CARTA ABIERTA A JOAQUÍN SABINA
OLEG YASINSKY
Carta para Joaquín Sabina, el Julio Iglesias de Pablo Iglesia
Señor Sabina:
Confieso que me sorprende estar ahora escribiéndole una carta, además una carta abierta, una carta abierta en un medio cerrado por el gobierno progresista español (cosa que no sorprende), y además una carta a su nombre que, honestamente, no es para Ud.
Hace tiempo me gustaron sus canciones, tal vez por una compensación a mi rigidez soviética y por otra, a la solemnidad comunista de los Quilapayún, así que, sintiéndome una vez más triste que un pingüino en un garaje, descubrí su ironía y su humor negro, que coincidió con mi búsqueda de liberarme de ser tan grave. Por supuesto, se lo agradezco, aunque el objetivo de esta carta sea otro.
Señor Sabina, me importa tratar
de ser justo y no quiero caer en descalificaciones o caricaturas, lo que suelen
hacer con los artistas e ídolos que desenamoran a su público enamoradizo; es
más interesante aprender a discrepar valorando lo que compartimos o admiramos
de otro. Esta carta, que como ya lo advertí, no es para usted, la escribo con
ese ánimo.
Hace pocos días, usted hizo
algunas declaraciones públicas sobre la Revolución Cubana y sobre algunos otros
temas de nuestros tiempos. Y aunque las últimas noticias nos han enseñado a no
sorprendernos con nada, me sentí perplejo, como tratando de hacer coincidir al
Joaquín Sabina de las letras de sus canciones, lúdicas, oníricas y siempre
irreverentes, con sus recientes declaraciones, que me parecen de extrema,
diría, grosera superficialidad y totalmente idénticas a la narrativa del
sistema que se empeña en destruir lo que queda del planeta.
No se trata de discrepancias
políticas, Joaquín, que son legítimas, bienvenidas y siempre enriquecen
cualquier intercambio. El problema es otro: la falta de criterio y de contexto,
algo que siempre es antipoesía y anticultura, que en vez de incentivar el
cuestionamiento humano de las cómodas y tóxicas verdades instaladas por el
poder, impone al público una plana ordinariez caricaturesca.
Me parece sospechoso que cuando
el sistema capitalista mundial se sentía más seguro en su supremacía y se daba
el lujo de jugar a la democracia, varios artistas populares como Ud., o Calle
Trece, para dar algún ejemplo, no dudaban en exponerse al lado de Fidel y de la
Revolución Cubana. Esto les daba la tan apreciada imagen por el público de ser
«los críticos del modelo» y hasta los «revolucionarios». Pero ahora, cuando el
sistema se quita la máscara, establece una dictadura mediática total, prohíbe
pensar o discrepar, y las grandes masas humanas (cada vez con una peor
educación y necesidades más apremiantes), confundidas por la manipulación
política y cultural, tragan el anzuelo, ustedes, en vez de enfrentar y de
denunciar por humanismo, la bestial arremetida del capitalismo mundial, se
ponen en el cómodo lado del poder, que les garantiza los sellos discográficos,
premios internacionales y los aplausos del público enajenado y teledirigido,
públicamente «rompiendo» con la Revolución Cubana y hablando del «fracaso del
comunismo», como si el mundo de hoy, dirigido por la derecha neoliberal tuviera
un gran éxito.
Claro, algunos como usted
seguramente dirán «pero es que el régimen cubano…». Pero no vale, señor Sabina.
El Gobierno cubano siempre cometió errores, ha sido burocrático, permitió
excesos, ha tenido varios problemas sin resolver, nunca fue perfecto, pero
antes, al parecer, cuando mediáticamente todavía era permitido, parece que no
le importaba mucho. Y ahora, cuando Cuba con todos sus errores y defectos está
más sola que nunca y ya no se tolera ninguna expresión de solidaridad con los
países que no se dejan dominar, como su España «de izquierda», por los EEUU,
dice usted: «Fui amigo de la Revolución Cubana y de Fidel Castro. Pero ya no lo
soy, no puedo serlo… Los que hemos sido de izquierdas tenemos la
responsabilidad de decir la verdad ante algunos desastres de la izquierda» y
saca los aplausos en Miami.
Miro sus fotos con Fidel, que en
su apretada agenda encontraba tiempo e interés para compartir con gente como
usted. Después de su muerte, Ud. decide no ser más «su amigo». Eso último,
aparte de ser patético, me parece exagerado. Fidel Castro nunca ha sido su
amigo ni usted amigo de él. Las fotos de sus encuentros con él más parecen elementos
de su marketing cuando ser «su amigo» todavía era un buen negocio artístico.
También me acuerdo de la larga lista de políticos de la derecha chilena
(obviamente «democrática», igual que la izquierda española) desfilando por el
Malecón habanero y declarándose «amigos de Fidel», cuando la medicina cubana
salvaba a sus familiares o cuando se podía hacer algún negocio con la isla
bloqueada (que todavía se toleraba).
Y como si fuera poco, usted
continúa: «Las revoluciones del siglo XX todas fracasaron estrepitosamente y la
única que avanza en el siglo XXI son el feminismo y la LGBTIQ+, las otras no,
el fracaso ha sido feroz».
