PABLO CASADO NOS PONE A PARIR
JUAN CARLOS ESCUDIER
Ya sea por una
querencia incontenible a liderar la carcundia o porque dejó sin terminar un
máster sobre cómo evitar ser un bocazas, Pablo Casado se nos está revelando
como un joven muy retrógrado al que el siglo XXI le viene demasiado grande. Sus
últimas manifestaciones sobre el aborto, en las que promete derogar la ley de
plazos para volver a la de supuestos, y su consideración de las mujeres como
máquinas de producir cotizantes sólo pueden calificarse de repugnantes.
Ha dicho Casado
estar muy preocupado por el invierno demográfico español y, para ponerle
remedio y asegurar la financiación del sistema de pensiones y la Sanidad
pública, propone el del PP pensar en cómo tener más hijos “y no en cómo los
abortamos”. Le faltó calificar al aborto de asesinato, aunque ello venía
implícito en su recomendación de ver ecografías a partir de la semana 20 de
embarazo: “Que es una vida, que no es un tumor”, aseguró. Actualmente, la ley
permite la interrupción libre del embarazo hasta la semana 14 de gestación y
sólo hasta la 22 en casos de peligro para la vida de la madre o graves
anomalías del feto.
A estas alturas, no
tiene mucho sentido explicar a Casado que el número de abortos se ha ido
reduciendo paulatinamente desde la aprobación de la ley de 2010 o que la
interrupción del embarazo no es un capricho sino un decisión consciente y
dolorosa a la que se suelen ver obligadas las mujeres fundamentalmente por
motivos económicos y laborales. Y, por supuesto, no es una herramienta de
conciliación como apuntaba su vicesecretario de Organización Javier Maroto, que
mantiene la teoría de que el supuesto de aborto más habitual es el del tercer
hijo del matrimonio para evitar cambiar a un coche o a una casa más grande. Eso
sí, cuando le preguntaron hace unos meses si él y su marido pensaban ampliar la
familia su respuesta fue un rotundo no. “Es una decisión personal”, explicaba.
Lo que sí es
obligado es exigir a quienes así piensan que prediquen con el ejemplo. Es
llamativa, por ejemplo, la preocupación de Casado por la sostenibilidad de la
Seguridad Social tratándose de alguien que ignora lo que es una cotización
porque su único trabajo fuera de la política consistió en unas prácticas de dos
meses en una filial del Banco de Santander en Suiza. Las partidas para
pensiones y Sanidad hubieran agradecido mucho también que el PP no se hubiera
convertido en una máquina de latrocinios con muchos de sus dirigentes dedicados
al saqueo sistemático de los fondos públicos.
Suena a chiste que
quienes dejaron de gobernar hace unos meses reclamen urgentemente ayudas a la
maternidad, a la conciliación, a la emancipación y a la vivienda, cuando en sus
casi ocho años en el poder su principal ocupación fue desmantelar el Estado del
Bienestar y favorecer una reducción salarial que sigue impidiendo a muchas
familias pensar en otra cosa que no sea la mera subsistencia. O que propongan
ahora derogar una ley del aborto que mantuvieron intacta tras enseñar a
Gallardón la puerta de salida.
Enemigo declarado
de los inmigrantes, por eso de que madrugan poco, consumen las ayudas sociales,
no respetan las costumbres, matan carneros en casa y atentan contra el
universal principio de la Hispanidad, a Casado sólo le falta reclamar la
prohibición de los anticonceptivos, que al fin y al cabo no dejan de ser una
causa primigenia del achatamiento de la pirámide de población. Contra ese
invierno demográfico bien podría actuar el PP imponiendo a sus militantes y a
su presidente la cartilla de familia numerosa. Lo del desierto neuronal sí que
es una batalla perdida.
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