RICHARLISON CONTRA EL BOLSONARISMO
La
ultraderecha se ha apropiado de los colores de la selección brasileña. Los
goles del delantero del Tottenham, uno de los pocos jugadores que han rechazado
públicamente a Bolsonaro, pueden ayudar a combatir la polarización
ANDY ROBINSON
Richarlison marca el segundo gol contra Serbia.
Con dos goles en el partido contra Serbia –uno de ellos una espectacular chilena–, el delantero centro Richarlison no solo ha ayudado a Brasil a avanzar hacia la segunda ronda del Mundial de Qatar. Puede haber facilitado también la labor de Lula de recuperar la venerada camiseta verdeamarilla de la selección, secuestrada desde hace años por la ultraderecha. Esto, a su vez, será importante para combatir las tácticas de desestabilización bolsonarista durante la transición democrática abierta tras la victoria de Lula en las elecciones del pasado 30 de octubre.
Tal y como propone
este artículo publicado en La Vanguardia, publicado antes del debut de Brasil,
todo lo que haga la selección brasileña en Qatar incidirá de alguna manera en el proceso democrático.
El fútbol no tiene
la importancia psicológica que tuvo en 1950 cuando se produjo el “maracanazo”
–la inesperada derrota contra Uruguay en la final del Mundial ante más de 170.000
hinchas en el estadio Maracaná de Río de Janeiro– que traumatizó al país en
tiempos de creciente golpismo. Como reflexionó el escritor Nelson Rodrigues
entonces: “Brasil es la patria de las chuteiras (botas de fútbol)”. Ahora ya no
tanto.
Pero en un momento
de fuertes divisiones políticas y sociales, la selección brasileña bien puede
agudizar la polarización o ayudar a cerrar las heridas y así frustrar los
intentos de Bolsonaro de deslegitimar la toma de posesión de Lula, en enero,
con falsas denuncias de fraude.
Pese a la derrota
de Bolsonaro en las urnas, los bolsonaristas siguen lanzándose a las calles cada dos o tres días para pedir
una intervención militar. La mayoría viste camisetas amarillas estampadas con
el eslogan “Brasil ante todo y Dios ante todos” –el lema del fascismo brasileño
adoptado por Bolsonaro–. Y detrás, el nombre del fichaje más valioso del
movimiento golpista: Neymar. “Los bolsonaristas han secuestrado el uniforme de
la selección”, dijo Ronaldo Helal, sociólogo especializado en el fútbol de la
Universidad Federal de Río de Janeiro.
Para los hinchas de
la selección que no sean simpatizantes del presidente ultra, el dilema es
obvio. A fin de cuentas, la camiseta amarilla es un objeto sagrado que evoca
los triunfos de Garrincha y Pelé en los años sesenta y setenta; Sócrates y
Zico, en los ochenta; Romario y Rivaldo, en los noventa; Ronaldo y Ronaldinho, en los 2000.
Lula ha intentado
recuperar la simbología: “Pónganse la camiseta con orgullo” dijo antes del
primer partido. “La gente (no bolsonarista) no debe avergonzarse de vestir la
camisetas verde y amarilla (…) ustedes van a verme con la camiseta solo con el
número 13 (de la candidatura de la izquierda)”, tuiteó hace dos semanas.
En cuanto a Neymar,
el presidente electo achacó el apoyo incondicional del crack brasileño al
presidente de ultraderecha a un acuerdo secreto con Hacienda. “Cada uno tiene
derecho a votar a quien quiera, pero creo que él (Neymar) tiene miedo a que, si
yo gano las elecciones, haga público que Bolsonaro le perdonó su deuda con
Hacienda”.
Hace dos años, el
fisco brasileño sancionó con una multa de 189 millones de reales (35 millones
de euros) a Neymar por no declarar sus ingresos entre 2011 y 2013. En 2019, el padre del
exfutbolista del Barça se reunió con Bolsonaro y con el ministro de Hacienda
Paulo Guedes. Resultado: Neymar, que compareció en repetidas ocasiones durante
la campaña electoral en favor de Bolsonaro, no ha pagado la multa.
