LAS MATEMÁTICAS DEL GENOCIDIO
Nos
manifestamos para seguir siendo humanos. Para demostrar que no hay bombas ni
propaganda que puedan erradicar la dignidad de los pueblos.
SARAH
BABIKER
Un manifestante portando la bandera palestina en la manifestación
de Madrid el 29 de octubre de 2023 MAR SALA
Es octubre de 2023 y tienes ocho años, Nur, estás inclinada sobre el libro de matemáticas y un ejercicio te invita a sumar perros y después gatos, comparar resultados, efectuar restas. Mientras, yo pienso en otras cuentas, las que hace poco publicó Save the Children: en tres semanas de bombardeos sin tregua, han sido asesinados más niños y niñas en Gaza que aquellos que mueren anualmente en todas las guerras del mundo. Es octubre de 2023 y es difícil no morir un poco cada día de vergüenza y rabia mientras prosigue el recuento de la barbarie.
Lo dijo el cómico
egipcio Bassem Youssef, en un vídeo que se viralizó en los primeros días del
exterminio, apuntalando el dolor con sarcasmo: ¿cuál será la tasa de cambio,
cuántos palestinos tendrán que morir por cada israelí muerto, esta vez? ¿Qué es
una respuesta proporcional para un gobierno que califica a todo un pueblo de
animales no humanos, hijos de las sombras? nos seguimos preguntando. Qué pesar
imaginar a niñas como tú, Nur, bajo las bombas. A madres como yo, llorando a
sus hijas. Pero qué indignación me provoca también restar niños y niñas,
sustraer a las mujeres del número total de muertos, que ya superan los 8.000,
como si las muertes de jóvenes o de hombres, fuera menos trágica, fuera un
precio más legítimo a pagar por las bajas israelíes: Ya sabes Nur, todo el
mundo sabe, que el sábado 7 de octubre Hamás mató, según informó Israel, a
1.400 personas.
Hay decenas de
vídeos de israelíes que hacen mofa del exterminio, en sus bonitas casas,
subvencionadas en muchas casos por la misma política de colonización que
expulsa a los palestinos de su territorio, derriba sus viviendas y expropia sus
campos
Como en los países
de vertiginosa inflación, la devaluación avanza tan rápido que no tiene sentido
hacer cuentas. Solo que lo que vemos devaluarse en el mercado internacional de
la empatía no es ninguna moneda nacional, es la vida humana, las vidas del
pueblo palestino. El ratio más bajo de empatía lo vemos manifestarse en otros
vídeos, menos virales que la entrevista a Bassem Youssef, los de decenas de
israelíes que hacen mofa del exterminio, en sus bonitas casas, subvencionadas
en muchas casos por la misma política de colonización que expulsa a los
palestinos de su territorio, derriba sus viviendas y expropia sus campos.
Simpáticos civiles que se pintan los dientes de negro y ensucian su cara para
representar a aquellos condenados a la pobreza por el mismo gobierno que ahora
los bombardea en hospitales, viviendas y carreteras. Jóvenes y familias que se
mofan del sufrimiento de los gazatíes bajo el castigo colectivo. La propaganda,
Nur, es esquizofrénica: mientras avala la muerte de los otros, divulga términos
como Pallywood con el que insinúa que las imágenes de palestinos heridos o
muertos son un montaje.
No es necesario que
seas uno de los ejércitos mejor equipados del mundo para matar a miles de
personas. Es fácil hacerlo cuando los tienes hacinados y encerrados en un
territorio mínimo. Es fácil hacerlo cuando los dejas sin luz, comida, agua
potable, ni comunicaciones. Es fácil hacerlo cuando los países poderosos del
mundo se ponen incondicionalmente de tu lado. Es demasiado fácil hacerlo,
cuando has socializado a tu ciudadanía, durante casi un siglo, en la idea de que
el derecho a la autodefensa justifica la expulsión de millones de personas de
sus tierras, la violencia cotidiana. Y es aún más fácil cuando criminalizas a
toda voz discordante, cuando tratas como traidores a tus propios ciudadanos que
exigen el fin del exterminio, cuando tachas de antisemita a quienes denuncian
las políticas coloniales, el régimen de apartheid y muerte en el que
fundamentas tu Estado.
