MORENO EL TITIRITERO
DAVID TORRES
Recuerdo que la primera vez que oí hablar de las peculiares relaciones laborales de José Luis Moreno, allá a mediados de los noventa, todo el mundo se encogió de hombros sonriendo de medio lado, una de esas medias sonrisas que valen por un si yo te contara y una enciclopedia en tres tomos. Me encontraba yo, sin saber muy bien cómo, en una reunión de artistas, músicos, actores, bailarines, y quien más, quien menos, comentaba una experiencia de primera mano, un despido improcedente, una deuda sin cobrar, una contestación repugnante, una insinuación inequívocamente sexual, con la misma resignación con que se habla de los accidentes de tráfico o de las enfermedades de la piel.
Con el tiempo, los
rumores se fueron extendiendo y las acusaciones llegaron incluso a los
juzgados: Loles León, entre otros, lo demandó por impago y el actor Joel
Angelino, que lo denunció por acoso, ha contado cómo lo agarró de la
entrepierna antes de decirle: "O follas o te vas". Había más, muchos
más; sin embargo, José Luis Moreno seguía apareciendo ante las cámaras
metamorfoseado en su propio muñeco, con esa mueca de alegría rutilante con que
iba presentando las actuaciones de sus invitados y las escenas de telecomedia
entre ditirambos e hipérboles. Santiago Segura le ofreció un papel estelar de
gángster marbellí que parecía un traje hecho a medida y donde daba la impresión
de que ni siquiera tenía que actuar. Todavía no habíamos caído en la cuenta de
que la saga de Torrente era realismo social.
José Luis Moreno,
no obstante, era intocable, como si hubiera logrado llevar al frívolo reino de
la farándula el aura inexpugnable de esos empresarios todopoderosos, inmunes al
imperio de la legalidad, o como si su poderío se encontrase oculto, más allá de
secretos y chantajes, en algún remoto artículo de la Constitución. Cuando unos
encapuchados entraron a robar a su chalet de Boadilla y le propinaron un
hachazo, la realidad irrumpió de golpe en la ficción, aunque la violencia del
asalto compartía el mismo aire ridículo de sus telecomedias hasta tal punto que
el propio Moreno llegó a pensar, al principio, que alguien le estaba gastando
una broma. Muchas de sus víctimas dijeron que era un acto de justicia
intempestiva y repitieron la frase inmortal de los Monty Python en La vida de
Brian: "Por favor, un hachazo por persona".
Hoy el espectáculo
continúa con la llamada "Operación Títere", cuyo sumario alcanza los
cinco mil folios y donde se ha descubierto que Moreno, todavía en libertad,
podría tener hasta 900 millones de euros ocultos, que planeaba vender todas sus
propiedades en España sin liquidar sus deudas y luego huir al extranjero. Por
momentos, parece que Moreno estuviera siguiendo el guión del rey Juan Carlos o
que el rey Juan Carlos fuese sólo otra marioneta escapada al dictado de Moreno.
El misterio es la tranquilidad con la que, durante décadas, hemos asistido a
esta doble farsa en la que un rey y un bufón hacían y deshacían a su antojo,
por encima de la ley, entre los aplausos y las risas del público. Entre la
ingenuidad de Monchito, la retranca de Macario y el desparpajo de Rockefeller
pasándose las denuncias por el arco del triunfo, Moreno ha resultado ser su
mejor muñeco.
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