CUANDO EL SABIO SEÑALA EL FUTURO,
EL NECIO MIRA EL MARCO
La
realidad es que hay muy pocas acciones de desobediencia civil que gocen del
aplauso sonoro de la ciudadanía. Porque son molestas, porque lo ideal sería que
no ocurrieran.
ANITA BOTWIN
Un girasol seco que Van Gogh nunca pintó.
La desobediencia civil empezó de la mano de Henry David Thoreau en 1849 dando título a una conferencia escrita por él. En el verano de 1846 se negó a pagar sus impuestos por lo que fue detenido y encarcelado. El escritor explicó que no quería colaborar con un Estado que mantenía el régimen de esclavitud y llevaba a cabo guerras como la que perpetraba entonces contra México.
Más tarde, otras
personas siguieron su camino para protestar contra lo que consideraban injusto.
Fue el caso de Rosa Parks que, gracias a su valentía y después de sentarse en
un lugar que le era vetado a ella y a todas las personas afroamericanas, abrió
el camino de los derechos civiles para su comunidad. Y así otras tantas
realizaron acciones pacíficas de desobediencia para poner el foco en aspectos
cotidianos que había que modificar para mejorar la vida de la gente,
normalmente de las más vulnerables.
Ahora hacen lo
propio las activistas por el clima. Nos están diciendo “eh, tenemos un problema
muy grande y no hay tiempo, hay que reaccionar ya”. Y mientras intentan
avisarnos del peligro grave que corremos, hay quien responde con el insulto, el
rechazo, el enfado y hasta la detención. Hay gente enfadada porque considera
que esa no es la manera, —¿cuál es la manera?—, que no deberían salir por ahí
provocando y dañando el arte aunque no hayan estropeado nada.
Precisamente por
eso, porque en esta sociedad capitalista parece importarnos más lo material que
lo humano, no digamos ya que el mundo animal o vegetal, hay activistas que han
optado por llevar a cabo este tipo de acciones controvertidas
El problema no es
la obra o el patrimonio en sí, cualquier tipo de acción que reivindique suele
serlo. Si fueran personas protestando en la Puerta Del Sol como aquel 15M
también sería un contratiempo porque los comerciantes pondrían el grito en el
cielo, como ya ocurrió. Protestar incomoda porque modifica el orden establecido
de las cosas, tambalea el statu quo y las estructuras del sistema en el que
vivimos.
El problema es la
protesta, se criminaliza a quien tiene agallas y lucha por los derechos y el
futuro de todas las personas. Se persigue a quien protesta porque tantos años
de dictadura, represión y silencio dejaron huella en nuestro ADN histórico.
Es conveniente conocer
que las huelgas que nos trajeron derechos fueron duras, muchas de ellas
violentas. Los avances a lo largo de la historia se han realizado con momentos
tensos y violentos, pero ahora todos nos aprovechamos de estos sin hacernos las
preguntas oportunas. La realidad es que hay muy pocas acciones de desobediencia
civil que gocen del aplauso sonoro de la ciudadanía. Porque son molestas,
porque lo ideal sería que no ocurrieran, pero si sucede es porque necesitamos
gritar bien alto que este no es el camino que debemos seguir, que estamos
equivocados y que hay que tomar medidas urgentes.
Ocurría que el
budista Wynn Bruce se inmolaba frente al edificio del Tribunal Supremo de
Estados Unidos para llamar la atención con “un acto de compasión sobre la
crisis climática”, relató una de sus amigas después de su fallecimiento. No
hubo polémica ni acaparó ninguna última hora de ningún medio. Cabe preguntarse
sin prejuicios y con un espíritu crítico si vale más un cuadro no dañado que la
vida de una persona a la que apenas se prestó atención. Precisamente por eso,
porque en esta sociedad capitalista parece importarnos más lo material que lo
humano, no digamos ya que el mundo animal o vegetal, hay activistas que han
optado por llevar a cabo este tipo de acciones controvertidas, pero de las que
los medios sí se hacen eco.
Hay gente que dice,
desde su completa inacción, que estas chicas deberían protestar contra
petroleras, bancos, aeropuertos. Pues bien, también lo han hecho. Hay quien
dice que estas activistas han estropeado obras de arte, algo que es
completamente falso, simplemente han usado un espacio mediático para protestar.
Algunas personas lo saben y aun así, siguen disparando contra quien se mueve e
intenta cambiar las cosas.
En paralelo, se ha
producido la detención de dos periodistas, una de ellas colaboradora de este
medio, por cubrir la acción pacífica. Como dice el editorial del medio,
“resulta inadmisible en tanto que ataca a la libertad de información que recibe
la ciudadanía y a la pluralidad de los mensajes que trasladan los medios de
comunicación”. Si no existe el ejercicio del derecho a la libertad de
información, simple y llanamente no existe la democracia. Si no podemos
enterarnos de lo que ocurre, sea o no plato de buen gusto, criticable o no, no
podremos ser ciudadanía bien informada, y por tanto libre.
Los actos de
desobediencia civil nunca gozaron de la aprobación de la ciudadanía en su mayor
parte, pero si no fuera por los mismos no habríamos avanzado en derechos y
libertades
Parece que nos
dañara más este tipo de acciones que las consecuencias del cambio climático.
Los actos de desobediencia civil nunca gozaron de la aprobación de la
ciudadanía en su mayor parte, pero si no fuera por los mismos no habríamos
avanzado en derechos y libertades. Es más que probable que en Irán muchas
personas no sean partidarias del corte de pelo de las mujeres o de quitarse el
hiyab como señal de protesta, pero son actos necesarios para conquistar la
libertad que merecen. También lo son los que estas valientes activistas nos
están queriendo decir a gritos, solo que muy pocas personas que se atreven a
escuchar sin prejuicios.
Hay quien dice, y
no le falta razón, que este tipo de acciones generan rechazo en la mayor parte
de la población, pero lo que hay que preguntarse es por qué. Por qué nos
preocupa más que se tire un zumo de tomate a un cristal sin dañar un cuadro
antes que el fallecimiento de miles de personas durante las olas de calor o las
miles de hectáreas calcinadas este verano. Una vez que hemos comprometido los
1,5°C de aumento de temperatura, y vamos de camino a los 4°C de aumento a
finales de este siglo, cabe preguntarse si realmente estamos destinando nuestro
enfado hacia el lugar indicado.
Cuando la especie
humana se haya extinguido, algo de lo que alertan los científicos ocurrirá si
seguimos ignorando la urgencia climática, ya no habrá más cuadros que observar
ni museos que visitar porque ya no quedará nada y no será precisamente porque
las activistas que se pegaban a unos marcos no lo hubieran advertido. Es
precisamente ese choque mental de ver una hermosa obra al lado de personas que
muestran el horror lo que nos produce una incomodidad, pero podemos aprovechar
esa angustia para realizarnos las preguntas pertinentes y tomar partido. Nos va
la vida en ello.
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