NOSTALGIA ILEGAL
JUAN LOSA
Avistamiento faccioso a las
puertas de la Parroquia
de los Doce Apóstoles.- EP
Lo que les cuento a continuación pudo ser testimoniado apenas unos segundos, desde un autobús de línea y con una visibilidad más bien reducida debido a la nocturnidad, la lluvia, el vaho y la miopía. Pongan, por tanto, en tela de juicio lo que se viene. El avistamiento, en cualquier caso, tuvo lugar pasadas las nueve y media de la noche en las inmediaciones de la Parroquia de los Doce Apóstoles, situada en el número 88 de la calle Velázquez. Fue allí donde un centenar de personas, intuyo que feligreses en su mayoría, se dieron cita para corear movidas y estirar el bracico alegremente, como tratando de comprobar si afuera de la parroquia llovía. Algo que, en efecto, sucedía. Quizá no con la intensidad deseada.
El visionado fue
tan fugaz que adoptó tintes fantásticos por lo que busqué su confirmación por
otras vías. Acudí al tuiters pero para entonces ya no existía. Fue entonces
cuando me sumergí en tremenda nostalgia. Una nostalgia que si bien no era
preconstitucional, tampoco es que fuera plenamente constitucional. La mía, se
podría decir, era una nostalgia constituyente, hecha de augurios, futuribles y
aires reformistas. Una nostalgia, a fin de cuentas, que miraba al pasado con
propósito de enmienda y eludía, como buenamente podía, la amargura que entraña
toda forma de pretérita.
Le pregunté a la
señora sentada a mi vera por la escena de marras. Le dije: "Disculpe,
señora, sabe usted si en la Parroquia de los Doce Apóstoles se estaba
incurriendo en algún tipo de delito contra la Ley de Memoria Democrática o si,
por el contrario, los allí presentes estaban chequeando amistosamente el
estado, un tanto adverso, de la meteorología". La señora evitó hacer
declaraciones. Se abstuvo con un gesto medio displicente que no tomé en
consideración dado que estaba, como les digo, inmerso en una nostalgia de
índole constituyente.
El señor que la
acompañaba, en cambio, sí quiso pronunciarse al respective de este asunto y
adujo, un tanto lacónico, que eso era cosa de nostálgicos. Luego se sumió en
una suerte de melancolía, o eso me pareció hasta que comenzó a roncar
levemente, comprendí entonces que de la melancolía al letargo hay apenas un
paso. A la altura de la plaza de la Independencia, sin embargo, el señor
prorrumpió de su letargo para desdecirse y esgrimir, no sin cierta cautela, que
la nostalgia per se difícilmente puede ser ofensiva y/o ilegal, por lo que
sentenció que debía tratarse de facciosos.
Para terminar, el
señor que nos ocupa cargó duramente contra los eufemismos, a los que acusó de
pervertir el lenguaje ejerciendo una labor de blanqueamiento, revistiendo con
palabras huecas lo que merece ser llamado por su nombre. La apreciación, he de
decir, me pareció tan acertada que estuve tentado de abrazar a este buen señor,
pero me contuve dado que llevaba unas gafas de esas que van sujetas con cordón
y le caían a la altura del regazo. A cambio le apreté las manos fuertemente y
marché. Lo que, de haber existido tuiters, se habría traducido en un
corazoncillo.
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