EL ÉXITO CHINO DETERMINA LA TENSIÓN MILITAR
Ucrania
forma parte y es prolegómeno de la guerra fría actual contra China en Asia
Oriental
RAFAEL POCH
Skyline de la ciudad de Beijing, el pasado 16 de octubre de 2021.
Desde hace algún tiempo y con una periodicidad aproximada de una vez por mes, fuerzas aeronavales de Estados Unidos entran, demostrativa y provocativamente, en el estrecho de Taiwán, mientras que las fuerzas chinas responden con diversos movimientos militares que van desde incursiones aéreas hasta lanzamiento de misiles. La conclusión es clara: no solo estamos en una “guerra fría” en Asia Oriental, sino que el peligro de un conflicto militar abierto es muy serio. Si bien nadie lo desea, muchos “expertos” (frecuentemente vinculados al complejo militar-industrial) lo consideran “inevitable”, y todos se acercan físicamente a dicho conflicto por el mero hecho de poner a sus fuerzas armadas permanentemente en contacto.
Como el último
documento oficial de la doctrina militar de Estados Unidos, recién publicado,
relaciona directamente en un mismo paquete lo que ocurre entre Ucrania y Rusia
con el pulso con China, y estima que esta es la dimensión principal de todo
ello, es obligado preguntarse cómo hemos llegado a esto. ¿Qué ha pasado?
Para responder hay
que observar el marco general de varias décadas de “éxito chino”.
El éxito
La integración de
China en la globalización, entendida en este caso como el seudónimo del dominio
mundial de Estados Unidos, contenía implícitamente como consecuencia la
conversión de China en vasallo de Occidente.
El propósito era
presionar a China para que aplicara las reformas estructurales definidas por el
Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, abriera totalmente sus mercados
a las empresas occidentales y que la integración de las élites chinas en su
globalización acabara dando lugar a una forma de gobierno subalterno más
aceptable para Occidente que la del Partido Comunista Chino.
Para comprar un
solo avión Boeing a Estados Unidos, China debía producir cien millones de pares
de pantalones.
Desde la
normalización de relaciones chino-soviéticas en mayo de 1989, China disfrutó de
treinta años de tranquilidad exterior
No estaba previsto
que jugando en el terreno diseñado por otros, China torciera aquel propósito.
El “milagro chino” fue usar una receta occidental diseñada para su sometimiento
para fortalecerse de forma autónoma e independiente. Lo hizo poniendo
condiciones y restricciones a la entrada del capital extranjero en China y,
sobre todo, manteniendo un control bien firme de las riendas del proceso. Lo
consiguió porque, gracias al bajo precio y alta eficacia de la mano de obra en
China, los capitalistas y empresarios extranjeros hicieron enormes beneficios
en la “fábrica del mundo” y eso apaciguó y moderó a sus gobiernos.
China aprovechó esa
integración en la globalización para desarrollarse, aprender y adquirir
tecnología.
Los resultados
están a la vista y son extraordinarios en todos los órdenes; en términos de incremento
en la esperanza media de vida, eliminación de pobreza, PIB (recordemos que en
1980 el peso de China en el PIB global era de 2,3% y hoy es de 18,5%),
instrucción, ciencia y tecnología, fortaleza militar, grandes empresas, sin
olvidar, naturalmente, el gran progreso en dañinas emisiones ambientales. Todo
eso entrará en los manuales de historia y economía del futuro.
Ante este
resultado, un conocido comentarista americano (Fareed Zakaria, de la CNN)
expresó así su desconcierto:
“La estrategia produjo
complicaciones y complejidades que desembocaron en una China más poderosa que
no respondía a las expectativas occidentales”, es decir, a la expectativa de
que, en el proceso, China se convertiría en subalterna.
Todo esto ocurrió
en los 30 años anteriores, pero la crónica de los últimos años añadió aún más
ansiedad a la situación. La crisis financiera global de 2008, genuino detritus
de la economía de casino con centro en Estados Unidos, ofreció la primera gran
evidencia de debilidad occidental y de los peligros que contiene la no
regularización del sector financiero, así como el hecho general de que el
capital mande sobre los gobiernos y no al revés. China gobernó la crisis mucho
mejor, como había pasado ocho años antes con el estallido de la burbuja
puntocom.
