LOS RICOS QUIEREN CAMBIAR LAS
REGLAS DEL FÚTBOL
El
Mundial de Catar representa la culminación de décadas de fútbol capitalista,
una victoria de las grandes empresas y de los regímenes represivos y una
tragedia para los hinchas y los trabajadores que hacen posible el juego
WILL MAGEE
El presidente de Rusia y el presidente de
la FIFA Gianni Infantino otorgan el balón del Mundial al emir de Catar.
En un sentido, el Mundial de Catar no es tan excepcional como podría parecer. Hace mucho tiempo que los regímenes represivos utilizan el campeonato para pulir su imagen. El brillo dorado de la copa encandila a locales y extranjeros y los ciega frente a la injusticia, la crueldad y el abuso.
En 1934, Benito Mussolini logró que el campeonato se hiciera en Italia y lo utilizó como una especie de festival del fascismo. En 1978, el Mundial se jugó en Argentina, en una época en la que la junta militar de Jorge Rafael Videla dirigía su «guerra sucia» contra el pueblo y asesinaba a decenas de miles de ciudadanos. La final en el Estadio Monumental fue celebrada a unas pocas cuadras de la Escuela de Mecánica de la Armada, donde los militares torturaban a los presos políticos. El partido se jugó tan cerca que los sobrevivientes recuerdan haber escuchado los cantos de la hinchada.
En 2018, la copa
viajó a Rusia a pesar de las bien documentadas violaciones de los derechos
humanos de este país, de las leyes que discriminaban a la comunidad LGTBIQ+ y
del creciente autoritarismo de Vladimir Putin. Cuatro años más tarde, después
de la invasión de Rusia a Ucrania, la FIFA vetó la participación del equipo
nacional ruso en todos los campeonatos. Las imágenes de Gianni Infantino,
presidente de la FIFA, sonriendo como un tonto junto a Putin en la final en el
Estadio de Luzhniki es un testamento de la amoralidad de la organización.
Como sucede ahora
con Catar 2022, todos los campeonatos anteriores fueron denunciados por
corrupción. Las injusticias vinculadas con este Mundial son atroces
–explotación sistemática y a veces letal de trabajadores migrantes, trabajo
forzado, detenciones arbitrarias y criminalización de las relaciones entre
personas del mismo sexo– pero también son parte de una larga sucesión de
horrores que los dirigentes y dueños del fútbol pasan por alto.
En otro sentido, no
obstante, Catar 2022 cambió las reglas del juego. La decisión 2010 de la FIFA
de beneficiar con los próximos campeonatos a Rusia y Catar terminó exponiendo a
algunos de sus personajes más importantes. De los 22 miembros con voto del
Consejo de la FIFA que participaron de la decisión, 16 fueron investigados por,
o estuvieron implicados en, casos de corrupción y conductas que atentan contra
la ética de la organización (no necesariamente vinculados con el proceso de
elección de los próximos mundiales). Sepp Blatter, predecesor de Infantino en
la presidencia, fue finalmente expulsado en 2015, después de haber sido el
hombre más poderoso del fútbol durante 17 años. Michel Platini, expresidente de
la UEFA, Jack Warner, ex vicepresidente de la FIFA, y Jerome Valcke, ex
secretario general, también están entre las bajas más notables de la década
pasada.
Aunque las
revelaciones sobre la cultura de corrupción de la FIFA en el momento de elegir
sede evidenciaron como nunca antes –y ante una audiencia enorme– el modo en que
el dinero define el mapa del fútbol moderno, la repugnancia del público ante
los escándalos y las maquinaciones del cuerpo gobernante forman parte de una
foto mucho más grande. Si bien el hecho de que Rusia fuera anfitrión despertó
reacciones negativas –especialmente después de la aprobación de las leyes
homofóbicas de 2013 y la anexión de Crimea el año siguiente– la FIFA fue por lo
menos capaz de mantener una lógica deportiva interna: Rusia había ayudado a
producir grandes equipos a nivel internacional como parte de la Unión
Soviética, que llegó en una ocasión llegó a la semifinal del mundial y en otra
a cuartos de final, tenía una liga nacional convocante y había demostrado que
podía organizar uno de los eventos mundiales más grandes del fútbol después de
la final de la Champions League en Moscú de 2008.