De ahí la
importancia del excelente juego de Richarlison en el partido contra Serbia
frente a una actuación mediocre, y una posible lesión, de Neymar. Tras ser ignorado por parte de la hinchada
brasileña, Richarlison rápidamente se ha convertido en un héroe nacional.
“Richarlison es
buen tipo; Neymar es un Peter Pan que no crece debido al poder de su padre y ya
merece la antipatía de la mitad de los brasileños”, dijo en una conversación
telefónica Juca Kfouri, el biógrafo de Sócrates (el icónico mediocampista de
Corinthians, que luchó por la democracia en los años ochenta tanto en el fútbol
como en la sociedad en general) y columnista de Folha de São Paulo.
Richarlison, nacido
en Espíritu Santo en 1997, es uno de los pocos jugadores de la selección –el
otro es Everton Ribeiro– que rechaza públicamente el bolsonarismo. El delantero
centro del Tottenham dio donde más duele al nacionalismo bolsonarista al acusar
a Bolsonaro de traicionar a la patria por usar el uniforme de la selección: “Si
se usa la camiseta para un bando político, perdemos nuestra identidad”, tuiteó
hace un mes.
Es más, sin
posicionarse explícitamente en favor de Lula, Richarlison se ha mostrado
públicamente en contra de las políticas de Bolsonaro en la Amazonia. Tras el
asesinato de Bruno Pereira y Dom Phillips en la selva brasileña en verano, el
delantero centro criticó la impunidad de quienes cometen delitos contra
indígenas y otros defensores del medio ambiente.
En general,
Richarlison destaca como un jugador íntegro frente a los personajes del mundo
del fútbol que apoyan a Bolsonaro, desde el político oportunista Romario, ahora
senador por Río de Janeiro, hasta Felipe Melo (Fluminense) o Lucas Moura.
“Para mí,
Richarlison es el jugador del pueblo en esta selección”, dijo Walter
Casagrande, comentarista de fútbol y política y excompañero de equipo de
Sócrates. “Neymar ha hecho mucho daño al país”.
Al menos Neymar
solo ha cometido el delito de evadir impuestos. Otros futbolistas públicamente
bolsonaristas son el portero Bruno, encarcelado por asesinato, y Robinho, que
fue condenado en Italia a nueve años de cárcel por violación.
Puede que todo esto
parezca una excesiva politización del fútbol. Pero este Mundial no puede
escapar de la profunda polarización en Brasil, con fuertes tensiones de
identidad, clase e ideología. La victoria de Lula, lejos de unir al país,
parece haberlo dividido aún más. Al apoderarse de la bandera y del uniforme de
la selección, Bolsonaro ha profundizado la división. “Es una contaminación
colectiva”, dijo Kfouri.
“La dictadura
intentó secuestrar la camiseta en 1970 pero no lo consiguieron”, dijo Ronaldo
Helar, sociólogo especializado en fútbol de la Universidad Federal de Río de
Janeiro. En aquel Mundial histórico en México, el primero de la Historia
retransmitido en color, la ya secuestrada camiseta amarilla quedaría
identificada para siempre con la belleza del fútbol brasileño. Se convirtió
también en el símbolo de una potencia emergente y una sociedad aparentemente
unida, con genios negros como Jairzinho y Pelé jugando en perfecta armonía con
blancos como Tostao y Rivelino. El sincretismo racial, en realidad, fue una
quimera y la camiseta canarinha tapaba la realidad de una cruel dictadura
militar instalada tras el golpe de estado de 1964, que los bolsonaristas
elogian en sus delirantes protestas. “Los presos políticos intentaron rechazar
la selección en 1970 porque sabían que Medici se beneficiaría”, dice Ronaldo
Helal, en referencia al entonces presidente, el general Emilio Garrastazu
Médici). “Pero cuando vieron los partidos, no pudieron”.
“Bolsonaro ha
logrado el secuestro en parte porque la izquierda lo ha permitido”, añade.
“Pero creo que Lula puede recuperar esto para todos”. Richarlison tal vez ha echado una mano al
presidente electo.
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