Autoeliminada la
URSS como gran adversario, la mirada de los estrategas de EE.UU. se empezó a
dirigir a China, pero el 11-S colocó en el centro al terrorismo yihadista
Antes, las
desastrosas consecuencias de las guerras que se han encadenado desde los
atentados del 11-S de 2001, con más de tres millones de muertos, unos cuarenta
millones de desplazados y varias sociedades y Estados destruidos, hicieron
patente una gigantesca irresponsabilidad por parte de la primera potencia
mundial. La retirada de Estados Unidos del acuerdo sobre cambio climático y la
mala gestión de la crisis de la pandemia en Occidente (en comparación, no solo
con China, sino con el conjunto de Asia oriental) incrementaron esa evidencia
de desbarajuste. Así que, ante este panorama, la respuesta de Estados Unidos ha
sido la presión militar y las sanciones.
La respuesta
Desde la
normalización de relaciones chino-soviéticas en mayo de 1989, China disfrutó de
treinta años de tranquilidad exterior que le permitieron concentrarse en su
desarrollo.
Autoeliminada la
URSS como gran adversario, en los noventa, la mirada de los estrategas de
Washington se empezó a dirigir a China, pero el 11-S neoyorkino colocó en el
centro al terrorismo yihadista (otro resultado de la mala política anterior que
se volvía contra sus autores) y ofreció a China una prórroga de diez años: diez
años más de relativa tranquilidad.
En 2012, Obama
anuncia el Pivot to Asia: trasladar al Pacífico el grueso de la fuerza militar
aeronaval de Estados Unidos, para estrechar el cerco militar alrededor de
China.
Los chinos
reaccionaron poniéndose el cinturón de seguridad: fortaleciendo la autoridad
del partido en todos los órdenes y el liderazgo personal en su dirección
colectiva.
Pero sobre todo, en
2013 China anunció la Nueva Ruta de la Seda (Belt & Road Initiative), una
ambiciosa estrategia global para salir del cerco y exportar sobrecapacidad. Es
decir una estrategia a la vez geopolítica y económica.
Con Trump el cambio
de clima fue brusco, en especial cuando el secretario de Estado, Michael
Pompeo, apeló al cambio de régimen en China
La Nueva Ruta de la
Seda es un esfuerzo de varias décadas de duración con una financiación
astronómica (de 4 a 8 billones de dólares), encaminado a establecer una red
geoeconómica internacional de apoyo que integre económica y comercialmente al
70% de la humanidad a través de Eurasia. Sin necesidad de recordar las tesis de
Halford Mackinder que ahora se desempolvan, eso erosiona, necesariamente, el
poder mundial de Estados Unidos en el hemisferio. También complica sobremanera
cualquier propósito de cerco a una potencia que, sin ser “amiga”, ni “aliada”,
ni “líder de bloque”, es socia positiva de casi todas las naciones.
El objetivo
implícito de la Nueva Ruta de la Seda, en palabras de Henry Kissinger, es nada
menos que “trasladar el centro de gravedad del mundo desde el Atlántico al
Pacífico”. A su lado el histórico Plan Marshall queda como algo pequeño…
Guerra fría
Con Donald Trump el
cambio de clima fue brusco, en especial cuando en su discurso de julio de 2020
el secretario de Estado, Michael Pompeo, apeló abiertamente al cambio de
régimen en China, señalando directamente al Partido Comunista Chino como el
“principal enemigo de Estados Unidos”.
Pese a la inusitada
división del establishment americano, la política de sanciones comerciales y
presión militar contra China tiene un amplio consenso en las dos facciones del
régimen de Estados Unidos.
Esto ya es una
guerra fría abierta, con fuertes campañas de propaganda y demonización del
adversario. Con Biden asistimos a una escalada de la tensión con Taiwán,
principal productor mundial de semiconductores, en el centro del escenario.
Desde 1978 el
reconocimiento del principio de “una sola China”, es decir, que Taiwán forma
parte de ella, así como la Taiwán Relations Act (TRA) de 1979, fueron el
fundamento de la relación bilateral en ese ámbito.
La política de
sanciones comerciales y presión militar contra China tiene un amplio consenso
en las dos facciones del régimen de EE.UU.
El contenido de la
TRA era ambiguo: aunque la isla pertenecía a China, se contemplaba el
suministro de “armas defensivas” a Taiwán y se decía que cualquier intento de
que Pekín resolviese por la fuerza la secesión sería motivo de “grave
preocupación”. Es decir: no se decía “ayudaremos militarmente a Taiwán si hay
conflicto”.