Si usted pasara menos tiempo en
los bares y un poco más en las bibliotecas, seguramente se enteraría de que la
más feminista de las revoluciones del siglo pasado fue la Revolución Socialista
de Octubre, que dio a las mujeres soviéticas más libertades y derechos que
todos los «feminismos» actuales juntos y, sobre todo, la dignidad totalmente
incompatible con la guerra de los sexos, exitosamente promovida ahora por el
sistema con el envase del «feminismo».
Respecto a la otra revolución (no
pongo las comillas para no herir aquí las sensibilidades de nadie), la
LGBTIQ+-xyz… etc, es otro holograma. Creo que la exigencia del respeto entre
los seres humanos (como no podemos poner «la exigencia del amor») no pasa por
el número de las letras políticamente correctas en las abreviaturas cada vez
más largas, ni por el lenguaje cada vez más inclusivo y analfabeto.
Al igual que usted, estoy
totalmente en contra de cualquier discriminación de los (y las y les) gay, pero
también de los negros, los indígenas, los musulmanes, los trabajadores, los
pobres, los genios, los que no somos muy brillantes y todes otres categoríes de
las y los, pero tenemos un problema. Dentro del sistema neoliberal que promueve
tanto la «revolución LGBTIQ+» y que Ud. ahora defiende, el verdadero respeto
entre los seres humanos no es posible, ya que su base es la explotación, la
ignorancia y la hipocresía. Por eso, los bancos y las corporaciones con tanto
empeño financian las «causas revolucionarias» que desvían la atención de tanta
gente buena de lo esencial: de la misma revolución. Sin cambiar el sistema
mundial capitalista, que bien o mal intentó hacer Cuba, no podemos defender los
derechos ni de las minorías sexuales ni los de nadie.
Y para finalizar, respecto a su
tercera parte del mismo discurso, que dice literalmente: «He estado mucho
tiempo enfadado con el siglo XXI por todo lo que pasaba, Trump, Putin, eran
cosas feas, incluso el lenguaje de gente a través de redes sociales, que lo
degrada mucho. Aunque el otro día pensando me di cuenta de que estaba demasiado
pesimista me puse a pensar qué cosas buenas que habían pasado y me acordé de qué
manera se había conseguido pronto y bien una vacuna para el covid. También le
ha ganado Lula a Bolsonaro, que no está mal, y ha aparecido un héroe
extraordinario, que es Zelenski. Poco más».
Lo que Ud. piensa de los
presidentes Trump, Putin, Lula y Bolsonaro y, sobre todo, sus apreciaciones
estéticas de las «cosas feas» y «bonitas» sobre el mundo político, me tienen
sin cuidado. Está en su derecho, también tengo mis opiniones, pero no importan
por ahora. Insisto, que lo que me impresiona no es su postura, sino su extrema
liviandad, frases banales sin sustento, lanzadas con tal irresponsabilidad a
millones de oídos de los admiradores de su talento artístico, donde me incluyo.
Mientras el mundo social sigue
consternado por el desastroso manejo de la pandemia del covid, que,
independientemente del misterio del origen del virus, que difícilmente sabremos
con certeza algún día, ha demostrado un total fracaso del sistema médico
mundial y una extrema ineficiencia de los organismos internacionales, todo
multiplicado por el enorme negocio de las vacunas y su pésima e injusta
distribución entre los países ricos y pobres (excepto Cuba socialista de la que
Ud «ya no es amigo»), resalta usted como un ejemplo positivo la «manera en que
se había conseguido pronto y bien una vacuna para el covid».
Aparte de eso, las vacunas que se
consideraban más seguras y eficientes, ya que provenían del «mundo democrático»
que Ud. defiende, ahora resultan ser las más dudosas y con efectos secundarios
más impredecibles, que las «vacunas autoritarias» de Rusia y Cuba, donde los
gobiernos que Ud. detesta no han destruido todavía el sistema de salud
preventivo y el control estatal sobre la industria farmacéutica.
Su última frase, sobre «el héroe
extraordinario de Zelenski» es realmente para el bronce. Le faltó compararlo
con Salvador Allende o Sandino, como suelen hacer algunos representantes de la
«izquierda democrática», como la de los gobiernos español o chileno.
Señor Joaquín Sabina, soy
ucraniano y si usted tuviera interés y ganas, le podría contar mucho sobre este
«héroe» de mi pueblo. Lamentable o afortunadamente, el formato de esta columna
no permite darle aquí todos los detalles de la destrucción de Ucrania por el
régimen de Volodimir Zelenski, ni cómo fueron eliminados los últimos derechos
sociales, periodísticos y humanos, ni de qué manera los grupos nazis,
controlados por la CIA, tomaron el poder en sus fuerzas armadas, ni las
estadísticas de las torturas y asesinatos, ni la historia de la destrucción de
los monumentos a los soldados soviéticos y a los poetas y escritores rusos, ni
las crudas imágenes de los militares ucranianos cocinando (textualmente) las
cabezas de soldados rusos.
Seguramente, si usted se hubiese
conocido con Zelenski en un escenario o después, tomando o consumiendo los
productos inspiradores ilícitos de los que ambos son amantes, él le habría
caído muy bien. Qué hacer si él es, igual que Ud., un buen artista.
Por último, podría parecer un
insulto o un piropo, pero en el mismo estilo de sus últimas declaraciones, no
es ni lo uno ni lo otro. Con sus actuales melodías políticas, usted lo que más
parece es un Julio Iglesias de su compatriota Pablo Iglesias, otro destacado
«demócrata de izquierda».
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