EL POZO DE LA MEMORIA...4
DUNIA
SÁNCHEZ
El medio día se
acerca, lento, apacible, bordeando un aroma a monte de antaño, intacto,
pacífico, sereno. No sé donde me encuentro pero me es lo mismo. Girar y girar
al derredor del callar cuando el sol, esa gran bola de fuego, es astro
ramificándose en mi conducir. Todo aquí parece deshabitado con la única
influencia de los días acordes a las horas muertas, inexistentes. Es como si la
civilización se hubiera detenido en un hueco de un pasado allende, como si la
memoria fuera fuente de fotogramas de un ayer que vuelve. Supongo que tendré
que encontrar algún sitio para comer.
Pero, aquí, en este instante eterno, perdurable en la nada dónde lo hallaré. Avanzaré, de todos modos ya me alimento de esta masa arbórea que ahora me conduce a pinares hasta llegar a la cumbre. Después haré una llamada a ese número que había en la notificación. Pero ahora…sí, ahora, contemplo esta bóveda celeste límpida, inimaginable, hermosa. Parece que da aliento a mi respiración pausada, calmada. Mis entrañas se purifican y soy luz de algún que otro deseo, de algún que otro ayer. Freno y paralizada ante tanta belleza me columpio en mi memoria, la memoria viajera de benevolentes circunstancias de la vida…uhm, la vida, viene a mí con la brisa que ronda por estas alturas. Aun con lo único que me falta, el amor. Un amor libre, espontáneo, vivaracho, desinquieto. Pero no, todavía falta, estoy tallando su espíritu en la reconditez de mis pensamientos. Y me la imagino, porque imaginar desencadena lo bello, el embeleso de sus ojos a mis ojos. Y despierto de este lapsus, remonto lo que no es y llego a esa carta, a esa búsqueda de años y años. Ya está próximo el encuentro. Titubeo conmigo misma y afronto la realidad. Los pinares se han quedado atrás y yo aquí, en medio del caos vulcanológico. Entiendo ahora la historia más de esta isla, este enclave es mágico, es hechizante aunque la vida sea nula. Rocas amorfas y el frío que aumenta. Puedo divisar la nieve de la cumbre, del pico más alto. Ahí tendré que llegar con la tarde cabalgando en la noche. No recuerdo bien si habrá luna, ella me rescataría de la oscuridad de este grandioso paraje. Tomo fotos con mi móvil, fotos de este recorrido por tierras hurañas, hambrientas para la vegetación. Tomo la carta en mis manos y observo la dirección exacta “ El mirador del infierno”. Ya entiendo ese nombre y según como se piense se puede interpretar de varias maneras. Puede ser por las coladas magmaticas disecadas existente, por el aislamiento donde la muerte es el desorden, por leyendas ancestrales de los aborígenes. Tomo de nuevo el camino…
Pero, aquí, en este instante eterno, perdurable en la nada dónde lo hallaré. Avanzaré, de todos modos ya me alimento de esta masa arbórea que ahora me conduce a pinares hasta llegar a la cumbre. Después haré una llamada a ese número que había en la notificación. Pero ahora…sí, ahora, contemplo esta bóveda celeste límpida, inimaginable, hermosa. Parece que da aliento a mi respiración pausada, calmada. Mis entrañas se purifican y soy luz de algún que otro deseo, de algún que otro ayer. Freno y paralizada ante tanta belleza me columpio en mi memoria, la memoria viajera de benevolentes circunstancias de la vida…uhm, la vida, viene a mí con la brisa que ronda por estas alturas. Aun con lo único que me falta, el amor. Un amor libre, espontáneo, vivaracho, desinquieto. Pero no, todavía falta, estoy tallando su espíritu en la reconditez de mis pensamientos. Y me la imagino, porque imaginar desencadena lo bello, el embeleso de sus ojos a mis ojos. Y despierto de este lapsus, remonto lo que no es y llego a esa carta, a esa búsqueda de años y años. Ya está próximo el encuentro. Titubeo conmigo misma y afronto la realidad. Los pinares se han quedado atrás y yo aquí, en medio del caos vulcanológico. Entiendo ahora la historia más de esta isla, este enclave es mágico, es hechizante aunque la vida sea nula. Rocas amorfas y el frío que aumenta. Puedo divisar la nieve de la cumbre, del pico más alto. Ahí tendré que llegar con la tarde cabalgando en la noche. No recuerdo bien si habrá luna, ella me rescataría de la oscuridad de este grandioso paraje. Tomo fotos con mi móvil, fotos de este recorrido por tierras hurañas, hambrientas para la vegetación. Tomo la carta en mis manos y observo la dirección exacta “ El mirador del infierno”. Ya entiendo ese nombre y según como se piense se puede interpretar de varias maneras. Puede ser por las coladas magmaticas disecadas existente, por el aislamiento donde la muerte es el desorden, por leyendas ancestrales de los aborígenes. Tomo de nuevo el camino…
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