Tanto más valen las
vidas israelíes en el imaginario colonial que el mundo clama por los más de 200
prisioneros que Hamás hizo en su ofensiva mientras miles de niños, jóvenes y
abuelas palestinas viven detenidos ilegalmente en las cárceles israelíes sin
que Israel tenga que justificarse. Porque Israel nunca tiene que justificarse,
ni siquiera rinde cuentas por sus propios ciudadanos muertos. 1.400 en un solo
día. Nos han contado que fueron asesinados salvajemente por los bárbaros. Pero
también nos hablaron de bebés decapitados y violaciones masivas, que luego
nadie demostró. Como si matar no fuera suficientemente bárbaro —pues ya mata
cotidianamente el país ocupante— la propaganda sionista necesitaba establecer
una diferencia entre la forma de asesinar civiles. Hay quienes matan
civilizadamente y en defensa propia: con bombardeos aéreos y asedio, hay
quienes matan como animales no humanos, aves del apocalipsis que llegan en
parapente, que irrumpen de debajo de la tierra. Discretos bárbaros, capaces de
preparar semejante ataque durante años, sin despertar las alarmas de los
servicios de inteligencia más avanzados de la tierra.
Y entonces llegan
las fuerzas de uno de los ejércitos más poderosos, en uno de los países más
militarizados del mundo. Tardan horas en llegar, en un territorio equivalente a
la provincia de Cáceres. Se trata de un ejército que no está acostumbrado a
tener bajas, que bombardea cada tanto desde los cielos a un pueblo sin
ejército, que apunta cada día a hombres y mujeres desarmados, que lleva décadas
contestando con fuego real a piedras, que combate con el armamento más
sofisticado del mundo a milicianos. Un ejército para el que no hay civiles
cuando se trata de eliminar al enemigo:
¿qué hizo con sus propios civiles? ¿cuándo sabremos cuántos de esos
ciudadanos israelíes murieron bajo el fuego de su propio ejército? ¿Es
ilegítimo desconfiar de la versión de un gobierno al que hemos escuchado mentir
una y otra vez, un gobierno que es capaz de bombardear un hospital, celebrarlo,
y luego acusar del bombardeo al enemigo?
No hay que perder
de vista que el poder de sujetos y países se basa en el estado de guerra, en el
miedo al otro, en hacer caja del mercado de la muerte, en blindarse tras la
propaganda
No se trata de
negar la violencia de Hamás, ni quitar valor a la vida de los otros, hija. Pero
sí de no dejar nunca de hacerse preguntas, de interrogarse por la historia y el
contexto: En este caso es un contexto de colonialismo, esa palabra que ha
sobrevivido al siglo XX, y alimenta callejones sin salida. ¿Qué mayor violencia
que ser expulsado de tu tierra, vivir bajo el gobierno de un régimen ocupante,
perseguido por sus colonos y su ejército, diezmado cada tanto por operaciones
militares de pomposos nombres ante la indiferencia del mundo? ¿Cómo se responde
a esa violencia? ¿cómo se puede hablar de paz, mientras te tratan como a una
bestia, cuando tu vida transcurre entre la negación de tu futuro, la
impugnación de tu pasado, y la asfixia de
tu presente?
El error radica en
pensar que a todo el mundo le interesa la paz, presuponer que lo que guía a los
poderosos del mundo es un deseo universal de ausencia de violencia, que la
estabilidad es lo mejor para los mercados. No hay que perder de vista que el
poder de sujetos y países se basa en el estado de guerra, en el miedo al otro,
en hacer caja del mercado de la muerte, en blindarse tras la propaganda. La paz
es menos rentable que la guerra, la justicia cotiza a la baja en el mercado de
los famosos valores occidentales, pues no hay mayor amenaza para quienes
colonizan y explotan, para quienes bombardean y expolian, que la justicia.
Mientras acabas los
deberes, leo en las noticias que nuestra ciudad va a conceder la Medalla de
Honor a Israel, la misma ciudad en la que miles de personas salimos a denunciar
el genocidio contra el pueblo palestino, a clamar por una Palestina libre, como
en tantas otras ciudades del mundo, incluso aquellas en las que ondear la
bandera palestina, demandar colectivamente un fin al exterminio, está prohibido
o es objeto de sanción. Tú que tienes ocho años puedes entender lo infame de
esto sin necesidad de que te lo explique. Quizás te preguntes, como nos
preguntamos todos, para qué sirve seguir saliendo a las calles, seguir
impugnando su mapa racista de la barbarie, seguir demandando una justicia que
nunca llega. También a esto hay que ponerle su contexto: no hay opresión en la
historia que no haya sido contestada. La resistencia y la solidaridad es lo que
nos hace humanos. Es por eso que nos manifestamos Nur, para seguir siendo
humanos. Para demostrar que no hay bombas ni propaganda que puedan erradicar la
dignidad de los pueblos.
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