una tempestad nos atrapó cerca de la costa unos se ahogaron lanzados de
la cubierta por el violento oleaje a la mar otros, como yo, apretado a un
mástil sobrevivimos ¡Ah querida¡ ¡Ah queridos hijos¡ Llegué a esta tierra de
nadie con la sonoridad del silencio entre nosotros, exhaustos, fatigados,
lánguidos, trenzados en una tristeza por aquellos muertos, trenzados en un
bochorno pensando en nuestros seres amados ahora, lejos. Estoy bien ¡Ah
querida¡ ¡Ah querido hijos ¡ pero la
desmemoria viene, la economía se levanta y te enamoras de una cantante
Uhm Manuel no quieres mirar el océano, ese mar ahora donde estoy con el agua
por mis muslos. La marea viva sube y sube, paulatinamente, con la lentitud de
las horas. La luna redonda, la luna blanca te mencionan y cuenta que caíste
ciego de amor. Un amor que te llevó al desvarío cuando ella no asumió tu pasión
¡Oh Manuel¡ todas las noches al teatro de esa Argentina. Creíste en tu
fatalidad. Creíste en la muerte. Creíste en tus seres queridos que acá en la
isla te esperaban. La letalidad de tu
atracción dio un vuelco a tu corazón ¡Uhm desgraciado Manuel¡ Y te sentiste
desdichado. Y te sentiste diminuto en un Universo que te decía regresa…regresa.
Las olas arrugadas con su pisada leve me avisa de tu próxima llegada. Te vas y
te alejas de todo ese mal al derredor de tu entereza rajada. Otra vez los
vientos. Otra vez las mareas. Otra vez el camino, de vuelta a casa. Con los
hombros bajos te presentaste en la isla. Con los hombros dañados fuiste acogido
por tu querida esposa, por tus queridos hijos. Manuel, fuiste aire que no
respiramos. Manuel , fuiste solo un gas que expandió el dolor a la isla. Y aquí
te aferraste. Y aquí te encogiste con el desorden de tu viaje, con el caos de
la trampa. Miraste el firmamento, un firmamento en el halo de una luna redonda,
de una luna blanca donde rompen las olas. Un quejido rebosante se incrusto a tu
pulso. El pulso de la derrota. El pulso del fracaso. El pulso del remordimiento
¡Ah querida¡ ¡Ah querido hijos¡ y te perdonaron. Y te quisieron de nuevo. El
destino es un pedazo de cielo donde la nada ronda, donde el vacío nos hace
hueco en pozos desconocidos, un túnel sin luz y las sombras de los malos
pisadas nos acosan de manera imperceptible solo, cuando hay pena…mucha pena.
Estática, observo los ángeles de los océanos, existencia poblando la oscuridad
de las profundidades, existencias rememorando los huellas migratorias de un
pasado, de un presente, de un mañana. Un cayucoo , no lejos de mí, viene a la deriva y la sustanciosa lealtad de los
sueños. Un cayuco , donde gente como tu Manuel van al encuentro de algo mejor.
Una huída de la miseria sin saber lo que se esconde bajo el telón del océano. Y
Nicolasa te mira con un deje de dolor. Y sor Ana siempre en su oración , en su
fe viene a darte la mano Manuel. Y Miguel Huerta es oxigeno en tu memoria.
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El verano de luna redonda, el verano de luna
blanca luce secuelas de la vía láctea. Examino su ramificación en el paso de
las horas, de los minutos, de los segundos. Un Júpiter intenso con el brillo de
la desgana ante la luna blanca, ante la luna redonda se deja acariciar. La
marea en su escalada se introduce entre mis muslos. Llega a mi sexo. Mi sexo
mojado. Mi sexo quieto en el sonoro crepitar del oleaje. Me introduzco en la
reconditez de mis alas bordadas de hilos lánguidos, débiles y miro ese querer,
esos quereres que han pasado por mi cuello desnudo. Mi tez esculpe lágrimas. Mi
tez esculpe la huída. Mi tez esculpe el adiós. Mi tez esculpe lo prohibido. Mi
tez esculpe el deseo. Mi tez esculpe la negación de un beso afincado en la
lejanía. Sin embargo, estoy aquí, en un presente donde todo estalla, donde una
estrella fugaz me dice de mis amores. Limitada en mi atracción he sido margina
orilla donde encalla los sueños. Pero sueño, en secreto…sueño. La absoluta
lucidez de mis singladuras me lleva siempre al mismo encuentro, aquí, donde las
mareas mojan mis muslos. Y mis alas
crecen y crecen. Y mis alas cantan y cantan. Y mis alas vuelan y vuelan en
nombre de las sibilinas danzas del mañana. Inscribo su nombre en un espacio
estelar donde la nada calla, donde los ecos insonoros de mi queja se vuelven
potente muralla. Hermética. Saboreando el vacío y una marea que sube y sube
ralentizada cuando me detengo y la miro. La miro y me mira. Me mira y la miro.
