LA VIOLENCIA ECONÓMICA CONTRA LAS MUJERES
TXARO GOÑI
La violencia contra la mujer deriva del sistema patriarcal que subordina estructuralmente a la mujer y presenta multitud de dimensiones, siendo la económica una de ellas
El 25 de noviembre se celebra el día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Una de las diversas violencias que sufrimos las mujeres es la violencia económica. Es cierto que otros colectivos, como jóvenes o personas con edad avanzada, sufren también este tipo de violencia, pero como en otros muchos ámbitos, el hecho de ser mujer agrava y crea violencias específicas. Hay que tener en cuenta que la violencia contra la mujer es una derivada del sistema patriarcal que subordina de forma estructural a la mujer y que presenta multitud de dimensiones, siendo la económica una de ellas.
Dentro del ámbito de la pareja,
por ejemplo, aparecen violencias relacionadas con el hecho de controlar los
gastos y la gestión financiera de las mujeres, usurpación de su identidad, limitación
del acceso a la información de las finanzas familiares o control de su
desarrollo profesional. Esta violencia se produce también cuando se esconden
los bienes patrimoniales o se utiliza el dinero para obligar a la mujer a
mantener la relación con su maltratador. Este tipo de violencias pueden seguir
después de la ruptura con el agresor, mediante el impago de la pensión de
alimentos a los hijos e hijas o la dilatación de los procesos judiciales.
La acreditación de esta violencia
económica es difícil ya que no existe, como ante una violencia física o
psicológica, un certificado médico o un dictamen pericial que la certifique.
Sin embargo, es más frecuente y con unas consecuencias más graves de lo que
parece. Compromete la dignidad de la mujer. En sentencia del año pasado ya se
fundamentaba de forma razonada la necesidad de modificación del Código penal en
materia de violencia económica, pidiendo la tipificación de la violencia
económica como un tipo de violencia machista de acuerdo al Convenio de Estambul.
La acreditación de esta violencia
económica es difícil ya que no existe, como ante una violencia física o
psicológica, un certificado médico o un dictamen pericial que la certifique.
Evidenciar y señalar las
distintas violencias contra la mujer es un punto de partida, pero si no se
trabaja y se regulan soluciones, no se puede avanzar en la consecución de una
sociedad igualitaria y justa para todos sus miembros. Es necesaria una
protección real. Se necesitan plazas de acogimiento urgente y alojamiento temporal
que permitan un mejor acompañamiento psicológico de estas mujeres, personal
especializado que ayude con temas administrativos y su inserción en el mercado
laboral. La educación y sensibilización a profesionales de la judicatura,
colegios de notarios, bancos, empresarios, es un trabajo básico para avanzar.
Su compromiso para actuar con sensibilidad ante estas violencias, en aspectos
tan sencillos como el pago de salarios o dinero procedente de venta de
inmuebles en la cuenta personal de las mujeres que sufren estas violencias o
permitir la adopción de medidas de protección financiera para ellas, es
imprescindible. También la administración tiene su papel. Recordar que la
primera sentencia en el Estado español en la que se obliga a la impartición de
justicia con perspectiva de género, es una resolución relativa a una víctima de
violencia de género a la que se le había denegado la pensión de viudedad. Se
puede hablar también de una violencia institucional contra la mujer.
Pero la violencia económica no
sólo se percibe en el ámbito de la pareja, se extiende a otras esferas de la
sociedad. En el ámbito laboral, la discriminación salarial constituye una
agresión continua a la vida de las mujeres y a su economía. Se distingue una
discriminación salarial a priori, por la existencia de factores que condicionan
el acceso al mercado laboral en las mismas condiciones que los hombres y una
discirimación salarial a posteriori, cuando la mujer ya ha accedido a ese
mercado laboral. Se infravalora el trabajo realizado por las mujeres tanto
económica como socialmente. Baste sólo con un ejemplo de los muchos que se
pueden referir; con datos del INE para 2019 el salario medio bruto era de
21.682,02.-€ para una mujer frente a los 26.934,38.-€ para un hombre. Otra vez
aquí se compromete la dignidad de la mujer. La discriminación salarial es una
realidad dificil de solucionar y que interpela a todos los sujetos sociales a
una auténtica actitud de cambio. Bajo la apariencia de neutralidad, se producen
perjuicios en las percepciones salariales de las trabajadoras cuyas
consecuencias se dan tanto a lo largo de la vida activa como al alcanzarla
jubilación.
Bajo la apariencia de
neutralidad, se producen perjuicios en las percepciones salariales de las
trabajadoras cuyas consecuencias se dan tanto a lo largo de la vida activa como
al alcanzar la jubilación.
Es cierto que la discriminación
directa ha quedado superada. Está ampliamente aceptado que a mismo trabajo,
mismo salario. Sin embargo, la discriminación indirecta no se ha vencido.
Cuando los trabajos son diferentes pero tienen el mismo valor, la retribución
de quienes los desempeñen debe ser la misma, sin considerar las diferencias de
género. Pero en la valoración de los puestos de trabajo persisten los
prejuicios a la hora de decidir y valorar los factores a tomar en
consideración. El registro obligatorio de salarios y auditorías salariales, así
como los criterios a valorar en los sistemas de clasificación de los puestos de
trabajo, que vienen regulados desde el año 2021, son una herramienta disuasoria
de esta descriminación retributiva.
La sociedad capitalista no sólo
infravalora el trabajo remunerado que realiza la mujer, todo el trabajo de
cuidados y reproductivo parece tener valor cero en nuestra sociedad. Este
trabajo, impuesto a las mujeres, ha sido invisibilizado en el estudio de la
realidad de tal manera que ni tan siquiera tenemos claro cómo podríamos
incorporar su valor en el PIB nacional.
El diagnóstico de la realidad es
un primer paso, pero desde nuestras organizaciones nos preguntamos muchas veces
si es posible ir más allá. Podemos caer en el fatalismo. Parece que exista una
fuerza superior que conecta unos problemas con otros haciéndolos irresolubles.
No podemos dar solución a un problema sin que aparezca otro que hay que
solucionar antes. Sin embargo, ese desaliento, esa frustración, no es buena
para la transformación social.
Nuestra realidad es compleja,
enredada en múltiples crisis que se superponen unas a otras, pero si no
anteponemos la vida a la lógica heteropatriarcal, capitalista y colonial que
rige en la actualidad, no podremos avanzar en el desarrollo de una sociedad más
próspera para todos y todas. No basta con denunciar y hacer visibles estas
violencias, tenemos que propiciar espacios y procesos participativos de hombres
y mujeres, donde se fomente el diálogo positivo para lograr resolver las
desigualdades. Educar para la transformación social, para transitar a otro
modelo menos violento, es una forma de generar los cambios que buscamos.
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