EL TURISMO VENDE LO QUE NO ES SUYO
Aunque
es solo una pequeña muestra, el caso de las terrazas muestra una de las
vertientes más notorias, aunque menos señaladas y comentadas, en relación con
el turismo: el hecho de que, como actividad social y económica, se encuentra
basada en unos recursos, una materialidad, que no es suya, sino que es de
todos.
JOSÉ MANSILLA
Terrazas ocupando casi todo el espacio público.
Las elecciones están a la vuelta de la esquina y se nota. El campo de batalla se extiende a todas las esferas posibles, siendo su principal proscenio los medios de comunicación y las redes sociales. Las últimas leyes en aprobar, o los últimos presupuestos, suponen el momento ideal, además, para tomar posiciones, exhibir propuestas y formas. Se celebran, también, las primarias y otros procesos para elegir alcaldables, futuros líderes regionales, etc. Estos suelen venir con un decálogo de propuestas bajo el brazo, muchas de ellas altamente controvertidas o, al menos, verdaderos elementos de vertebración del conflicto y el debate público. Un buen ejemplo de todo ello es el caso del turismo y la restauración en la ciudad de Barcelona.
El Gobierno
bipartito de Els Comuns y el Partit dels Socialistas de Catalunya (PSC) en la
capital catalana tiene en el modelo turístico de la ciudad uno de sus puntos de
fricción. Mientras que los primeros apuestan por un mayor control y
restricción, oponiéndose a elementos clave para él como la ampliación del
aeropuerto, la llegada de cruceros al Port de Barcelona o la construcción de
nuevos hoteles, el PSC mantiene, con su propuesta de “la mejor Barcelona”, la
idea de una ciudad volcada en el turismo de calidad, ese significante flotante,
la mejora y ampliación de las infraestructuras portuarias y aeroportuarias, con
el objetivo de convertir la ciudad en un hub internacional, la flexibilización
de los permisos hoteleros, etc. La penúltima de las controversias ha estado
relacionada con la proliferación de las terrazas de bares y restaurantes que
puede observarse por toda la ciudad.
La terrazificación
de Barcelona no es nueva, aunque sufrió un empujón considerable durante la
administración del Alcalde Trias (2011-2015)
La terrazificación
de Barcelona no es nueva, aunque sufrió un empujón considerable durante la
administración del Alcalde Trias (2011-2015). La entonces Convergència i Unió
(CiU) elaboró una nueva ordenanza de terrazas que armonizaba su disposición
para toda la ciudad ya que, con anterioridad, esta dependía en gran medida de
los Distritos. El resultado, en el marco de la crisis de 2007-2008, fue una
relajación de la regulación, donde hasta establecimientos de charcutería,
panaderías o degustación podían solicitar una licencia para obtener su
correspondiente terraza. La llegada de Els Comuns intentó poner fin a tal
proliferación, aunque con resultados más o menos desiguales, reelaborando la
ordenanza pero no logrando satisfacer ni a izquierda ni a derecha. A los
primeros por ser, todavía, demasiado laxa, a los segundos por no serlo
demasiado.
Donde sí hubo un mayor
consenso, sobre todo a nivel activista, fue en la importante subida de las
tasas a pagar por parte de los restauradores a la hora de disponer de mesas y
sillas en las calles y plazas de la ciudad. Antes de la aprobación de su
modificación en 2019, por poner un ejemplo, una mesa situada en el Passeig de
Gràcia costaba 1,05 euros diarios. Con el primer café, la mesa quedaba
amortizada. Con la subida pasó a suponer 3,51 euros. La misma mesa, en la calle
Enric Granados, una de las más saturadas, costaba, en 2019, 0,55 euros al día,
mientras que con la modificación pasó a costar 2,34 euros. Sin embargo, con la
pandemia y debido a la excepcionalidad del momento, el consistorio aprobó una
bonificación del 75% para todas las terrazas de la ciudad, así como una flexibilización
puntual de la normativa que permitía, a los restauradores, incrementar su
número de mesas y sillas. Esto ha supuesto que, en la actualidad, una mesa en
el Passeig de Gràcia suponga solo 0,87 euros al día, mientras que en la calle
Enric Granados únicamente 0,58 euros/día. Las tasas, de esta manera, no solo no
han subido sino que, en algunos casos, han bajado con respecto al coste de
antes de la pandemia. Justo este año se ha aprobado una prolongación de estas
medidas, no sin antes generar un nuevo enfrentamiento entre el PSC, a favor, y
Els Comuns, en contra, en el seno del Gobierno municipal.
Las tasas no solo
no han subido sino que, en algunos casos, han bajado con respecto al coste de
antes de la pandemia
Aunque es solo una
pequeña muestra, el caso de las terrazas muestra una de las vertientes más
notorias, aunque menos señaladas y comentadas, en relación con el turismo: el
hecho de que, como actividad social y económica, se encuentra basada en unos
recursos, una materialidad, que no es suya, sino que es de todos. Más allá del
espacio urbano, las calles y las plazas que son de titularidad pública, es
decir, propiedad del Estado y gestionada por las administraciones pertinentes
aunque que son apropiadas diariamente por sus ocupantes, los visitantes de una
ciudad como Barcelona no acuden a la capital catalana para dejarse únicamente
llevar por las maravillas de la arquitectura y el diseño, las tapas y la
sangría, sus museos y equipamientos culturales, sino por una atmósfera que es
construida por todos y todas en cada momento. Barcelona, pero también cualquier
otra ciudad, vende lo urbano, esto es, su gente, el paisaje de sus calles, el
ambiente que se crea en su ocio nocturno, la animación de las playas y de los
parques. Un espacio como Las Ramblas no contó, por ejemplo, en el momento de su
proyección como recurso turístico, con más atractivo que el de ser un
territorio sentimental para los barceloneses. Nada, salvo quizás el Mercat de
la Boqueria, destaca en Las Ramblas más allá de su pasado popular de
apropiación colectiva. Hoy día, sin embargo, y según las últimas encuestas,
menos del 20% de los paseantes del lugar son de Barcelona. Su turistificación
ha acabado por devorar aquello que la hacía única. Eso es el turismo
descontrolado: una gran máquina de engullir producción colectiva del espacio.
Y aunque parezca
que esto es un hecho fundamental de la ciudad y el turismo urbano, no es así.
Los paisajes rurales, los bosques, ríos, las pesquerías, etc., son elementos
ajenos al turismo de los que este saca su beneficio. Suponen mecanismos y
procesos producidos como colectividad y consumidos y mercantilizados de forma
individual y privada. Esta, y no otra, es la base fundamental de funcionamiento
del turismo.
Quizás deberíamos
recordar, a esas elecciones, presupuestos y candidatos que están a la vuelta de la esquina, a cada
momento y en cada oportunidad, que el turismo vende algo que no es suyo. A
nosotros.
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