SUBIR A BORDO
QUICOPURRIÑOS
Eran poco más de las ocho de la mañana y estaba terminando de desayunar. Adiós mamá, oyó decir, nos vemos en casa para cenar. Ella terminó la taza de café. Hacía calor, como era normal en esa época del año y corría una brisa un poco fuerte, pero muy agradable que lo envolvía todo. Se agradecía ese aire en esos momentos en que los aires que recorrían la Isla la tenían revuelta, y se quedó medio adormecida, como en un duermevela y cayó en un sueño, o quizá no lo fuera. Vio como se acercaba ese viento llamado “Libertad”, que sobrevolaba su casa muy de tarde en tarde, ese viento que, si te subes a él, te transporta al lugar soñado. Claro que para poder ser pasajero de tan peculiar transporte has de ser titular del pasaporte que expide el Ministerio del Buen Aire que te lo entrega si cumples unos determinados requisitos: creer en los sueños,
en las ilusiones y en las fantasías, tener el convencimiento que lo que el corazón pide, lo que el corazón siente, al despertar los ojos lo verán cumplido. Ser adicto a la no violencia y miembro permanente y ejerciente de la tolerancia. Como cumplía sobradamente todos y cada uno de esos requisitos, sin pensarlo dos veces ni contar hasta tres, Mayra corrió por el jardín justo cuando la cola de “Libertad” lo sobrevolaba y de un salto subió a bordo. Se puso el cinturón de seguridad y emprendió ese viaje tan soñado, tan deseado. “Libertad” volando rumbo al Este, dispuesto a cruzar el Atlántico, como era mágico, anunció a todo el pasaje que la travesía sería corta, que podían fumar a bordo si lo deseaban, pues no habían ventanas ni puertas que asfixiaran a los viajeros y que, cuando fueran llegando a destino, avisaran al piloto con un ¡párate , que me bajo en la próxima! Casi sin tiempo a terminar el
periódico que había cogido cuando se sentó, vio la isla, Tenerife, su destino,
con el Teide majestuoso arropándolo todo. Párate piloto, déjame en esa palmera
de abajo, que allí me apeo. Y así fue. Caminó entonces con paso decidido y sin
preguntar a nadie hacia casa de su primo Quico. No necesitaba ayuda, pues si
había logrado salir de su isla, sin pasar por el aeropuerto de La Habana
siquiera, sin trámites de aduana ni policías de fronteras, si había atravesado
el océano en un suspiro, no precisaba de brújula alguna para llegar y tocar en
la puerta de su casa. Y así fue, hizo sonar el timbre y no pudo evitar que las
piernas le temblaran de emoción. Menudo sorpresón que le voy a dar, pensó. Pera
la sorprendida fue ella, al oír, aún sin que la puerta se abriera, una voz que
decía, un momento Mayra, ahora te abro, es que Oreo, el gato, se me acaba de
enredar entre las piernas. Un largo abrazo y alguna que otra lágrima soltaron,
antes de pasar al patio, donde dispuesto estaba ya el café, la guitarra para el
cante y el dominó para una partida.
Fue, una tarde soñada, donde hablaron
sin parar, tomaron café y rieron, sobretodo, rieron. Y se miraron a los ojos y
estos se hablaron, y dijeron: cierto es que, lo que el corazón desee con
ilusión y fantasía, se hará realidad. La
próxima vez, café en La Habana, se emplazaron.
Tuvo tiempo Mayra de subir nuevamente
a “Libertad” que había
emprendido el viaje de regreso. Antes de salir de las islas éste llamó a sus parientes, los vientos Alisios, para que le
dieran un empujón y así hacer más corto el viaje de vuelta.
Al llegar a casa, ya le esperaba la
cena. ¿De dónde vienes Mamá, oyó decir, que vienes toda despeinada?
quicopurriños, 11 de agosto de 2021
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