Si el repudio a
Catar 2022 es más intenso, tal vez sea porque la FIFA nunca fue capaz de
argumentar convincentemente a favor del campeonato con una lógica que no fuera
la financiera. Por más surrealista y trágico que suene, después de una década
de denuncias de organizaciones de derechos humanos por los trabajadores
migrantes que mueren a causa de las altas temperaturas, Catar logró convertirse
en sede del Mundial con la promesa de que colocaría aires acondicionados en los
estadios, que permitirían que el campeonato fuera en junio y en julio, como
siempre, pasando por alto el hecho de que los hinchas todavía deberían
enfrentar temperaturas superiores a los 40° C antes y después de los partidos.
En 2015, cuando la
FIFA por fin tomó la decisión inevitable de que el Mundial debería jugarse en
invierno para proteger la salud de los jugadores y de los asistentes, confirmó
lo que todos, salvo los más ingenuos, ya sabíamos: es imposible que los
partidos se jueguen en verano. El equipo nacional de Catar nunca había
calificado para un Mundial, la liga doméstica es poco convocante y una buena
parte de la infraestructura futbolística del país tuvo que ser construida de la
noche a la mañana, a costa de la vida y de la salud de muchos trabajadores.
Hasta Blatter, un hombre que no suele destacarse por su conciencia, admitió que
este campeonato era “un error” y “una mala decisión” , aunque no por las
condiciones laborales inhumanas de los trabajadores que lo garantizan, sino
porque el “fútbol y el Mundial son demasiado grandes” para el país. Sin
considerar la riqueza de l país, es difícil comprender por qué la FIFA permitió
que Catar fuera sede del Mundial.
La organización
amontonó 64 partidos en 28 días, cuando, durante el mismo tiempo, en Rusia 2018
y en Brasil 2014 se jugaron 31
En este contexto la
influencia del dinero en el juego nunca fue tan evidente. Por primera vez en la
historia, el Mundial se jugará en noviembre y diciembre, lo que causará enormes
perturbaciones en el calendario del fútbol mundial. Muchas ligas domésticas
fueron obligadas a empezar antes, terminar después y comprimir la duración del
evento, y dejaron menos días de descanso y recuperación para los jugadores. El
campeonato mundial también tuvo que ser ajustado y la organización amontonó 64
partidos en 28 días, cuando, durante el mismo tiempo, en Rusia 2018 y en Brasil
2014 se jugaron 31. Casi no hubo tiempo para jugar amistosos, y los jugadores
que llegaron al Mundial probablemente tengan que volver a jugar inmediatamente
en las competencias nacionales una vez entregada la copa. Catar 2022 alteró
drásticamente, no solo la dinámica del Mundial, sino toda la temporada
futbolística.
Esta apretada
agenda podría tener consecuencias importantes en el bienestar de los jugadores
e incrementar la probabilidad de lesiones. Jamie Carragher, exdefensor de
Liverpool y de Inglaterra, acusó a los dirigentes de la FIFA que votaron a
favor de Catar 2022 de tratar a los jugadores “como ganado”. FIFPRO, el
sindicato internacional de jugadores, criticó las “exigencias sin precedentes
que reciben los jugadores más importantes del campeonato” . No debería ser
necesario aclarar que sin futbolistas no habría fútbol, pero el cuerpo
gobernante del fútbol mundial facilitó un torneo que, según el último informe
de la FIFPRO, “presionando a los jugadores hasta el límite de lo aceptable […]
las exigencias de trabajo insostenibles siguen atentando contra su salud física
y mental, además de poner en riesgo la duración de su carrera y de su buen
desempeño”.
