SINTIÉNDOLO POCO, SABINA
DAVID TORRES
El cantautor Joaquín
Sabina posa durante la presentación del documental sobre Joaquín Sabina
‘Sintiéndolo mucho’, en el Hotel Urso, a 15 de noviembre de 2022, en Madrid
(España). Eduardo Parra / Europa Press
Sintiéndolo poco, no voy a ver el documental de Fernando León sobre Joaquín Sabina, entre otras cosas porque llevo esquivando a Sabina más o menos desde la adolescencia, cuando me saltaba sus canciones en el disco de La Mandrágora porque prefería con mucho el cachondeo metódico de Javier Krahe y la voz gangosa de Alberto Pérez, que al menos sabía cantar, aunque fuese por la nariz. Había momentos, entre Sabina, Ana Belén, Victor Manuel, Alaska, Ramoncín y Loquillo -por citar sólo unos pocos-, que daban ganas de irse del país o de pegarse un tiro en una oreja y quedarse sordo para siempre.
Cada vez que salía
un disco de Sabina yo hacía todo lo posible por no oírlo, cosa bastante difícil
porque las emisoras, los bares, las tabernas, los vecinos y los taxis tenían
predilección por sus horripilantes ripios, su voz de serrucho y su sensiblería
de piedra pómez. Una madrugada a finales de los noventa me ligué a una rubia
muy maja, me senté en su coche, puso a Sabina en el radiocasete, me dijo que
era su músico favorito y en ese mismo momento le pedí que parase para cruzar a
pie medio Madrid y regresar a casa. Porque si llego a coger un taxi y vuelvo a
oír lo de "Y nos dieron las diez", lo mismo salgo al día siguiente en
los periódicos.
Digo todo esto para
advertir que no soy en absoluto uno de esos fans rabiosos por esas
declaraciones de Sabina en las que advierte que ya no es tan de izquierdas como
antes, porque tiene ojos y oídos para ver lo que está pasando. Ojos no sé, pero
cualquiera que tenga oídos sabe que Sabina, ese Bob Dylan del Ahorramás, lleva
desafinando desde el día en que empezó a berrear. Tampoco creo que se trate de
un problema de farlopa, de exceso de farlopa o de ausencia de farlopa, lo que
le ha llevado a un cambio de rumbo ideológico que, al fin y al cabo, tampoco es
que sea un volantazo. Fue a Krahe, no a Sabina, a quien vetó el PSOE en 1986
después de atreverse a cantar "Cuervo ingenuo", la canción en la que
se mofaba de la bajada de pantalones de Felipe González con la OTAN. A Winston
Churchill le adjudicaron, erróneamente, esa estupidez de quien no es de
izquierdas a los veinte años no tiene corazón y quien no es de derechas a los
cuarenta no tiene cabeza. A Winston Churchill, que no fue de izquierdas en su
puta vida.
Ahora, tantos años
después, tras la birra y los canutos, resulta que Sabina ha ido a desembocar al
mismo chalet con piscina que Alaska, Loquillo, incluso que Raphael, algo que
debería hacer reflexionar profundamente a los fans de unos y de otros. Eso de
"Díos los cría y ellos se juntan" es un refrán que puede esperar el
tiempo que haga falta, pero que al final se cumple. Con una deuda con Hacienda
de dos millones y medio de euros -tres empresas a través de las que gestionaba
sus derechos de autor, inmuebles y diversas propiedades, y con las que Sabina
dice que no tiene nada que ver- se entiende que uno se vaya quitando del vicio
de la izquierda exquisita para posicionarse en la derecha pura y dura. Al final
el bombín no era de adorno, es sólo que rima con Joaquín, qué cosas.
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