Duerme…duerme querida mía en las caminos que aún me quedan por recorrer.
Duerme…duerme querida mía en el firmamentos que tendremos que admirar
embelesadamente cuando las olas rompen. Duerme…duerme quería mía, las gaviotas
callan y vuelo se hace en las espirales
eternas de una espera. Duerme…Duerme quería mía, ya estoy aquí, besando tus
parpados cuando la luna redonda, cuando la luna blanca acuesta los corazones
benevolentes. Oh Nicolasa, inyéctame algo de fuerza para continuar en las
esperanzas de quererla, de que quiera. Oh Sor Ana, tú con tus oraciones has de
mi alma un monte fornido de arboledas y hierbas donde los corazones corran
libres…libres. Oh, Miguel Huerta has mi mirada un cruce de hierro para cuando
los barcos de la bahía pasen me abracen en un saludo de su llegada. Oh Manuel,
no me defraudes, no me embistas contra el rompeolas de sus ojos. Uhm,
pausadamente la mar me conversa, me dice de mi soledad. Una soledad inclinada
en el aislamiento certero, preciso de mis ganas. Un cierto aire me trae nuevos
olores, nuevas ilusiones que me cierran en un jardín de caracolas y algas. La
balada se hace maravillosa, de una belleza indescriptible, imperfecta. Somos
imperfectos. Somos el ritmo de la madre
tierra. Somos el sonar de los llantos de los que se van. Somos la
sostenibilidad de la inmensidad de las mareas. Y te digo, amada mía, quiéreme.
Y me dices, amada mía, quiéreme. Un círculo donde alberga la verticalidad de
los corazones bondadosos, honestos con las raíces de las profundidades de la
tierra.
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Eduardo se decolora. Eduardo se cae por los
riscos de una conciencia dirigida por un Dios que no atiende. Eduardo juraste
tu compromiso frente a una cruz, ahora , fuente del amor quieres huir. Eduardo
los ángeles del viento norte te ayudan, la ves con su rostro marmóreo, con su
indumentaria , con el sepulcro aferrado al sacrificio empujando hacia las alas
de la libertad, las alas que cantan cuando tus ojos , sus ojos son vuelo
unísono. Eduardo, sor Agnes viene a ti. Os miráis. Tu cura, ella monja. Un
sabor fuerte de luna redonda, de luna blanca ejerce una atracción tal que
vuestros movimientos os lleva al adiós de ese Dios, de ese crucifijo colgado en
vuestro descanso ¡Uhm el amor¡ Eduardo y Agnes proclaman la huída donde los
hábitos son olvido en la colisión de vuestro corazones, de vuestro destino. Sin
prisas, con la lentitud de las jornadas os amáis. Qué más da los murmullos. Qué
más los frentes de ideas que tendréis que paliar. Agnes ante la sorpresa se
envuelve en un turbante de felicidad, te quiere Eduardo. uTú sin más, la
quieres. Vuestro sino no es el sacrificio ante ese Dios, ante esas murallas que
se increpa vuestro sendero ¡Qué buen amor¡ Abandonáis vuestro habito con la fe
de que ese Dios os protege, que ese Dios os ama, que ese Dios ampara vuestras
pisadas, juntas, labio a labio con el curso de los años hasta la muerte. Una
sociedad moribunda cae sobre vuestros hombros. Y es verdad que se hace pesada
pero vosotros en la condición de ser, sois el resonar de la realidad. Una realidad que convoca el agujero del
tiempo. No sabemos de nuestras vidas hasta que el presente presta su aliento,
su fragancia en lo que puede ser y es. Nada es estático, todo se mueve como la
marea…sube y baja…baja y sube. No estamos designados a seguir una ruta continua
en lo referente a nuestra reconditez, a nuestras sombras. Las estaciones dirán.
Dirán de ese mañana que se nos presta impregnado de nuevas sensaciones, de
amanecidas inquietudes. Estáis en el rincón del amor. Las voces se
estrujan tras vuestras espaldas pero,
seguros, confiados en la confianza del corazón, de la razón sois verticales a
cualquier tormenta ¡Uhm¡ la luna blanca, la luna redonda. Y sor Ana le hace gracia. Y Nicolasa responde
con el impulso del vivir. Y Manuel os desea suerte en la turbulenta travesía. Y
Miguel Huerta se acuesta con deseo de vuestra fortaleza. Y la marea por un
instante se detiene en mi estómago, es hora de bajar , es hora que el canto de
las ballenas callen. Y es hora del silencio donde Eduardo el cura y sor Agnes
son enlace a la edificación de sus sueños. Ahí, lejos de la isla, en Granada.
Una escuela donde la cultura y el pensamiento ronde la libertad, la esperanza
¡Uhm¡ la madrugada…Horas que amo en la lúcida noche de luna blanca, de luna
redonda….
