PEDRO SÁNCHEZ Y LA GUERRA DE UCRANIA
FERNANDO LUENGO
No es justo generalizar, pero tengo el convencimiento de que los mensajes lanzados por buena parte de los políticos son efímeros y tramposos, quizá porque ya han comprobado que pueden sostener una cosa en un determinado momento y al poco tiempo decir o hacer la contraria, sin que ese ir y venir tenga consecuencias electorales, ni siquiera suscite una impugnación en sus propios partidos. La lógica del statu quo y los intereses que se mueven en torno al mismo son muy poderosos.
Esta es la
impresión que tengo con Pedro Sánchez, secretario general del Partido
Socialista Obrero Español (PSOE) y presidente de gobierno. Su intervención, con
la que se cerraba el XXVI congreso de la Internacional Socialista donde ha sido
elegido presidente de la misma, ha consistido en un discurso florido, como ya
nos tiene acostumbrados, plagado de referencias al compromiso de los
socialistas con la igualdad, el trabajo digno, el progreso social y la paz;
destaca en ese discurso el mensaje de que "debemos abrir el tiempo de la
diplomacia" para abordar la guerra desencadenada por la invasión rusa de
Ucrania, un conflicto que se encuentra cronificado y que amenaza con agravarse.
Sería una estupenda
noticia que los partidos socialistas, con el PSOE a la cabeza, se
comprometieran con un camino de paz y que esa voluntad política cristalizara en
propuestas concretas por parte de la Unión Europea (UE). Pero, como siempre,
los hechos ponen en su sitio a la grandilocuente y vacía retórica utilizada por
Pedro Sánchez.
Preside un gobierno
-no lo olvidemos, el "más progresista de la historia de España"- que
ha decidido aumentar de manera sustancial el gasto militar, claudicando a los
requerimientos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que
exige de sus miembros que, al menos, sitúen el presupuesto militar en el 2% del
Producto Interior Bruto. Una organización que, supeditada a los intereses
estratégicos de la potencia estadounidense, ha contribuido a generar un escenario
de confrontación con Rusia (sin que, por supuesto, ello justifique la
intolerable invasión de Ucrania por parte del ejército ruso) y ahora, en línea
con la política seguida por Estados Unidos, también sitúa a China entre sus
adversarios estratégicos.
Ese aumento en el
gasto militar -para el que se utiliza el eufemismo de "defensa"-,
aprobado el gobierno de Pedro Sánchez y que es considerado como una piedra
angular de la política exterior española, se produce en tiempos de crisis, con
una inflación que no se conocía desde hacía décadas, con una sanidad y
educación públicas contra las cuerdas, con una degradación climática y
medioambiental que avanza de manera imparable, con una desigualdad que aumenta
sin cesar, con una economía que necesita una profunda reestructuración en clave
de equidad y sostenibilidad... pues bien, en ese contexto, más recursos para
satisfacer las exigencias del complejo militar-industrial y el formidable
negocio asociado a la fabricación y compra/venta de armas.
El mismo Pedro Sánchez
que está al frente de un partido y de un gobierno que han defendido abastecer
de armamento al ejército ucraniano, haciendo suya de esta manera una política
que, como de hecho está sucediendo, sólo podía alargar la guerra y agravar el
sufrimiento de la población civil. El mismo que hace unos días defendía, en un
alarde de cinismo que se ha convertido en moneda común, que el Parlamento
Europeo declarara que Rusia es un "Estado promotor del terrorismo",
olvidando que, por citar un ejemplo muy destacado, Estados Unidos ha sido el
principal baluarte de dictaduras crueles y grupos terroristas, y ha promovido
guerras, como la ilegal invasión de Irak, que han dejado la estela de millones
de muertos, poblaciones hambrientas y enfermas y economías devastadas.
Y por citar un
último y diría que escandaloso ejemplo de militarismo altivo e irresponsable:
la actuación del "socialista" Josep Borrell, al frente de la
diplomacia comunitaria, vicepresidente de la Comisión Europea y miembro
destacado del PSOE. Cual aguerrido general, con declaraciones incendiarias,
echando más leña al fuego, se ha dedicado en cuerpo y alma a promover un
escenario de confrontación, sumándose con entusiasmo a los "halcones"
más agresivos de la administración estadounidense.
Estoy de acuerdo,
es el tiempo de la diplomacia, urgen propuestas que favorezcan el diálogo y
pongan fin a la guerra. Pero para avanzar en esta dirección, que no será fácil,
necesitamos mucho más que gestos destinados a la galería y a generar titulares
en los grandes medios de comunicación.
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