Ahora sí se dice.
Lo ha dicho Biden cuatro o cinco veces. Además, toda la acción de EE.UU dibuja
un provocador replanteamiento que John Ross expone así en Tricontinental
(publicado en castellano por El Salto):
a) Por primera vez
desde el comienzo de las relaciones diplomáticas entre China y Estados Unidos,
Biden invitó a un representante de Taipéi a la toma de posesión del presidente
de EE.UU.
b) La presidenta
del Congreso, Nancy Pelosi –la tercera funcionaria estadounidense de mayor
rango en el orden de sucesión presidencial– visitó Taipéi el 2 de agosto de
2022.
c) Estados Unidos
ha pedido la participación de Taipéi en Naciones Unidas.
d) Estados Unidos
ha intensificado la venta de armas y equipo militar a la isla.
e) Han aumentado
las delegaciones estadounidenses que visitan Taipéi.
f) Las Fuerzas
Especiales de EE.UU. han entrenado tropas terrestres y de la marina de Taiwán.
g) Estados Unidos
ha incrementado su despliegue militar en el mar de China Meridional y ha
enviado regularmente buques de guerra a través del estrecho de Taiwán.
Al igual que en
Ucrania con su integración de facto en la OTAN y su conversión en un ariete militar
contra Rusia desde 2014, este fin de la ambigüedad con Taiwán supone que
Washington cruza una línea roja histórica de China. Y como en Ucrania, en el
entorno geográfico más inmediato del adversario. Además, Estados Unidos está
presionando a otros países del entorno chino: Australia, India, Japón, Corea
del Sur, (también Inglaterra y la propia UE) a sumarse a las sanciones y
coaliciones militares, de la misma forma en que ha hecho en Europa con Ucrania.
Igual que en
Ucrania, en la crisis de Taiwán no hay interés en negociaciones para resolver
las tensiones con un paso atrás, ni para prevenir choques militares
accidentales, ni para reducir riesgos en general.
La estrategia de
seguridad americana afirma que la guerra de Ucrania, y la debilidad de Rusia
que aprecia en ella, confirman que China representa “la principal amenaza, como
único competidor dotado del suficiente poder económico, militar y político
necesario para replantear el orden internacional”. Para ello llama a
revitalizar la red de alianzas que reste capacidad de maniobra a China. Eso es
lo que se está haciendo.
Se ha logrado
convertir a la UE en vasallo, e integrarla en esa guerra fría contra su
principal socio comercial (China), lo que perjudica gravemente a su propia
economía
La guerra de
Ucrania que, desde luego, China no quería, está dirigida a impedir militarmente
la integración euroasiática, que es un eje fundamental de la gran estrategia
china de la Nueva Ruta de la Seda. El atentado contra los gasoductos del
Báltico son la mejor ilustración de esa acción por romper nexos vitales y debe
ser leído en ese contexto. Desde ese punto de vista, Ucrania forma parte y es
prolegómeno de la guerra fría actual contra China en Asia Oriental.
De momento, y
aunque ese vector pueda presentar problemas en el futuro, se ha logrado
convertir a la Unión Europea en vasallo, e integrarla en esa guerra fría contra
su principal socio comercial (China), lo que perjudica gravemente a su propia
economía.
La conciencia de
todo ello explica la posición de China en esta guerra, su postura de que “la
seguridad europea debe ser decidida por los europeos” (Xi Jinping a Olaf Scholz
en mayo), y su oposición a las sanciones contra Rusia, meridianamente expuesta
en abril por la comentarista de la televisión china, Liu Xin: “Nos dicen,
ayúdame a luchar contra tu socio ruso para que luego pueda concentrarme mejor
contra ti”.
“La era de la
posguerra fría ha concluido definitivamente y está en marcha una competición
entre las principales potencias para dar forma a lo que vendrá a continuación”,
escribe el presidente Biden en la introducción al documento Estrategia de
seguridad nacional de 2022, recién publicado. “China es el único competidor con
intención de redefinir el orden internacional que dispone de las capacidades
para hacerlo”, dice.
La elocuente Ursula
von der Leyen, la “presidenta americana de Europa”, según la revista
estadounidense Politico, reconoce la unidad de todo el paquete y la
beligerancia europea en él cuando afirma que “la guerra de Ucrania no es solo
una guerra europea, es una guerra por el futuro del mundo por lo que el ámbito
de Europa solo puede ser el mundo entero”.
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