En este sentido,
hasta las normas más básicas, los parámetros del bienestar de los jugadores,
fueron manipuladas para complacer a los anfitriones. Si a todo esto le sumamos
el costo prohibitivo de los vuelos, el alojamiento y las entradas –hay informes
que dicen que Catar, con la intención de inflar una atmósfera artificial, pagó
a muchos influencers para que asistieran al evento, reduciendo todavía más la
experiencia a una transacción–, es difícil no sentir que este Mundial, aunque
tiene algunos rasgos superficiales de campeonato de fútbol, es sobre todo un
despliegue de riqueza y poder.
De nuevo, es
importante destacar que Catar 2022 no es un caso aislado. En los últimos años,
los superricos intentaron reformar el fútbol en función de sus propios
intereses. La FIFA finalmente tuvo que retroceder ante una oposición furiosa,
pero hasta hace poco Infantino y sus aliados estaban presionando para que el
Mundial se hiciera cada dos años. Si bien Infantino, en una de las
intervenciones más insensibles que pueda imaginarse, tuvo el tupé de sugerir
que un campeonato bianual garantizaría que los nuevos anfitriones tuvieran más
oportunidades de convertirse en sede, y, en este sentido, “brindarles
esperanzas a los africanos, para que no tengan que cruzar el Mediterráneo en
busca de una vida mejor, aun cuando siempre es más probable que encuentren la
muerte en el mar”, no existe más que una motivación detrás de esta idea.
La venta de los
derechos de transmisión, las licencias y el merchandising del Mundial, además
de los fondos de los sponsors y las empresas asociadas, son responsables de una
buena parte de los ingresos de la FIFA. La organización espera que Catar 2022
genere alrededor de 6000 millones de dólares de ganancia. Esto explica que,
dejando de lado la cultura tóxica del campeonato, la organización haya hecho
todo lo posible por no cancelar el evento a pesar de las incontables polémicas
planteadas desde 2010. La mayor parte de esta ganancia es distribuida en todo
el mundo con vistas al “desarrollo” , y en este sentido es fundamental en la
política interna de la FIFA. Duplicar la cantidad de mundiales, aunque
arruinaría el calendario deportivo mundial y haría que el evento pierda un poco
de sentido, redundaría en un incremento colosal de la riqueza de la
organización.
Lo mismo vale en el
caso del intento de dividir la Superliga: el año pasado, 12 de los clubes más
ricos del mundo y sus dueños y presidentes –la mayoría multimillonarios–
decidieron que se repartirían el fútbol europeo entre ellos. Por si alguien
dudaba sobre la motivación de aquellos que intentaron atentar contra cien años
de historia, legado y competencia en un abrir y cerrar de ojos, Joan Laporta,
presidente del Barcelona, que todavía presiona a favor de una ESL junto con sus
colegas del Real Madrid y de la Juventus, los explicó con claridad: “Para
empezar, los clubes fundadores recibirían un bono de 1000 millones de dólares
[…]; [además] por cada temporada, esta competencia podría dejarnos 300 millones
de euros anuales”. Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, se sacó la
máscara cuando sugirió que la ESL abriría la posibilidad de disminuir la
duración de los partidos de 90 minutos para convocar a nuevas audiencias. En su
implacable búsqueda de ganancia, esta élite privilegiada está dispuesta
literalmente a reescribir las reglas del fútbol.
Tal vez Catar 2022
sea un ejemplo extremo del modo en que el dinero está distorsionando el juego,
pero es parte de un patrón más amplio. Hace mucho tiempo que el fútbol está en
manos de los ricos, aunque ahora están intentando reformarlo en función de sus
intereses en un sentido nunca antes visto. No sería una sorpresa que más se
hagan más mundiales en invierno en el futuro próximo: Arabia Saudita presentará
un pedido conjunto con Grecia y Egipto para ser sede en 2030. Probablemente
será otra pesadilla en términos de igualdad y derechos humanos.
A cargo del deporte
más popular del mundo, los que gobiernan el fútbol parecen dispuestos a hacerlo
irreconocible. En última instancia, mientras los gestores y organizadores
tengan más interés en el dinero que en cualquier aspecto ético, social o
deportivo, los ricos seguirán dictando los cambios fundamentales del juego
hasta convertirlo en una cosa completamente distinta, creada para el disfrute
de unos pocos elegidos.
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