10
¡Uhm¡….la marea
comienza su andar en bajada. Las algas se lían a mi cintura y me da cierto
escalofrío. Como decir, un repudio donde la naturaleza vence. Estática soy hija de la luna redonda, de la luna
blanca. Un atragantamiento de ilusiones se fortalece en mi imaginación, en
estos pensamientos míos donde por horas…tic-tac, tic-tac…veré de nuevo el
agujero. Pongo la mano en mi pecho, donde el corazón late en la incertidumbre
de lo que está por venir. Tal vez, mañana. Quizás , nunca. Sola, con las
calladas sonrisa de una cosquilla estimulo mi fuerza y me dirijo a ella. La
pienso. Sí, es cierto. La admiro. Sí, es cierto. Embriagarme en su cuello.
Embriagarme en sus manos. Ser posesiva de sus labios, de sus ojos con el aroma
de la libertad, es condición. Es condición toda humano ser aliento en el vuelo
libre, en el vuelo que se expande hacia la otra persona, vaya donde vaya. Un
amor que consolida en la condición de cada sueño poblado de deseos, de emotivo gozo
para ser perpetuo. Las algas se lían y lían, como cuerda que desea censurar mi
postura. Yo me integro y las dejo con el ritmo del oleaje. Un oleaje que
me lleva mar adentro. Amor de lo
prohibido no conozco. Amor de la desesperanza no conozco. Amor en la levedad de
las pisadas tras nuestro destino. No sabemos lo que pasará dentro de unos
segundos, de unos minutos, de unas horas. Giramos y giramos entorno a los
agujeros del tiempo que nos llevan a distintas mundos de la vida. Yo aquí,
enredada de algas. Ella, ahí, con sus metas fieles a las vivencias. Miro este
mundo, este mundo viejo y apagado. Miro este mundo, este mundo enfermo y
jocoso. Con la resaca de un descuido, un descuido con malas generaciones para
la supervivencia. La miro a ella, en mi mente se figura sus rostro como hechizo
indómito en mis cavilaciones. El querer desvestido. El querer de la
complicidad. El querer bajo un telón alborotado de emociones. No tengo ganas de
gritarlo. No hayo la necesidad de que mi voz se entregue al resto de una sociedad.
Aquí, con la luna blanca, con la luna redonda doy cobijo a mi amante. Aquí, con
la marea bajando, con el faro guiñándome su belleza, su callar me recojo en mis
sentidos. Flores en el jardín he traído para ti, flores nuevas que harán de
nuestro amor la imperfección de las almas, de los cuerpos tendidos en la calma.
Una flauta suena con el rumor del océano, alguien perdido en la avenida, con
las horas vencidas toca un conocida canción, sencilla pero al tiempo con la
intensidad u el tacto de lo perfecto siendo las horas que son. Las algas hacen
una danza sinusoidal y respetiva, vienen y van…van y vienen en la condición de
ida, cuando vuelva a observar el agujero. Las algas , estos filigranas moradas
me dejan, ahora en la transparencia puedo ver peces alrededor del agujero.
Sigue ahí, ¡Uhm¡ me doy cuenta de mis años, pero no es reflejo de mi espíritu.
Aun el agotamiento no brota en mis espaldas, en mis hombros. En vertical
capturo la antesala del mañana. La barra ya se divisa en el reflejo de mis
ojos. Una barra que un futuro será arrastrada por la erosión e desintegración.
Veo esta playa con un oleaje indomable, imparable, gigantesco en su brutalidad.
Y no me conformo con ese mañana. Y no conformo con esa destrucción. Y no me
conformo con esos cambios drásticos. Me
fijo en el agujero, este agujero que será su tumba. Neblinas de remordimientos
poblaran nuestras mentes, contaremos como se cuenta un cuenta como era en el
hoy para aquellos que vienen en los años, en los años que se acercan
acompañados de las sirenas del buques. Una nieve de gaviotas recurren de nuevo
a la arena, la arena mojada con sus posos de charcos. Picotean en los restos
que ha dejado la marea alta,
tranquilas, con la monotonía de
todas los nocturno.
11
Mis pisadas se
vuelven en el retorno, la luna blanca, la luna redonda va siendo absorbida por
el amanecer. Una brisa tenue roza mi tez. El agujero engendran vidas del ayer.
Adiós Nicolasa, adiós querida Ana, adiós Manuel y el etc de cada vida pasada
respirando esta playa, este agujero, esta isla. La memoria se queda, con los
vivos colores del recuerdo, de los años que han pasado tras mi espalda. Adoro
la profundidad de la charla con estas gentes idas. La belleza pintada en el hoy
limpia el sufrimiento del ayer. Yo y el agujero. Me despido después de haber
cumplido con el rito de la existencia. En la venida ya se ve transeúntes en lo
cotidiano. Con silencio me arrimo a ellos, descalza. Sigo el rumbo de los
adoquines escalando hasta mi casa. Una casa desajustada, con la soledad de sus
ecos, con la balada de la nada.
FINAL
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