POZO DE LA MEMORIA...6
DUNIA
SÁNCHEZ
Tiritar, sentirse
extraña ante extraños. Apagaron sus linternas mientras los restos, esos huesos
sacados del pozo los descubrieron. Desnudos a la intemperie de la helada que
raja las manos, que petrifica el rostro. Se encienden velas en la madrugada y
se arrodillan. Yo, indecisa, no sé qué hacer. También me arrodillo. Un búho
perdido hace presencia y los murmurantes rezos a los muertos del pasado.
Temblor, un sin sentido los está atrapando, una cierta manía del dolor, de la
pena honda aun no sanada.
Miro sus cabezas gachas y la verdad es que me siento incómoda. Ahí, en esos huesos están los de mi abuela, los de mi querida abuela. No la hallo bien después de tantos años, solo una pizca de amor aislado en el tic-tac, tic-tac imparable. Se levantan y se aproximan a mí. Me dicen que para saber quién es quién habrá que realizar una prueba de ADN y después me la darían. Me la darían. Cojo de nuevo el coche, en la madrugada, voy dejando atrás esas rarezas de los trajes negros ¿y si no fuera ella?, pero si, si está ahí, en medio de una atmósfera gélida. La noche, los astros presenciando mi surcar por esta obsoleta carretera sin farolas. La mudez me embriaga en un desafío. Yo, sola y la oscuridad, con la radio tartamudeando de emisora en emisora. Una pausa y mi corazón brindan de alegría, el de su hallazgo. Todavía tendré que esperar para el último beso. El beso que nadie le dio, solo, fusil en mano y a expensa de una plaza vacía el garrote vil. Vuelo perfectamente en su vida, en sus quehaceres, en sus luchas y en sus victorias retractadas a la nada por mucho tiempo. Todo es espeso. Todo es pesado. De repente me hallo de nuevo en la ciudad, siento su calidez aunque en sus aceras, en sus vías, el callar ambule. Pero me brinda quietud, una tranquilidad de estar bajo su protección. Las constelaciones se hunden en el cielo y se apagan. Solo alguna que otra logro distinguir. La urbe y el monte. El monte y la urbe. Bien diferenciados pero todo en la verticalidad de la existencia aunque exista el desequilibrio entre uno y la otra, entre la otra el uno. Aparco y el cansancio viene, viene rotundo. Desfallecida entro en mi casa…uhm, su aroma a humedad y silencio. Y sin más un frío metálico se incrusta en mis carnes. Me desnudo y un baño de agua caliente extingue de las horas anteriores. Y vienen a mí los hombres y mujeres de trajes negros. Para qué el luto, me pregunto. Todo un ritual de algún acurdo llevados por ellos. Para qué esperarme en medio de la helada con la muerte presente. No sé, extraña entre extraños.
Miro sus cabezas gachas y la verdad es que me siento incómoda. Ahí, en esos huesos están los de mi abuela, los de mi querida abuela. No la hallo bien después de tantos años, solo una pizca de amor aislado en el tic-tac, tic-tac imparable. Se levantan y se aproximan a mí. Me dicen que para saber quién es quién habrá que realizar una prueba de ADN y después me la darían. Me la darían. Cojo de nuevo el coche, en la madrugada, voy dejando atrás esas rarezas de los trajes negros ¿y si no fuera ella?, pero si, si está ahí, en medio de una atmósfera gélida. La noche, los astros presenciando mi surcar por esta obsoleta carretera sin farolas. La mudez me embriaga en un desafío. Yo, sola y la oscuridad, con la radio tartamudeando de emisora en emisora. Una pausa y mi corazón brindan de alegría, el de su hallazgo. Todavía tendré que esperar para el último beso. El beso que nadie le dio, solo, fusil en mano y a expensa de una plaza vacía el garrote vil. Vuelo perfectamente en su vida, en sus quehaceres, en sus luchas y en sus victorias retractadas a la nada por mucho tiempo. Todo es espeso. Todo es pesado. De repente me hallo de nuevo en la ciudad, siento su calidez aunque en sus aceras, en sus vías, el callar ambule. Pero me brinda quietud, una tranquilidad de estar bajo su protección. Las constelaciones se hunden en el cielo y se apagan. Solo alguna que otra logro distinguir. La urbe y el monte. El monte y la urbe. Bien diferenciados pero todo en la verticalidad de la existencia aunque exista el desequilibrio entre uno y la otra, entre la otra el uno. Aparco y el cansancio viene, viene rotundo. Desfallecida entro en mi casa…uhm, su aroma a humedad y silencio. Y sin más un frío metálico se incrusta en mis carnes. Me desnudo y un baño de agua caliente extingue de las horas anteriores. Y vienen a mí los hombres y mujeres de trajes negros. Para qué el luto, me pregunto. Todo un ritual de algún acurdo llevados por ellos. Para qué esperarme en medio de la helada con la muerte presente. No sé, extraña entre extraños.
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