SEDICIÓN Y OTROS DEMONIOS
ANÍBAL MALVAR
Mientras los médicos de Madrid dimiten y prefieren morirse de hambre antes que dejar morir indignamente a sus pacientes, lo que a los españoles nos preocupa es el delito de sedición, según se desprende de la voracidad titulativa de nuestros más prestigiosos periódicos. El Supremo ve una 'amnistía encubierta' en la derogación de la sedición, brama El Mundo. El Gobierno deja indefenso al Estado ante un nuevo golpe, tiembla ABC. Feijóo recuperará el delito de sedición cuando gobierne, se esperanza La Razón.
Que se focalice el debate público en la reforma de una ley de hace 200 años es razonable en un país capaz de derrocar a un presidente legítimo por colocar un lacito amarillo en sus balcones. El 1-O también fue un lacito amarillo, una burla a la prepotencia de aquel rey pasmado llamado Rajoy. Prometió Mariano que no habría urnas. Y urnas hubo. Nadie sacó un arma. Salvo la Policía. Eso fue sedición.
Como periodista, he
cubierto quizá centenares de manifestaciones, concentraciones y protestas. Y he
llegado a una conclusión: el grado de presencia policial al inicio de una
concentración es directamente proporcional al grado de violencia con que
concluirá el encuentro. Dicho para que hasta yo me entienda: cuanta más pasma
veas al principio de un cónclave callejero, más hostias verás al final.
No digo yo que
nuestra incorruptible Policía incite a la violencia, pero su presencia parece
inspirarla. Solo hay que ver los vídeos del 1-O. Qué bien pegan los polis y qué
mal los votantes. Lo sugiero por elogiar la profesionalidad de nuestras fuerzas
armadas y denigrar la falta de preparación física de nuestros sediciosos. A
quién se le ocurre enfrentarse a la Policía y destruir un país sin entrenar
antes.
Que Oriol Junqueras
haya acabado en la cárcel es normal. Ganó en las urnas pero no en las hostias.
Siendo, además, hostias tan sediciosas que nadie vio. Democracia plena. Ni
siquiera los más acérrimos odiadores del independentismo han podido decir que
Junqueras es un ladrón, o un violento, o un traidor. Se limitó a cumplir lo
prometido a sus votantes. Y medio en broma. Trece años de cárcel. Delito de
sedición.
No revisar una ley
de hace 200 años por simple anticatalanismo parece infantiloide y casi
sedicioso. Sedicioso neuronal. Hay más miedo a traicionar a la Patria que a
traicionar la inteligencia. Como si la patria fuera algo y la inteligencia no.
Pero el
anticatalanismo, en su ningunidad, mueve mucho al españolismo. De izquierdas y
derechas. Muchos votantes votan anticatalán, o antivasco, dependiendo de las
modas. Es un fenómeno raro. Que a través de Ciudadanos llegó a ganar
elecciones, sin gobernar, en la mismísima Catalunya. Proeza quijotesca cual
ninguna.
En las filas
socialistas, tenemos algún egregio ejemplo, que en los próximos días copará
titulares y largos minutos audiovisivos. Emiliano García Page, presidente
manchego y socialista, se pone trumpista de secarral y dice: "Dejar las
soluciones a los que tienen como propósito romper la convivencia no es el
camino correcto". Lo que viene a significar que dejarle la solución al que
difiere "no es el camino correcto". Cuando se busca una solución,
varios difieren. Y alguno hace valer su posición por el diálogo, y no por las
armas o las hostias. Pero este modelo no gusta en España, al parecer. Ni
siquiera a ciertos barones socialistas.
Tribunales de toda
Europa ya habían impugnado, con sus negaciones de extradición a los imputados
en el 1-O, ese bisecular delito de sedición que se momificaba en España. Pero
nuestros viejos periódicos y el PP reclaman la vieja ley de hace doscientos
años. Muy modernitos no andan. No andamos.
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