FRANCO, ‘TRENDING TOPIC’
POR
ANÍBAL MALVAR
Los haters de Publico suelen descalificarnos por la murga que damos con Franco y el franquismo. Y claro que la damos. Nos encanta desenterrar la Historia que nos hurtaron en los colegios y facultades. Y desenterrar también de las cunetas a los mártires de tan siniestra Historia, si no molesta mucho el polvo a los señores.
Ahora resulta que aquellos mismos haters se echan a las calles a protestar contra la amnistía al grito de “¡Viva Franco!”, acuden a los mítines de sus moderados líderes con la bandera aguilucha y, en las bodas, orgías y botellones, gustan entonar el Cara al sol y Soy el novio de la muerte. No sé si estaremos recuperando memoria histórica por el lado equivocado, compañeros españoles. Resucitando por donde no era.
Cuando yo era
periodista de verdad y mis jefes me mandaban a pastorear calle para no
aguantarme en la redacción, asistí a decenas de actos políticos y
manifestaciones de nuestra guapa gente de derechas. Finales del siglo XX.
No era moda
entonces la exaltación franquista entre las huestes del PP, que yo recuerde,
aunque la sola presencia de Manuel Fraga era ya exaltación franquista bastante,
y rotundamente corpórea.
Los pins de la
banderita eran entonces patrimonio de un reducido núcleo de señoronas de pelo
azul, que a veces también portaban estampas de Franco de aspecto sacramental y
antiguo, como si fuera un san José, un san Tancredo o una virgencita de
Catalayud algo entrada en carnes y bigotudas feminiscencias.
Algunos vivas a
Franco sí se escuchaban cuando entonces, pero siempre era un concejal muy rural
y aguardentoso al que sus comilitones miraban con simpática displicencia, que
es como se debe mirar a un borracho en las fúnebres ocasiones en las que tú
estás sereno.
Yo siempre me
acercaba, reportero intrépido, a las señoronas de pelo azul y estampita y al
concejal rural y aguardentoso, no por su trascendencia política, sino porque
daban mucho color y humor excéntrico a la crónica. El columnista está obligado
a hacer reír a sus lectores todo lo que él llora.
Era inminente el
fin del milenio y, si la humanidad no terminaba en implosión marciana en plan
Cuarto Milenio, parecía que nuestro franquismo se iba reduciendo a una
folclórica y artrítica pavana de beatas, exfalangistas rencorosos, viejos y
divididos que hacían mucho ruido pero a los que no escuchaba nadie, y el
concejal borracho y pepero del Viva Franco de los mítines, que hasta sospecho
que era siempre el mismo.
Yo no sé si nos
engañaban a nosotros o se engañaban ellos, pero hasta el cambio de siglo el
Partido Popular consiguió convencernos de que daba por clausurado su origen
franquista al menos en los modos, lo cual es frívolo pero importante, pues la
verdadera política consiste en asesinar con buena educación.
Cierto es que se
negaron a condenar el franquismo y sus vanas tentaciones fusileras y genocidas,
pero hasta 2005 ningún diputado del PP intentó golpear en el Congreso a un
diputado del PSOE, lo cual significaba que los habíamos domesticado o se habían
pacificado voluntariamente o tomaban medicación.
El día de 2005 en
que Rafael Hernando (PP) se arrojó sobre Alfredo Pérez Rubalcaba (PSOE) a puño
cerrado en la sede de la soberanía popular, dispuesto a partirle la cara, a mí
se me rompió algo en las urnas íntimas de mi España, si es que padezco de eso.
La violencia volvía al Congreso. Cierto que no era la violencia pistolera y
bigotuda del 23-F, pero sí era violencia, aunque tabernaria y cobarde. Pero se
asesina a más gente en las tabernas que en las asonadas, como no es necesario
demostrar.
Qué estupendamente
ha involucionado España desde aquellas tímidas hostias de Rafael Hernando en
2005. Hoy el fascista genético se vuelve a manifestar sin complejos como cuando
la primera transición. No hay acto del PP en el que no sea jaleada una consigna
franquista, fascista, incluso hitleriana y violenta. No relato las proclamas
gamadas en actos de Vox, porque huelga.
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